A propósito de la evaluación (Juan Antonio Giménez Beut, Paraula)

A propósito de la evaluación (Juan Antonio Giménez Beut, Paraula)

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La evaluación es un elemento clave dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje, y supone un constante intercambio de información sobre el progreso del alumnado en este recorrido y no sólo del final de este. Esta evaluación es formativa en tanto en cuanto el alumnado aprende de ella y el profesorado mejora su docencia. Sin embargo, las calificaciones no son más que una foto fija de este momento del proceso.

Por ello, es fundamental desasociar la evaluación de los aspectos peyorativos y -menos aún- discriminatorios. Evaluar es algo positivo en tanto nos permite mejorar y debe describir la situación del alumno con objetividad.

Cuando el planteamiento educativo es de carácter competencial, se precisa de herramientas evaluativas acordes con este enfoque. Emplear una evaluación cualitativa es de gran utilidad, pues describe de manera personalizada los progresos de cada alumno en particular, aportando aquellos aspectos que les ayuden a avanzar, facilitando así la inclusividad y evitando las etiquetas. Con la legislación actual, habría que hacer referencia -de manera escueta- a los criterios de evaluación trabajados en cada una de las competencias específicas y los descriptores de las competencias clave. Todo ello precisa de un gran trabajo de coherencia entre todos los elementos del currículo: lo que pretendo, cómo lo desarrollo, cómo lo evalúo...

Pero ahí empieza el problema, del “dicho al hecho hay un trecho”. Una cuestión es lo que deseamos y otra los medios de los que dispongo y la forma en que puedo aplicarlos.

Aunque esta es la tendencia en muchos de los países europeos, los cambios en la cultura educativa (tanto para el profesorado como para las familias) requieren tiempo. De manera gradual se van descubriendo y abrazando nuevas formas de enseñar y de aprender, de evaluar y de informar del resultado de esta. La educación precisa de una progresión ordenada, de una formación y unos medios, y no de una implantación atropellada. Y esto es lo que estamos evidenciando, una falta de previsión como nos anuncia el Evangelio: “Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?” (Lc 14, 28).

Llegados a esto punto, deberían plantearse soluciones que calmen el ambiente escolar -ciertamente alterado-, proporcionar apoyos a un profesorado desbordado y aportar claridad a las familias. Esto ha obligado a tomar medidas para readaptar la situación en la que nos encontramos; si son las adecuadas o no, el tiempo lo dirá. Los cambios que hacen falta son complejos, y requieren tiempo.

Para evaluar el propio sistema de evaluación deberíamos hacernos las siguientes preguntas: el modelo que estamos comenzando a emplear, ¿ha mejorado la información trasladada a las familias?, ¿ha logrado motivar a los alumnos impulsando sus aprendizajes?, ¿el profesorado ha recabado información de calidad para mejorar su práctica diaria? Hemos de trabajar para que las respuestas sean positivas.

En todo caso, es una prueba más de la necesidad que tenemos de progresar hacia un sistema educativo de consenso, que mejore pausadamente, pero sin renunciar a los altos vuelos.

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