Benedicto XVI el manso (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Benedicto XVI el manso (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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La Santa Sede ha anunciado que Benedicto XVI se encuentra próximo a la muerte y ya hay medios de comunicación haciendo balances de su papado más o menos documentados, algunos centrándose en los puntos más polémicos, con interpretaciones a veces sesgadas. En los próximos días se sucederán también voces que quieran rendirle homenaje. La cuestión, en todo caso, es compleja. ¿Cómo referirse a Joseph Ratzinger? En una ocasión, escuché al profesor Pablo Blanco (conocedor como pocos de su vida y pensamiento) hacerlo con tres títulos: un sencillo hijo del pueblo bávaro, un profesor y un pastor que siempre ha querido unir verdad y amor en su ministerio. Pensando en él en estas horas, en las que se apaga lenta y serenamente, me nace añadir el adjetivo manso: Benedicto XVI es un hijo, un profesor y un pastor manso. 

La mansedumbre se puede confundir con cosas que no son y las Escrituras nos instruyen en este sentido. Así, una de las figuras que ayudan a clarificar su significado es la de Moisés, “a quien Yahvé trataba de cara a cara; nadie como él en todas las señales y prodigios que Yahvé le envió a realizar en el país de Egipto, contra Faraón, todos sus siervos y todo su país, y en la mano tan fuerte y el gran terror que Moisés puso por obra a los ojos de todo Israel”. Es un contraste llamativo. El hombre más humilde -así lo define el Antiguo Testamento- era el hombre más sufrido de toda la Tierra. Hay otra paradoja. La mansedumbre se suele entender como la docilidad y suavidad que se muestra en el carácter o en el trato, pero el mismo Moisés que hace beber al pueblo liberado el líquido de fundición con el que han construido el becerro de oro para corregirlo duramente es aquél que está lleno de dulzura para volver a cargar con ese pueblo. 

Entonces, ¿quién es manso? En primer lugar, aquel que consiente ser llevado a situaciones límite. Dios le pidió a Moisés algo imposible (que un pastor tartamudo libere a los israelitas de Egipto) como imposible ha sido el cometido de Ratzinger (que un profesor tímido e intelectual, amante de la vida recogida, dirija el dicasterio más incómodo del Vaticano y luego la barca de Pedro). Sin embargo, la mansedumbre verdadera lleva a la depreciación de uno mismo, a consentir que la historia la lleve Otro. Es lo que vivió el profeta y lo que trasluce la biografía de Benedicto XVI. En segundo lugar, el manso es quien ayuda a soportar las cargas. Y es que hay muchos cristianos dispuestos para el bien, pero cuando no hay tribulación ni adversidad. Sin embargo, el termómetro de la madurez de la fe está en cargar con el mal, propio y ajeno; si no, existe el riesgo de convertirse en un maestro del escaqueo. Por ello no abundan los mansos y, muchas veces, a quien más carga tiene, más se le pide. Pero aquí está lo sorprendente: los mansos no solucionan su sobrecarga con la descarga. Y Benedicto XVI lo ha tenido claro. 

“Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Este es el secreto que nos desvelan testigos como el papa alemán: los mansos aprenden a encontrar escondido un misterio que tiene que ver con cargar con ese yugo. De hecho, así lo confesó al explicar su escudo episcopal, donde incluyó la figura de un oso inspirado en la leyenda de san Corbiniano, fundador de la diócesis de Frisinga. Cuenta esta historia que un oso había despedazado el caballo del santo en su viaje a Roma. Corbiniano lo reprendió severamente por tamaña fechoría y, como castigo, le impuso el fardo que hasta entonces llevaba el caballo. Sólo al llegar lo dejó en libertad. “Si el oso se quedó en el Abruzzo o volvió a los Alpes, no interesa a la leyenda”, explicó Ratzinger. “Mientras tanto, he llevado mi equipaje a Roma y, desde hace ya varios años, camino con mi carga por las calles de la Ciudad Eterna. Cuando seré puesto en libertad no lo sé, pero sí sé que a mí también me sirve aquello de «me he convertido en un animal de carga y, precisamente así, estoy contigo».

Una última pregunta, propia del oficio de periodista… ¿Qué destacar de su pontificado? Hay quien distingue su altura y honestidad intelectual, que le ha permitido entablar un diálogo fecundo con la cultura de nuestro tiempo, entre otras razones, porque ha tocado la identidad última del hombre; quien subraya su integridad, manipulada dentro y fuera de la Iglesia como integrismo. Muchos enfatizan la “operación limpieza” que unos aplauden y otros enjuician como tardía y errática, y que el papa ha referido, sobre todo, a los lobos de los abusos, pero también a los jabalíes que devastan de otros modos. Muchos coinciden al reseñar su renuncia, hasta la fecha, el acto más inesperado del catolicismo contemporáneo. 

Sin embargo, son pocos quienes reparan en sus últimos años, en los que el hombre sencillo se ha retirado al lugar de los pequeños, la oración en lo escondido. Donde el profesor bávaro ha seguido instruyendo con un magisterio que no ha dejado indiferente ni ha sido siempre comprendido -es lo que tiene ser signo de contradicción-, pero que sigue dando frutos porque la verdad no se agota. Un tiempo en el que el pastor manso ha seguido cargando con un yugo del que nunca ha pretendido liberarse, pues así obran quienes aman a las ovejas y al dueño del rebaño mucho más que a su propia vida. 

Gracias, santo padre. Mil gracias. 

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