La Semana Santa no fue un accidente (Carola Minguet, Religión Confidencial)

La Semana Santa no fue un accidente (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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La Semana Santa no fue un accidente (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Cada Semana Santa vuelven los debates sobre la pertinencia de celebrarla públicamente: España es aconfesional, por lo que no deberían festejarse procesiones con fondos públicos; aunque el Estado garantiza la libertad religiosa y de culto, no está clara la idoneidad de estas expresiones, pues aun reflejando el fervor popular, recuerdan a épocas donde se ha impuesto la religión; si hay distintas confesiones, ¿por qué se prioriza la católica?… Se suele aludir a estas y otras argumentaciones, y no pocos se enredan en ellas. También hay quienes la consideran una manifestación cultural y valoran su punto folclórico, incluso su valor artístico, sobre todo en determinadas ciudades, pero sin esforzarse en tratar de comprenderla.

Por otro lado, mientras que la Navidad se acepta por sus connotaciones familiares y entrañables (aunque se ha hecho de ella algo naif; el martirio de los santos inocentes, por ejemplo, tiene mucho que ver con este misterio), para quienes no son practicantes o viven en lugares donde no se ha celebrado tradicionalmente, la Pascua resulta ajena, extraña.

Lo interesante es que hay algo común en estos supuestos: resulta difícil acercarse como uno piensa que ocurrió, o si cada cual le da el significado que considera. La Semana Santa fue lo que fue. Y es lo que es. Y precisamente por eso tiene algo que decir a cualquier persona, aunque sea un misterio en mayúsculas. Paradójico, ¿verdad?

Sobre esto escribe Chesterton en las últimas páginas de ‘El Camino de la Cruz’, un texto contenido en Por qué soy católico, al responder a las personas “que afirmarían con sinceridad, si bien de forma superficial, que resulta un tanto morboso pararse detenidamente ante las estaciones del Via Crucis”. Explica que “si nuestra teoría es verdadera, es decir, que no fue un accidente, sino la agonía divina que exigía la restauración del mundo, entonces no es en modo alguno ilógico que tal lamento (y tal júbilo) dure hasta el final de los tiempos”.

Recuerda el periodista británico que “la Pasión es lo que fue entonces, en el instante en que tuvo lugar; algo que asombró a la gente; algo que sigue constituyendo una tragedia para la gente; un crimen de la gente, y también un consuelo para la gente; pero nunca un simple suceso que tuvo lugar en un tiempo determinado y ya muy lejano. Y su vitalidad procede precisamente de aquello que sus enemigos consideraron un escándalo; de su dogmatismo y de su horror. Sigue viva porque encierra la historia asombrosa del Creador que sufre y se afana con su Creación. Y porque el hecho más elevado que uno pueda imaginar está pasando en esos momentos por el punto más bajo de la curva del cosmos. Y sigue viva porque las ráfagas huracanadas procedentes de aquellas negras nubes de muerte se han transformado en un viento de vida eterna que recorre el mundo; un viento que despierta y que da vida a todas las cosas”.

Además, o por ello, (esto ya no es del texto citado) este acontecimiento hace presente realidades con las que se puede conectar en la actualidad. Escepticismos y relativismos aparte, la gente no se conforma con que nuestro mundo sea tan rudo o violento (hoy la prensa recoge el terrible ataque a Ucrania de ayer, Domingo de Ramos, con al menos 34 civiles muertos, dos de ellos niños). Nos escandaliza la injusticia y que no se dé una reparación cuando acontece. De ahí el afán de hacer justicia a las víctimas o de resignificar la historia, más allá del interés electoralista de algunos políticos: hay quienes lo pretenden, comprensiblemente, con el sentido de no acallar los males que se han cometido en diferentes tiempos y lugares. El tema es que muchas veces la respuesta ante el mal ha sido -y es- bien el escándalo, bien responder con violencia donde ha ocurrido la violencia.

Ahora bien, en la Cruz ha aparecido una respuesta distinta: cargar el mal sobre uno mismo. Quizás haya quien piense que es absurdo o contranatural, pero hay algo en el hombre que se adhiere a esta respuesta. No sé si alguien cuestiona, por ejemplo, la vida de la madre Teresa de Calcuta, voluntariamente entregada a los últimos de la Tierra. Algo nos dice que es necesario que haya personas que carguen con el mal de los demás. Esto lo ha hecho Jesucristo de un modo perfecto y total, pero, por prejuicios hacia la religión o la Iglesia, bien no se quiere ver, bien no se acepta.

Escribo esto con el temblor de simplificar, edulcorar o frivolizar, de hacer un batiburrillo… Disculpen si así ha sido. Simplemente quería compartir que, más allá de las distancias que imponen la fe y la increencia, conviene buscar la verdad allí donde se encuentra. Y en la Cruz de Cristo está escondida, pero, a su vez, se ofrece a todos los hombres. En todos los siglos, tanto en el presente como en los futuros. Porque no fue un accidente.

Feliz Semana Santa.

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