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Eduardo Ortiz: "La religión es una virtud que fomenta la convivencia en una sociedad intercultural"
lunes, 3 de mayo de 2010 El Decano de la Facultad de Sociología y Ciencias Humanas analiza las conclusiones de los expertos tras la celebración III Simposio Ética y Multiculturalismo: Ciudadanía, Virtudes Cívicas y Religión, celebrado en la Universidad Católica de Valencia
La Universidad Católica de Valencia "San Vicente Mártir" celebró, del 16 al 19 de abril, el III Simposio de Ética y Multiculturalismo dedicado a reflexionar sobre ciudadanía, virtudes cívicas y religión. Para conocer su desarrollo y las conclusiones extraídas, tras las jornadas, hemos hablado con Eduardo Ortiz, Decano de la Facultad de Sociología y Ciencias Humanas, organizadora del encuentro de ámbito internacional. Sr. Decano, recuérdenos la importante nómina de expertos europeos e internacionales que han participado en el III Simposio y sobre qué temas han hablado. Efectivamente, el Simposio ha contado con un grupo muy señalado de conferenciantes. Han sido éstos, D. José Tomás Raga, Vice-Gran Canciller de nuestra Universidad, catedrático de Economía y miembro de la Academia Pontifica de las Ciencias Sociales; Adela Cortina y Manuel Jiménez, profesores de la Universidad de Valencia; Paul Weithman de la University of Notre Dame (Indiana) y Chris Eberle, profesor del Departamento de Ética, Liderazgo y Derecho de la United States Naval Academy (Maryland); Javier Gomá, director de la Fundación Juan March (Madrid). Junto a una aguda y breve reflexión relativa a los temas que hemos tratado estos días, las palabras conclusivas del Simposio las pronunció monseñor Esteban Escudero, Obispo Auxiliar de nuestra diócesis. Todos ellos han reflexionado sobre el estatuto adecuado de la noción de ciudadanía y sobre el lugar que corresponde al cultivo de la dimensión religiosa de la experiencia humana en aquélla. ¿A qué conclusiones se han llegado? De un modo u otro y desde ángulos distintos, los ponentes han advertido la necesidad de afrontar los fundamentos de la teoría política de un modo no reduccionista, sino integrador, comprehensivo. Semejante acercamiento a temas centrales de la reflexión política -como el de por qué ha de aceptarse la coacción que de modo ineludible las leyes llevan consigo o el de por qué obedecer a la autoridad legítimamente establecida- supone reconocer que no es sólo que hay lugar para la religión en ese entramado de la vida social y política que es el intercambio de razones entre ciudadanos o que resulta difícilmente entendible el mismo concepto de razón tal y como se maneja en las sociedades occidentales al margen de la religión. Sino que -cuando tiene lugar sin añadidos espurios- la apelación al ingrediente religioso de la experiencia humana alimenta una vivencia correcta de la condición de ciudadano y favorece la convivencia pacífica entre todos. Cuando hablamos de estos temas la convivencia figura en primer plano. El profesor Raga habló de la necesidad de trabajar por el bien común. ¿Qué premisas se contemplan? El profesor Raga abordó la temática del Simposio desde el punto de vista del bien común, mediante un recorrido detallado por los principios y los conceptos centrales de la Doctrina Social de la Iglesia y del Magisterio más reciente (resultó esclarecedora, en relación con el bien común, su recreación de algunos textos de la última encíclica de Benedicto XVI, Caritas in veritate). Algunas de las propuestas que hizo —pensar la justicia como un término del derecho compulsivo, su particular visión del desarrollo humano integral y su reflexión en torno a la subsidiariedad fiscal— merecen ser repensadas y profundizadas. Otro de los temas importantes es la construcción de una ciudadanía intercultural, según Adela Cortina. ¿Qué pros y contras encontramos? La profesora Cortina articuló su reflexión sobre la ciudadanía intercultural en torno a las nociones de Estado laico (ni laicista ni confesional), ciudadanía compleja, sociedad pluralista y esfera pública integradora. Dentro de esas nociones marco, avanzó la relación entre una ética de mínimos y una ética de máximos como "un juego de suma positiva" y detalló la específica contribución de la religión en la forma de un decálogo de tareas que no puede dejar de acometer. Jiménez Redondo pronunció una interesante