¿Conviene la excarcelación de los presos de ETA? (Carola Minguet, Religión Confidencial)

¿Conviene la excarcelación de los presos de ETA? (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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La probable salida de prisión de algunos reclusos de ETA antes de lo previsto, como consecuencia de una reforma legal urgente tramitada el 18 de septiembre, ha desatado un debate social y político áspero, porque el tema es sensible, y confuso, pues a las implicaciones de este cambio legislativo, de por sí complejo, se añade la opacidad con la que lo han tramitado PSOE, Sumar y Bildu.

Algunos alegan que los condenados ya han estado un tiempo en la cárcel y que su reinserción ayuda a la convivencia, una afirmación que, de primeras, no parece insensata. Ahora bien, esto habría que someterlo a la consideración de toda la nación (en primer lugar, las víctimas del terrorismo) y no se ha procedido así, lo cual hace pensar que la decisión responda a motivos espurios (¿lo dicen quienes están en el Gobierno porque les interesan unos votos?).

Por otro lado, aunque el último atentado mortal de ETA fue en 2009, apenas han pasado seis años desde que fuese desmantelada la banda, que ha provocado que nuestro país conviva con el terror durante décadas, especialmente tantas personas señaladas, amenazadas, extorsionadas, que han enterrado a sus seres queridos. Esta presión no ha desaparecido, pues quienes la ejercían protegiendo a los pistoleros ahora forman parte de la vida pública española. Si además se excarcela a los criminales, quizás sea todavía más difícil pasar página. La restauración de la paz requiere un proceso, unos tiempos y una deferencia con las víctimas.

No obstante, más allá de los recelos sociales y políticos, este asunto despierta controversia desde los puntos de vista moral y antropológico.

El primer ángulo se explica desde la premisa de que la vida moral (es decir, la vida buena, la vida lograda) de las personas y los pueblos supone una cierta memoria. Y esa memoria necesita no pasar por alto la importancia de las cosas que se han hecho bien (por eso tienen sentido los premios, los reconocimientos, los homenajes) y mal (ahí se enmarcan los castigos, las reprobaciones). Pues bien, esta medida legislativa supone saltarse la memoria de la realidad infame e injustificable que es el terrorismo. Y eso no es bueno para la sociedad española.

Por otro lado, el efecto que puede provocar es llevar a pensar que no tiene tanta importancia lo que hacemos bien o lo que hacemos mal, lo cual es una actitud antropológica kamikaze. Es decir, entraña el riesgo de considerar que nuestros actos tienen unos efectos menos importantes de lo que creíamos. Lo que ha saltado esta semana acerca de los supuestos tejemanejes del fiscal general del Estado, que supuestamente ha accedido a una información secreta y la ha filtrado, sirve igualmente como ejemplo. Si uno puede obrar indebidamente porque está en una situación de poder, de fuerza, y así procede, ¿no pasa nada? Pues bien, secuestrar, mutilar, torturar, perpetrar atentados contra inocentes, matar… Son acciones incomparables debido a su gravedad, por las que en su momento se impusieron determinadas condenas a los autores. ¿Ahora deben ser menores? ¿Ya no son tan execrables?

No se trata, por tanto, de que los etarras cumplan más o menos años entre rejas, sino de caer en la cuenta de que hay cosas que no debemos hacer y, si las hacemos, porque todos hacemos cosas mal, lo primero es reconocerlo; lo segundo, asumir que tiene consecuencias; y, lo tercero, resarcir el daño causado. Para iniciar este proceso es necesaria la humildad. Y la humildad incluye aceptar un castigo, pues es algo reparador psicológicamente. La penitencia es muy sana y necesaria para que se dé un arrepentimiento.

En definitiva, esto no va de PP o PSOE, de derechas o izquierdas, de fachas o no fachas. Dejémonos de historias. Está en juego la memoria que ayuda a diferenciar lo que está bien y lo que está mal, lo cual es necesario para vivir los unos con los otros, aunque suene marciano en estos días. Una memoria que nos instruye y ayuda a todos: a la sociedad, a recordar para discernir; a los terroristas, a enmendar para pedir perdón; a las víctimas -si se diera este arrepentimiento- a perdonar, porque también han de aprender a perdonar (una afirmación fuerte y difícil, pero es así).

Sobra, por tanto, reducir este asunto a un espectáculo de contradicción política e intereses mediáticos.

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