Burlas a Gabriel (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Burlas a Gabriel (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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Leí el otro día una información sobre un joven que ha alcanzado la mejor nota de la EvAU de la Comunidad de Madrid, aunque la razón de que haya sido noticia no es su resultado académico, sino que le han llovido críticas en las redes sociales porque quiere cursar Filología Clásica. La pregunta más repetida ha sido por qué ese grado “si no tiene salidas”, a lo que el chaval contestó en una entrevista en la Cadena Ser que su prioridad es “ser feliz” antes que “el éxito seguro”. “Lo que más me gusta es el origen y la base antropológica del lenguaje”, explicó Gabriel.

Precisamente, la semana pasada estuve hablando con Xosé Manuel Domínguez Prieto, que lamentaba que el horizonte educativo hoy es entrar con ventaja al mercado laboral, cuando la propuesta tiene que ser mucho más amplia. Según el profesor, la educación trasciende completamente este límite empobrecido y generalizado en Occidente e implica reconocer que su elemento esencial es el crecimiento integral del alumno. En este sentido, pide recuperar la figura del educador como aquél que acompaña y enseña a vivir.

El problema es que esta perspectiva ni se sospecha en las leyes, planes educativos o en la formación del profesorado. Relacionado con ello está que la instrucción humanística (que incluye a las ciencias y que no tiene un planteamiento meramente teórico, pues se propone para ayudar a madurar vital e intelectualmente) esté cada vez más abandonada. Si no tiene entrada, lógicamente, no puede tener salida.

Por otro lado, me llama la atención el interés de este joven por el lenguaje. En una tribuna reciente, Juan Manuel de Prada plantea que la inteligencia media de la población decrece generación tras generación. Hablar de una pérdida de inteligencia quizás resulta exagerado, pero resulta interesante la tesis de Christophe Clavé que recoge para sostener el empobrecimiento del lenguaje como una de las causas, evidenciado en la reducción del vocabulario que empleamos en nuestras conversaciones, pero también en la creciente dificultad que experimentamos a la hora de expresar un pensamiento complejo, captar el lenguaje literario o los razonamientos propios del lenguaje filosófico. La consecuencia es que cada vez resulta más sencillo manejar a la población, que reacciona de forma programada, obedeciendo al marco mental hegemónico.

Lleva razón, si entendemos que el logos es pensamiento, discurso y razón. Pongamos como ejemplo la normalización del aborto, celebrando que el Tribunal Supremo en Estados Unidos haya derogado el fallo que lo convirtió en un derecho constitucional en 1973. Si bien esta práctica no ofrece dudas (consiste en matar voluntariamente al embrión), la propaganda programada en las últimas décadas, a golpe de discurso persuasivo y de eufemismos, ha contaminado tanto la legislación como el imaginario colectivo, apartando el debate social de la lógica y del razonamiento. ¿Hay vida en el vientre materno? Sí. ¿Es humana? No está claro. ¿En qué plazo se puede matar? Depende. Si se contrapone al derecho al aborto con el derecho a la vida, ¿qué es el derecho? No hay respuesta.

Cada vez más se tiende a una educación compartimentada donde hay que prepararse para el mercado laboral y, en este propósito, las humanidades no sirven, distraen, como dijo el ministro Wert. Habrá que plantearse entonces el perfil requerido: jóvenes con competencias, pero manejables, o nutridos y armados para hacer frente a la manipulación.

Carola Minguet es responsable de Comunicación.

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