conferencia con un significativo título: "Sobre lo que siguió a la discusión entre J.Ratzinger y J.Habermas". ¿Qué fue lo que siguió, según el Catedrático de Filosofía? En la contribución del profesor Jiménez Redondo, pudimos asistir en primer lugar a una magnífica reconstrucción de los presupuestos filosóficos, culturales, del ya célebre debate que sobre "Las bases morales pre-políticas del Estado liberal" mantuvieron Ratzinger y Habermas el 19 de enero de 2004 en la Academia Católica de Baviera en Munich. El siguiente capítulo, lo que siguió a ese encuentro no es sino el también famoso Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona (12 septiembre 2006), en el que el Papa identifica algunas patologías de la religión y algunas patologías de la razón. Por ejemplo, y refiriéndonos a éstas últimas, la autolimitación moderna de la razón es un episodio reduccionista cuyos efectos culturales son lamentables. Lo importante es, sin embargo, volver a reconocer que la religión bien entendida y bien vivida no se opone al adecuado ejercicio de la racionalidad, sino que lo estimula. Esto no supone compromiso alguno con el eurocentrismo, sino que -como ha mostrado repetidamente el entonces Cardenal Ratzinger y hoy Benedicto XVI- puede y debe ser una actitud transversal a todas las culturas. En la segunda de las sesiones del Simposio intervinieron sendos filósofos norteamericanos que abundaron en los conceptos de religión y ciudadanía. ¿Cuáles fueron sus aportaciones? En su conferencia titulada "Fe, Ciudadanía y Legitimidad", Paul Weithman explicó la evolución de la muy influyente concepción de la "razón pública" por parte de John Rawls. En sus últimas contribuciones, Rawls defiende un uso amplio de la razón en los intercambios entre ciudadanos (éstos pueden introducir sus credos y visiones particulares de la felicidad y del sentido de la vida en el debate), con tal que todos reconozcan la autoridad de una concepción pública de la justicia. La necesidad de respetar el "consenso constitucional" por parte de cualquier ciudadano, en absoluto tiene por qué alimentar sospechas referidas a los creyentes, cuyos credos religiosos forman parte del núcleo de sus identidades. A continuación, el profesor de Ética de la United States Naval Academy, Chris Eberle, ha tratado sobre la relación entre la religión y la política en la teoría política liberal. Así, ha hablado sobre la cuestión de si la religión puede justificar la coacción, o si deben ser las razones seculares las que la justifiquen. Eberle adoptó como punto de partida la discusión sobre las razones que justifican una guerra como test mediante el cual poner a prueba si las razones religiosas son aceptables o no en el debate público. Frente a la "teoría estándar" (según la que en ningún caso puede justificarse un conflicto, bélico o de otro tipo, aduciendo una razón religiosa), Eberle argumentó que las "razones seculares" no gozan de ningún privilegio epistémico o moral. Simplemente existen diferentes tipos de razones. Los ciudadanos secularizados y los que tienen creencias religiosas han de intentar entender sus respectivas razones y abrirse a un diálogo en el que siempre hay la posibilidad de ser convencido. Todo ello, sin perder la esperanza de alcanzar puntos de encuentro. A la concepción estándar del intercambio público de razones, ha de suceder una nueva concepción avanzada por Eberle, el ideal del compromiso concienzudo y cuidadoso con una vida ciudadana honrada y responsable. Javier Gomá, Director de la Fundación Juan March, expuso su teoría de la ejemplaridad. ¿Cuál es la novedad de esta aportación por parte del reconocido ensayista? En su brillante conferencia, Javier Gomá recreó una tesis que ha defendido en sus obras (Imitación y Experiencia, 2003; Aquiles en el Gineceo o Aprender a Ser Mortal, 2007; Ejemplaridad Pública, 2009): puestos en el trance de elegir entre civilización y barbarie, la ejemplaridad suministra al hombre de hoy razones atractivas y convincentes para optar por la primera y embarcarse en una bien entendida especialización de su vida afectiva y profesional. La importancia de la propuesta de Gomá radica en que, dada la naturaleza interpersonal de la condición humana y dado que todos somos ejemplos para los demás, repensar las condiciones de una buena ejemplaridad puede ayudar a sanear la vida de los ciudadanos (creyentes