Olena y la huida de Járkiv: “Hace más de un año que no veo a mi familia”

Guerra en Ucrania

Olena y la huida de Járkiv: “Hace más de un año que no veo a mi familia”

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Olena y la huida de Járkiv: “Hace más de un año que no veo a mi familia”

Capital de la provincia homónima y referencia cultural del país, Járkiv es la segunda ciudad más grande de Ucrania, con casi un millón y medio de habitantes según el censo previo a la guerra. Situada en la parte nororiental del país, a poco más de 30 kilómetros de tierras rusas, fue una de las primeras urbes en sufrir los bombardeos y el avance del ejército enemigo; en opinión de los expertos, Vladimir Putin la consideraba un lugar estratégico para lanzar su ataque hacia el interior de Ucrania. Además, confiaba en que los habitantes de Járkiv, en su inmensa mayoría de habla rusa y con muchos familiares al otro lado de la frontera, recibirían a sus vecinos con alfombras rojas y vítores. Como en tantas ocasiones en esta “operación militar especial” -expresión con la que el Kremlin denomina a lo que no es más que la invasión territorial de otro Estado soberano-, las previsiones de Moscú no se cumplieron.

A los batallones de Putin no les esperaban ni sonrisas ni reverencias sino alambradas de pinchos, tanques y feroces soldados dispuestos a defender su patria con la propia vida si era necesario. Es más, la parte minoritaria de la población que en Járkiv sentía un gran afecto por Rusia se redujo “muchísimo” en cuanto vieron su tierra “invadida y destruida”, según explica Olena Khirna, una joven ucranianana, natural de Járkiv, que se encuentra estudiando en la Universidad Católica de Valencia (UCV) gracias a una beca Erasmus.

Olena explica que antes de la invasión, “la mayoría de habitantes de la región de Járkiv eran neutrales frente al conflicto con Rusia posterior al Euromaidan, pero se consideraban ucranianos a sí mismos”. Un grupo más reducido era el de los “patriotas”, que se identificaban como ucranianos y estaban contra Rusia; otro todavía más minoritario era el de los que se consideraban ucranianos, “pero amaban a Rusia y a Putin”. El grupo más pequeño de todos lo componían “aquellos que se identificaban como rusos directamente”.

Ella “nunca” ha entendido las posturas favorables a Rusia: “Igual que muchos en mi región, tengo familiares en ese país, pero eso no me impide ver la actitud de los rusos ante Ucrania: dicen que no existe, que es una ilusión, una invención de Lenin, un error histórico”.

La estudiante Erasmus explica que su lengua materna es el ruso porque sus padres nacieron “cuando Ucrania formaba parte de la Unión Soviética”. Sus abuelos hablaban ucraniano, pero la URSS impuso el idioma vecino “para destruir la cultura local”. Desde que en 2014 las tropas de Putin ocuparon la península de Crimea y las regiones de Lugansk y del Donetsk, “el verdadero inicio de la guerra”, Olena decidió abandonar el ruso como lengua habitual y pasarse al ucraniano. No fue la única. Muchos de sus conciudadanos en Járkiv hicieron lo mismo.

“Deja que me lleve a Vanya, mamá”

Olena recuerda muy bien cómo eran sus días antes del inicio de la “pesadilla” que ha supuesto la invasión rusa: “Se habían producido bastantes cambios en mi vida, tanto personales como profesionales. Había empezado a trabajar en un centro de rehabilitación tan solo un mes antes e iba a trabajar como fisioterapeuta con patinadores de velocidad. Todo terminó con la guerra”.

Ese ya lejano 24 de febrero de 2022 le despertaron los “temblores de tierra” que producían los misiles rusos que empezaban a caer no muy lejos de la ciudad. El “miedo” y el “caos” inundaron Járkiv. Centenares de coches hacían colas en las gasolineras para repostar y escapar de la zona. “En las primeras horas de la invasión no sabíamos lo que iba a pasar, si Rusia iba a conquistar todo nuestro país o si los íbamos a echar en una semana”, indica.

