Defendamos la democracia (Cardenal Antonio Cañizares, La Razón)

Defendamos la democracia (Cardenal Antonio Cañizares, La Razón)

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En los momentos que vivimos quiero expresar mi parecer una vez más, que parece que estemos olvidándola, y es la democracia. La recta razón reclama que la sociedad libre, democrática, justa y en paz se asiente en unos valores, derechos y principios básicos, no manipulables, no negociables y válidos para todos, son además pre-políticos y no coyunturales. Lo contrario la pondría en serio peligro

Por eso las democracias necesitan de una base antropológica adecuada. La sociedad democrática es posible en un Estado de derecho, más aún, sobre la base de una recta razón y recta concepción de la persona humana. La persona humana y su dignidad, el hombre, el ser humano, es la base y el fi n inmediato de todo sistema social y político, especialmente del sistema democrático que afirma basarse en sus derechos y en el bien común que siempre debe apoyarse en el bien de la persona y en sus derechos fundamentales e inalienables.

La sociedad, y dentro de ella el Estado, está al servicio del hombre, de cada ser humano, de las personas, de todas y de cada una, de su defensa y de su dignidad, si quiere estar al servicio del bien común, inseparable del bien de la persona. Los derechos humanos no los crea el Estado, no son fruto de un consenso democrático, no son concesión de ninguna ley positiva, ni otorgamiento de un determinado ordenamiento social, ni de ningún pacto social. Estos derechos son anteriores e incluso superiores al mismo Estado, son prepolíticos, anteriores a cualquier ordenamiento jurídico regulador de las relaciones sociales; el Estado y los ordenamientos jurídicos sociales han de reconocer, respetar y tutelar esos derechos que corresponden al ser humano. El ciudadano, su desarrollo, su perfección, su felicidad, su bienestar, son la base y el objetivo de toda sociedad en convivencia y de todo su ordenamiento jurídico. Cualquier desviación por parte de los ordenamientos jurídicos, de los sistemas políticos o de los Estados en este terreno nos colocaría en un grave riesgo de totalitarismo, incapaz, por lo demás, de lograr una sociedad vertebrada, justa y razonable. Entre los derechos humanos de los que venimos hablando habrá que tener muy en cuenta los que se refieren a la mujer; y en este sentido no puede considerarse aquellos países que la mujer no sea reconocida en su dignidad y grandeza: la trata de mujeres, la esclavitud, la explotación de la mujer por la prostitución tanto por parte de los que la promueven y se enriquecen por este negocio como los «clientes», la violencia machista contra la mujer, etc., una sociedad democrática y vertebrada no debería tolerarlo y ha de legislar en favor de la mujer.

La sociedad para crecer y para su desarrollo y verdadero progreso necesita una ética que se fundamenta en la verdad del hombre y reclama el concepto de persona como sujeto trascendente de derechos fundamentales. La razón y la experiencia muestran que la idea de un mero consenso social que desconozca la verdad objetiva fundamental acerca del hombre y de su destino trascendente es insuficiente como base para un orden social honrado y justo; sin esto, tarde o temprano, la sociedad se desmorona y se desarticula.

Una sociedad se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve. En la base de estos no pueden estar provisionales y volubles mayorías de opinión, sino el reconocimiento de una ley moral objetiva, que, en cuanto ley natural inscrita en el corazón del hombre, en su propia gramática, es punto de referencia normativa de la misma ley civil.

En los últimos decenios parece que se han subvertido gran parte de los valores en los que se basa nuestra sociedad y que pertenecen al patrimonio común en que se enraíza.

Algunos confunden la realización de la sociedad con la producción libre por parte de cada uno de los ciudadanos de aquellos criterios y valores de comportamiento que considere; se cree que esto es la democracia, o se la reduce al juego de mayorías y minorías parlamentarias o de partidos. Pero la democracia como mejor sistema para la vertebración de una sociedad no puede convertirse en un substitutivo o sucedáneo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. Lo contrario nos llevaría a su destrucción. La democracia es un instrumento de la sociedad, su valor cae o se sostiene según los valores objetivos que encarne y promueva; afirmar esto es servir a la democracia y hacer posible la construcción de una sociedad justa. A partir de esto es fácil entrever lo que pienso sobre España y sobre Occidente-Europa. Debo advertir con toda claridad que legislaciones como la ley trans, que no respeta la dignidad de la persona, el bien común, la mujer…, o la de memoria histórica que no respeta la verdad ni los hechos y que conduce a la división no son democráticas.

Antonio Cañizares Llovera es cardenal

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