Francisco: misión, alegría, misericordia (Santiago Pons, Las Provincias)
Noticia publicada el
martes, 22 de abril de 2025
El 12 de marzo de 2013 me encontraba en Roma, esa mañana había entregado en la secretaría de la Universidad Gregoriana mi tesis de doctorado, esa misma tarde había comenzado el cónclave y esperé en la plaza de san Pedro la primera fumata, que como era de esperar fue negra. Ya no pude esperar más ya que tenía el vuelo de regreso y al día siguiente pude seguir por televisión la elección de Jorge Mario Bergoglio que había elegido el nombre de Francisco como papa. El gesto ya me gustó, un nombre nuevo, de un santo inmenso. Un papa que venía de Argentina, el primer papa americano: ¿qué podía pasar en nuestra Iglesia?
Muchos retos en marcha. Había dimitido el papa teólogo, Benedicto XVI, algo que sólo tenía un precedente en la historia. ¿Cómo iba a ser este pontificado? ¿Cómo iban a convivir un papa y un papa emérito? Muchas preguntas, pero que no las vivíamos con inquietud sino con esperanza, y no nos ha defraudado.
No es momento de hacer un balance completo de su pontificado, pero sí de apuntar algunos elementos que nos ha dejado el primer papa jesuita con alma franciscana y mirada argentina.
En 2012 se celebró el sínodo de los obispos sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” y a partir de sus conclusiones Francisco pudo redactar Evangelii gaudium que iba a ser el documento en que nos mostró por dónde iba a discurrir su pontificado, un texto que comienza con estas palabras: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús». Y es que la invitación a la alegría ha sido una constante en su pontificado. Bastantes documentos suyos han recogido en su título esta característica cristiana: Amoris laeticia (la alegría del amor, 2016), Gaudete et exultate (alegraos y regocijaos, 2018), Veritatis gaudium (la alegría de la verdad, 2017). Nos recordaba Francisco que «el cristiano es un hombre o una mujer de alegría» y así lo ha repetido constantemente.
EG es un documento vibrante, esperanzador, su recepción fue muy discreta al menos en España y en mi diócesis: no supimos apreciar la fuerza que contiene y se le trató como un documento más, no se profundizó en su lectura y, por desgracia, tuvo poca repercusión.
Se podía vislumbrar que no iba a ser fácil llevar adelante el impulso misionero que Francisco ha querido dar a la Iglesia y que parece que empieza a despertar.
Ese impulso evangelizador no ha sido un «invento» del papa Francisco, todos los papas posconciliares lo han destacado. Recordemos Pablo VI con su Evangelii nuntiandi; la llamada a una nueva evangelización de Juan Pablo II, o la creación de la congregación para la Nueva Evangelización de Benedicto XVI y la convocatoria del sínodo sobre la transmisión de la fe. Francisco ha recogido con alma latinoamericana el reto de poner la Iglesia en clave evangelizadora y misionera.
Desde esa clave hay que entender también su ímpetu por una Iglesia en salida que no excluya a nadie, con una atención a las periferias. Una Iglesia como hospital de campaña que siembre esperanza en medio de nuestro mundo. ¡Cuántos se han sentido acogidos por esta mirada!
Francisco ha querido situar la misericordia y la justicia social en el centro de su llamada. Las encíclicas Laudato Si’ (2015) y Fratelli tutti (2020) son pilares de su pensamiento y de su deseo de diálogo con todos los hombres.
La primera es una llamada urgente a cuidar «la casa común», afrontando la crisis climática y ecológica con equidad: «el gemido de la hermana Tierra se une al gemido de los abandonados» (LS 53). La segunda, escrita durante la pandemia, nos invitaba a una fraternidad global frente al individualismo y los nacionalismos.
Para poner en marcha esta Iglesia nos regaló el Jubileo de la Misericordia en 2016 y poder renovar nuestra relación con ese Dios que es misericordia y nos llama a una santidad gozosa, esa que en Gaudete et exultate nos despliega una visión fresca y accesible, arraigada en el aquí y en ahora, sostenida por un discernimiento y oración constante que tienen la alegría y la esperanza como distintivos.
Habría que indicar también su ímpetu por afrontar con decisión los abusos sexuales en el seno de la Iglesia con numerosas reformas en la legislación e impulsando una política de prevención y sensibilización. Sus palabras proféticas denunciando un mundo fracturado con conflictos extendidos. Su denuncia por el mal-trato hacia los migrantes, mostrando el rostro humano de cada hombre y cada mujer que tiene que dejar su tierra. Francisco nos ha abierto los ojos para no dejar fuera a nadie y vivir con un corazón acogedor.
En fin, su última encíclica Dilexit nos (2024) sobre el corazón de Jesús podríamos decir que se ha convertido en su testamento, en el que insiste de nuevo en el amor humano y divino de Jesús.
Nos queda mucha tarea abierta, está en marcha la implantación del sínodo de la sinodalidad para que todo en nuestra Iglesia se impregne de ese espíritu peregrino y de comunión.
En este Jubileo de la Esperanza nos ha dejado Francisco, después de celebrar ayer la resurrección del Señor, ha sido llamado a compartir la vida plena con el Padre. Gracias papa Francisco, rogamos por ti, ruega por nosotros.