“Mis padres eran funcionarios de prisiones, así que ese jueves tenían que ir a trabajar igualmente. Les pedí llevarme a Vanya, mi hermano, porque mi novio y yo habíamos decidido esa misma mañana irnos a Leópolis (Lviv), donde él podía seguir trabajando y donde estaba mi ‘alma mater’, la Universidad Católica de Urcania. Mi madre me dijo que no, que «qué clase de madre sería» si se separaba así de su niño de siete años”, relata.

Tras comprar los billetes y llegar a la estación, Olena y su novio, Ivan, se encontraron con los retrasos esperables en unas circunstancias como aquellas: “Mientras aguardábamos en el andén, todos los pasajeros estábamos muy asustados y los niños lloraban porque se oían explosiones sin parar. El sonido de los misiles realmente te penetra, la vibración de sus impactos al caer se mete dentro de tu cuerpo, es terrorífico. Al final, el tren nunca llegó, pero tuvimos suerte, porque mi novio trabaja en una empresa informática a nivel nacional que decidió fletar autobuses para los empleados residentes en Járkiv y sus familiares. Ivan les dijo que yo era su mujer y así me pude subir al bus y escapar a Leópolis”.

Escondidos en los túneles del metro

Los meses siguientes fueron los “más duros” en la vida de la estudiante ucraniana: “Recuerdo que estuve un día entero llorando tras nuestra huida, pensando en mi familia y en lo que estaba sucediendo a nuestro país. El resto de las semanas iniciales tras la invasión fueron también horrorosas; mis padres no querían abandonar Járkiv, que era frente de guerra, y yo cada día les pedía que vinieran a Leópolis. Ese primer mes estuve absolutamente bloqueada mentalmente. Mi cuerpo estaba en un sitio, pero mi corazón y mi cabeza estaban en otro. Tenía mucho miedo de que les pasara algo, sobre todo a mi hermano pequeño”.  

“Mi padre dejó su puesto de trabajo en la cantina de la cárcel al segundo día, pero mi madre tuvo que seguir trabajando en el centro penitenciario de mujeres. Hablé con ella dos días después de llegar a Lviv y se oía el ruido de los bombardeos a través del teléfono. Mi madre quería ver a mi hermano, pero sólo podía desplazarse a pie y era muy peligroso. Le insistí en que no se le ocurriese salir de la prisión. Tiempo después me contó que nada más acabar nuestra conversación llamó a mi padre y le dijo a Vanya que quería verle. Él le respondió que se quedara en la cárcel, «que había guerra fuera» y que no hacía falta que fuera a verle, a pesar de las ganas que él tenía también de verla”, recuerda Olena.

El adiós desde el andén

Unas semanas después, la situación seguía siendo peligrosa, pero parecía haber mejorado. Por esa razón, la madre de la joven ucraniana decidió salir de la prisión y recorrer andando los diez kilómetros hasta Járkiv: “Tiene sobrepeso y varias enfermedades, pero aun así consiguió llegar bien hasta nuestra casa. Le pregunté cómo lo había hecho y me respondió que la adrenalina permite hacer cosas increíbles. Se quedó allí dos días porque las cosas empeoraron y después recorrió los cuatro kilómetros que le faltaban hasta el metro y se reencontró con mi padre y mi hermano, que estaban allí desde el segundo día de la invasión”.

Ninguno de los dos había salido en semanas de los túneles subterráneos, donde estaban con los tíos y la prima pequeña de Olena. El ambiente del metro, atestado de gente, era insalubre. Todos los familiares de la alumna ucraniana cogieron algún virus o bacteria. El más afectado fue el benjamín del clan, que estuvo con diarrea durante muchos días hasta encontrarse bastante débil. Había pasado un mes desde la invasión y, ante la situación Vanya, se decidió que la madre de Olena escaparía de Járkiv con el pequeño y abandonarían el país.

“Los trenes ya funcionaban, así que fueron a la estación. Para Vanya mi padre es la persona más importante, su héroe. Sentado junto a mi madre, de camino a Leópolis, dibujó el momento de la despedida: mi padre y un montón de hombres más en el andén lloraban mientras decían adiós a sus mujeres y a sus hijos, que se alejaban poco a poco de ellos –en este momento de la entrevista Olena se emociona y tiene que parar. No ve a su padre desde el día anterior al inicio de la guerra, pues el 24 de febrero de 2022 tenía turno matutino en la cárcel-. Es duro, la verdad. Los hombres no pueden salir del país por si en algún momento se les necesita para luchar contra los rusos”, explica.

