Escucha y acompáñala (María José Beneyto, Paraula)

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Después de 20 años después de que la Asamblea General de las Naciones Unidas designara el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y a pesar de los esfuerzos realizados por todos, hoy seguimos encontrando que las cifras de mujeres que viven, sufren y soportan la violencia siguen siendo aterradoras.

En España, a fecha 30 de octubre de este año, ya hay 51 mujeres que han fallecido a manos de sus parejas, 5 mujeres más que en octubre de 2018, 7 más que en 2017 y 11 más que en 2016… Y las sentencias condenatorias, así como las denuncias relacionadas con esta causa han aumentado en el último año. Aunque hace tiempo que este problema dejó de ser un asunto privado que se resolvía dentro de la familia, convirtiéndose en una cuestión mundial que aqueja a mujeres de todo el planeta; sigue siendo un grave problema ante el que todos tenemos algo que decir y hacer.

Las estadísticas no han podido corroborar un perfil único de la mujer víctima, porque esta violencia no solo afecta a familias con problemas, desestructuradas o marginales; sabemos que existe maltrato en todos los estratos sociales, esferas culturales, religiones... El documento Iglesia, servidora de los pobres, de la Conferencia Episcopal (2015) hace referencia explícita a esta violencia y a la necesidad de actuar: “Igualmente nos duele sobremanera la violencia doméstica que tiene a las mujeres como sus principales víctimas.

Resulta necesario incrementar medidas de prevención y de protección legal, pero sobre todo fomentar una mejor educación y cultura de la vida que lleve a reconocer y respetar la igual dignidad de la mujer”. En Amoris laetitia el Papa Francisco aborda esta realidad, que tacha de “vergonzosa” y “contraria a la naturaleza de la unión conyugal”. La violencia contra la mujer es una realidad dolorosa que se ahoga en el silencio, la estigmatización y la vergüenza que sufren muchas víctimas.

Para los católicos es un pecado social ante el que tenemos el deber moral de actuar. ¿Y qué podemos hacer? Si hay algo que todos, profesionales expertos o no, vecinos, amigos, familiares, sacerdotes, compañeros de trabajo, agentes de pastoral y comunidades cristianas… podemos hacer, es creer en la víctima, escucharla y acompañarla. Es el primer paso para poder ayudar. Poner palabras a esta cruel lacra, dar voz a las vivencias de maltrato, sentir una mano tendida ante esa realidad dolorosa, muchas veces lo puede ser todo para la víctima

En la Iglesia ni miramos hacia otro lado, ni hacemos oídos sordos. Como Iglesia estamos llamados a atender a todas las mujeres -creyentes o no- que sufren esta violencia, ellas deben ser objeto de nuestro respeto a su dignidad como personas y como mujeres.

María José Beneyto

Decana Facultad Psicología

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