El último estudio contra la violencia machista (Carola Minguet, Religión Confidencial)

El último estudio contra la violencia machista (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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El último estudio contra la violencia machista (Carola Minguet, Religión Confidencial)

El “V Macroestudio contra la violencia de género”, elaborado por la Fundación Mutua Madrileña y Antena 3 Noticias, recoge que uno de cada cinco chicos de entre 16 y 21 años no cree que sea vejatorio golpear, empujar o amenazar a su pareja tras una discusión y un 31% ve normal controlar su forma de vestir, así como su móvil y redes sociales. Además, el 15% y el 25% no considera que obligar a su novia a tener relaciones sexuales o insultarla sean formas de maltrato.

Las instituciones que han impulsado el documento afirman en un comunicado que la banalización de la violencia contra las mujeres por parte de los jóvenes es el “mayor foco de preocupación” tras los resultados obtenidos, pues sólo el 23% lo percibe como un problema. El trabajo revela también que más de la mitad de la población estima que el fácil acceso a la pornografía y a determinados tipos de música explican esta tolerancia, de modo que una mayoría se muestra favorable a la implantación de medidas para que los menores no accedan a dichos contenidos. Asimismo, piden sensibilización en las aulas.

Entiendo que tanto el estudio como las noticias que lo recoge quieren advertir de una carencia que deriva en que aún haya una mentalidad machista y, por lo tanto, poco formada (mejor dicho, deformada) por la que hay hombres que creen tener el derecho de tratar mal a las mujeres y mujeres que normalizan ser agredidas, controladas o manipuladas. Es decir, parece que se quiere insistir en que todavía falta formación en este tema, y es posible que en algunos casos sea así.

Ahora bien, en este gravísimo problema cabe un planteamiento de fondo que, a su vez, apunte más alto. Si se enseña a los jóvenes que el amor es una cuestión sólo de sentimientos y placer, como el planteamiento de entrada está desenfocado, todo estará desenfocado. No resulta posible vivir bien una relación cuando el propósito que se persigue no es el que debiera alcanzarse. Si la meta se disipa, el camino se confunde. Si el fin al cual está ordenada la sexualidad y la afectividad se ignora, es normal que todo se desequilibre.

Esto no quiere decir que no perviva el machismo, que existe. O que no haya mujeres que, siendo conscientes de su dignidad, sean víctimas. Claro que las hay. El problema está. Y es mayúsculo. Ahora bien, ¿radica en que no se han puesto suficientes medios para educar? ¿Y en el libre acceso a Internet?

Es cierto que la pornografía está creando un caldo de cultivo (y no sólo entre los jóvenes, no seamos ingenuos) para la proliferación de la violencia sexual. Que determinados subgéneros de música (ojo con las letras trap, son para ponerse a temblar) contribuyen a consolidar actitudes enfermizas. En este sentido, resultan razonables propuestas como el control parental o el pasaporte digital. Ahora bien, son insuficientes. El porno no debe ser controlado, sino erradicado. Y apremia fomentar la belleza a través de la cultura, no sólo escandalizarse del feísmo y el malditismo de moda.

Tampoco es cuestión de poner más recursos en las aulas, sino de afinar la programación, pues llevamos años con un planteamiento que no funciona. Los planes educativos se centran en el consentimiento o en la prevención de los embarazos y las enfermedades de transmisión sexual, pero no en qué es el amor y cómo debe vivirse. Si de lo que se trata es de sentir y tener experiencias gratificantes, habrá damnificados. Sin embargo, si los jóvenes comprenden que se trata de una vocación, podrán discernir y enfocar lo que está borroso. Si descubren el amor como una donación recíproca que enaltece el barro del que estamos hechos, vivirán con realismo.

La dificultad no radica, por tanto, en que no haya un interés social compartido en que no se puede maltratar o despreciar a ninguna mujer (que, obviamente, ha de darse) sino en que, en el momento en que se desenfoca cuál es la finalidad del amor, da igual cuánto insistas a un hombre en cómo debe relacionarse con una mujer y a una mujer en cómo debe relacionarse con un hombre. Los dos, o al menos uno de ellos, vivirá la relación de un modo desordenado. Y necesariamente aquello acabará en el desorden. Un desorden podrá ser el maltrato, y no sólo en los hombres, sino también en las chicas que, por debilidad afectiva, están enganchadas a imbéciles que no las respetan y son incapaces de dejarlos. Pero también puede derivar en desórdenes de otra naturaleza como la infidelidad o la promiscuidad.

Por otro lado, no puede olvidarse que educan las personas. En este sentido, se podría incluso tener un buen plan, pero sin instructores valiosos para impartirlo, no servirá de nada. Sobre todo, debe tenerse en cuenta que este adiestramiento se da en la familia y que, a su vez, hay familias a las que urge ayudar y acompañar.

Al final, es una cadena, y las cadenas no se engranan con pomadas. No están mal estas medidas; hay que sensibilizar y prevenir, claro que sí. Pero apremia una educación integral. Habrá quien piense que esto es metafísico, por así decirlo, y escapa a un currículum. Bueno, vale, pero es que el hombre lo es. Y no nos vale cualquier cosa. Hay que echar cargas de profundidad y de verdad, ya está bien de parches. Los jóvenes lo están esperando y anhelando.

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