Un país en la UCI: “Nuestra existencia está en peligro”

Aunque las tropas del Kremlin llegaron a ocupar buena parte de la región y algunas zonas de la ciudad en los dos primeros meses de la invasión, Rusia nunca se hizo del todo con Járkiv. De hecho, entre septiembre y octubre del año pasado, el ejército ucraniano recuperó varios miles de kilómetros cuadrados en la zona e hizo desaparecer cualquier presencia rusa en la segunda capital ucraniana.

Desde la partida de su mujer y su hijo, el padre de Olena se encuentra en un pueblecito de la región cuidando de sus padres. La madre de la estudiante ucraniana y su hermano se fueron a Lituania atravesando Polonia en autobús al poco tiempo de llegar a Leópolis. En el país báltico los Khirn tienen algunos familiares. “Son prorrusos, es algo asqueroso. ¿Cómo pueden apoyarles después de lo que han hecho con nuestro país?”, lamenta Olena.

Por su parte, la fisioterapeuta de 21 años –cumplirá 22 el próximo 19 de abril- cursará en la UCV varias asignaturas compatibles con el máster que realiza online en Ucrania hasta finales del mes de junio. Es la primera vez que sale de su país: “Los valencianos son tranquilos y a mí eso me ayuda mucho, porque yo me preocupo constantemente por todo. Cuando voy a hablar con un profesor y le expongo mis dudas y preocupaciones sobre una asignatura, siempre me dicen algo como «no pasa nada, no te agobies. Todo saldrá bien»”.

Aunque ahora desea centrarse en “aprender todo lo posible” y disfrutar de su destino Erasmus, no olvida en ningún momento una “obligación” autoimpuesta: “Tengo la responsabilidad de contar lo que ha sucedido y sucede en mi país. Da la impresión de que ahora en el resto de Europa ya no interesa tanto la guerra en Ucrania y por eso aprovecho para recordarla en cada ocasión en que alguien me pregunta por el tema. Mi mensaje es siempre el mismo, que la UE siga ayudándonos. Somos un país en cuidados intensivos, nuestra existencia está en peligro. Si Europa no nos apoya material y económicamente, Rusia invadirá toda Ucrania, estoy segura. Además, creo que los ucranianos estamos siendo una barrera defensiva contra Putin. De algún modo, estamos protegiendo a Europa”.

“Rusos, luchad contra Putin por vuestra libertad”

A su regreso a Ucrania el próximo verano, Olena desea dedicarse al campo de la traumatología y la ortopedia, y está pensando en crear un centro de rehabilitación con varios compañeros de universidad. También se plantea trabajar en algún hospital: “Una de mis motivaciones más fuertes como fisio es ayudar a los soldados y civiles heridos en la guerra. Trabajé un poco con algunos antes de venir a España. Recuerdo sobre todo a una mujer que tenía una lesión cerebral y varias fracturas: pelvis, tobillo, algunos huesos de la cara, varios dientes. Le costaba mucho pronunciar palabras, no podía ponerse de pie… Estaba muy desmotivada, pero hizo la rehabilitación por amor a su hijo. Esas personas me parecen increíbles”.

“No sé qué sucederá en el futuro, a lo mejor me mata un misil a los tres meses de volver a mi país. Me gustaría que la situación se solucionara, que derrotemos a Rusia y que yo llegue a verlo. Quizás esto suene raro porque soy joven, pero debo ser realista. No sé si sucederá. Dependerá también de la ciudadanía rusa, porque Putin no tendría tanto poder si la gente no le apoyara. Diría a los rusos de buena voluntad que luchen por su libertad, que luchen contra ese dictador asesino”, asevera Olena.

La Universidad Católica de Valencia se ha volcado con el pueblo ucraniano desde el inicio de la guerra, al que rindió homenaje entregándole su Medalla de Oro hace un año. La distinción fue recogida por el cónsul honorario de Ucrania en Valencia, acompañado de una representación de los alumnos del país eslavo en la Universidad.

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