8-M (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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8-M (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Qué pereza da el 8-M. Como la campaña de primavera de El Corte Inglés o las Fallas para los valencianos, empieza con tanta antelación que se quema, nos quema y la resaca mediática dura varios días. Además, a estas alturas no se sabe bien qué significa, pues la efeméride ha mutado. Ya no se festeja la valía y dignidad de la mujer -trabaje o no fuera de su casa- sino que se ha convertido en una jornada revanchista, especialmente contra el hombre. Lo que debería celebrarse es ser lo que somos. Y aprovechar para pedir apoyo a la hora de aportar nuestra feminidad al mundo actual. Sin camisetas moradas. Sin estridencias. 

Además, en lugar de ser una ocasión para evaluar el camino andado (qué reivindicaciones sociales y políticas necesarias se han alcanzado; cuáles, como el derecho al aborto, son auténticos despropósitos), así como de plantear con sentido común lo que queda por delante (por ejemplo, en relación con la violencia machista), se ha generalizado un victimismo tan cansino como contradictorio. Y es que la narrativa es incongruente: si has nacido mujer, has nacido víctima, pero, a su vez, estamos en la era del empoderamiento… ¿en qué quedamos?

Por otro lado, cada año es más complicado. Primero, porque para respaldar a la mujer hay que tener claro el concepto y eso de que es la hembra adulta del ser humano ya no es compartido por todos los manifestantes. De hecho, ya no sólo es difícil que coincidan detrás de una pancarta las feministas clásicas (cuyas reivindicaciones se refieren a la mujer biológica) y las feministas de género (que apelan a la “autopercepción”, representan a “todes” e incluyen a los hombres trans), sino que se convocan manifestaciones distintas en la misma ciudad. 

Otro motivo de que el 8-M sea tan abstruso, como señala en una tribuna Rebeca Argudo, es que cada año se congregan más causas: feministas abolicionistas, trans por Palestina, mujeres contra el borrado de las mujeres, por las disidencias sexuales racializadas, contra el heteropatriarcado estructural, indígenas por la democratización del agua, abortistas feministas antirracistas… Algunas, con buena intención, pensarán que sirven a fines nobles, cuando seguramente están beneficiando a ciertos grupos de poder. Lo que mueve a otras, sin embargo, es para hacérselo mirar (¿una feminista abortista antirracista está a favor del aborto sólo cuando es de niños blancos? ¿O únicamente si la embarazada es negra?, plantea la periodista). Tampoco deja de sorprender que no destaquen demandas en favor de la familia. La de toda la vida. Aquella en la que se han criado la mayoría de las manifestantes. Y sus madres. Y sus abuelas.

Ahora bien, paradójicamente, muchas mujeres no acudimos pues no cabemos, y no se debe a la aglomeración en las calles, sino a que las sensibilidades son excluyentes y antagónicas entre sí. Entra todo y a la vez… y esto no es posible. Otra razón para quedarse en casa es que se ha instrumentalizado este día internacional de manera irresponsable, pues la defensa de la mujer no debería ser objeto de campañas políticas estériles ni anclarse en demandas propagandísticas, sino reales. 

De hecho, es lo que está ocurriendo con el feminismo oficial, más allá del 8-M. Como recoge Berta De Vega en una columna de opinión, se están buscando problemas donde no los hay. Pone como ejemplo unas declaraciones recientes de la ministra de Sanidad, a propósito del consumo de antidepresivos entre las jóvenes españolas, que se ha duplicado en los últimos tres años. Mónica García atribuye este incremento a "un sesgo en la sanidad, a la discriminación de género y a la medicalización de problemas emocionales”, y la periodista invita a cuestionar este diagnóstico, a indagar más y mejor. Ciertamente, ¿hay sesgo en una sanidad repleta de mujeres? ¿Y discriminación después de años legislando en favor de la mujer? ¿Dónde? ¿Cuándo? La periodista lanza, al respecto, una premisa interesante: “Quizás transmitir la idea de que a las mujeres les espera un infierno laboral, que la maternidad es un horror, que la conciliación es imposible, que los hombres son violadores en potencia, que el día está lleno de micromachismos no les haya sido de mucha ayuda para su salud mental”. 

A dicha enumeración podría añadirse la tristeza de la mujer de éxito, de la que los psiquiatras hablan desde hace tiempo, pero que no sale en los medios de comunicación porque es políticamente incorrecto afirmar que hay mujeres absolutamente agotadas y frustradas pese a su autonomía, currículums y nóminas de infarto. ¿Por qué ocurre esto? No es cuestión de simplificar, pero en la raíz quizás esté la desfeminización, en su sentido de renuncia al genio femenino por un ideal más estéril de feminidad. Una desfeminización que, como el 8-M y el feminismo oficial (bueno, los feminismos oficiales, pues ya no es uno), y contrariamente a un feminismo bien entendido, invita a un viaje egocéntrico que no merece la pena hacer. ¿Quiero decir con esto que una mujer no puede ser presidenta del Gobierno y feliz? ¿O ejercer de CEO de una multinacional y tener una vida plena? Evidentemente, no. Quien quiera entender, que abra la mente y el corazón. Que ensanche su tienda y sus entrañas.

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