o no) desde la raíz. En la clausura, Mons. Escudero no dudó en afirmar que el cristianismo contribuye al progreso y desarrollo de los pueblos. El Obispo auxiliar de Valencia ha asegurado que en el "frontispicio" de la Iglesia se encuentra el "compromiso de los cristianos por el desarrollo de los pueblos, por la justicia, por la libertad y por la paz". "La Iglesia quiere incorporarse a la marcha histórica, asumir lo positivo y negativo e intentar ayudar en la medida de sus fuerzas al progreso de la humanidad", ha añadido glosando uno de los puntos centrales de la constitución "Gaudium et Spes" del Concilio Vaticano II. Así, negó que la religión y el cristianismo, en particular, produzcan "ciudadanos esclavos" ("pobreza del proletariado", "neurosis infantil", "resentimiento" de los mediocres, como sugirieron respectivamente los "maestros de la sospecha", Marx, Freud y Nietzsche). Apoyándose en otros documentos del Magisterio (como la reciente Caritas in veritate de SS. Benedicto XVI), apuntó que "la Iglesia fomenta las virtudes cívicas, la emancipación del hombre, la ciudadanía plena del hombre", así como que "la religión incita al compromiso social de los ciudadanos". Igualmente, Mons. Escudero ha subrayado que "la Iglesia es la única institución que conozco que cuando comienza una asamblea reconoce que no es digna de lo que va hacer, que comete faltas contra su propia predicación". Por eso, aunque los que formamos parte de la Iglesia reconocemos que no llegamos a la ejemplaridad de Jesucristo (quien no sólo promociona y acoge, sino que da la vida por las demás), sí que la proponemos. Por eso, negó que el cristianismo "sea el factor de regresión que nos quieren presentar" Es, más bien, una "invitación a poner en paralelo con los hombres el amor incondicional a Dios". Finalmente, ¿cómo ve la situación actual entre nosotros? ¿Se observa en Europa un laicismo excluyente que puede contribuir a problemas de convivencia graves? Toda situación cultural —también la contemporánea— presenta luces y sombras. Entre éstas últimas está sin duda el laicismo excluyente, esto es, el intento sistemático, organizado, de restringir la experiencia religiosa al ámbito de lo privado (perpetuando un dualismo que resulta opresivo para la vida de los creyentes) e incluso el de eliminar toda huella de la religión en la naturaleza humana. Frente a posturas como éstas (restrictivistas, eliminacionistas), hemos escuchado argumentos de distinto tipo en el Simposio tenido estos días en nuestra Universidad. A la base de todos ellos, se halla la consideración de la religión como una virtud que fomenta la convivencia entre los ciudadanos de una sociedad intercultural, como la nuestra (permítaseme recordar que ya Tomás de Aquino incluía la religión como parte de la virtud de la justicia, pues gracias a ella el ser humano —la criatura- rinde el culto debido a Dios —el Creador-). ¿Y la religión cristiana? ¿Qué puede aportar a la construcción de una vivencia adecuada de la ciudadanía? Vayamos a las raíces: El cristianismo nace de un encuentro interpersonal: el que de un modo u otro tiene Jesucristo Resucitado (el Hijo de Dios vivo) con éste o aquel hombre o mujer. De este encuentro nace la fe y quienes la tienen y la conservan, saben por propia experiencia que Dios no es una amenaza para su condición humana, sino precisamente Aquél de quien depende su conservación y desarrollo. En Cristo Dios ha manifestado de un modo definitivo que ama incondicionalmente al hombre, a cada ser humano. Por decirlo con las palabras de J. Ratzinger, "el hombre es aquél ser que sólo Dios fue capaz de imaginar". Con semejantes presupuestos, ¿qué otra cosa puede esperarse del cristianismo sino la promoción de los pueblos? Si el cultivo que los hombres hacen de sí mismos (cultura) no se lleva a cabo a espaldas de Dios, los ciudadanos de hoy advertirán que el cristianismo tiene la capacidad de hacer fermentar toda cultura. El cristianismo tiene además la capacidad de sanar, de curar, las patologías en que los seres humanos nos enredamos cuando —en el ejercicio de nuestro libre albedrío— construimos una cultura contra la vida, contra el hombre, contra nosotros mismos. Así pues, nada que hay temer y sí que esperar del estímulo único que para el uso de la razón supone el cultivo bien entendido y bien vivido de la dimensión religiosa de la experiencia humana.