Fiesta de Santiago (Cardenal Arzobispo Antonio Cañizares, La Razón)

Fiesta de Santiago (Cardenal Arzobispo Antonio Cañizares, La Razón)

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Mañana día 25 celebraremos la fiesta de Santiago, nuestro apóstol, evangelizador ardiente, patrono de España. Y la verdad es que uno se siente incómodo ante el hecho de que en nuestra Comunidad como en otras –no en todas, gracias a Dios– no sea un día festivo.

No acabo de entender como el Patrón de nuestra nación española, de la patria de todos cuantos vivimos en las distintas Comunidades, no nos une en una fiesta común. Y más aún en unos momentos como los que estamos viviendo en que se necesitan gestos que fortalezcan la unidad en la diversidad de las gentes, pueblos y regiones de España. La historia de nuestra patria española está amasada, en efecto, con la figura del Apóstol. Lo queramos o no, los hechos son los hechos, y sin la fe transmitida por los apóstoles ni hay España, ni se puede entender la España que hay.

Además, después de san Benito, es en los caminos de Santiago donde surge la conciencia de Europa; ella se ha encontrado a sí misma alrededor de la memoria de Santiago; ella ha nacido peregrinando hacia la tumba del Apóstol. Y es en nombre de Santiago como se evangeliza gran parte de la América descubierta.

Su sepulcro, en Compostela, y su memoria es punto de convergencia para Europa y para toda la cristiandad. Es mucho, en efecto, lo que España, Europa y América deben a Santiago. Su legado, que es el testimonio y la fe de Jesucristo, están en nuestras raíces.

Nuestra identidad, la identidad de nuestros pueblos, de los pueblos de Europa y la de los pueblos de América es, en efecto, incomprensible sin el cristianismo. Todo lo que constituye nuestra gloria más propia tiene su origen y consistencia en la fe cristiana que ha configurado el alma de nuestros pueblos. Nuestra cultura y nuestro dinamismo constructivo de humanidad, el reconocimiento y la defensa de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables, el profundo sentimiento de justicia y libertad, el amor a la familia, y el respeto a la vida, el sentido de tolerancia y de solidaridad, patrimonio todo él del que nos sentimos legítimamente orgullosos, tienen un origen común; la fe cristiana, en cuya base se encuentra el reconocimiento de la verdad del hombre y su pasión por el hombre y su defensa.

Esta verdad y defensa del hombre, de la persona humana y de su libertad, bases de una sociedad democrática y de una convivencia en paz, son inseparables de la fe en el Dios y Padre de Jesucristo, Creador de todo, que ama a cada ser humano por sí mismo, y que, en un supremo gesto de amor, ha enviado su Hijo Único al mundo para que se hiciese hombre y compartiese en todo nuestra condición humana, menos en el pecado, entregase su vida por nosotros, y resucitase vencedor de la muerte para la salvación de todos.

Ningún continente ha contribuido más al desarrollo del mundo, tanto en el terreno de las ideas como en el del trabajo, en el de las ciencias y las artes, como en el campo del progreso, como el nuestro. Precisamente porque no hay desarrollo ni progreso humano al margen de la verdad del hombre y menos aún en contra de ella. Esta verdad del hombre la encontramos en Jesucristo, visto y oído, experimentado y palpado en la historia, anunciado y testificado por los Apóstoles. Y la verdad nos hace libres. La verdad del hombre en toda su profundidad y extensión es fuente de libertad auténtica. La fe permite al hombre conocerse a fondo, descifrar el enigma de su existencia, situarse justamente en su libertad. Esto, los españoles se lo debemos a Santiago. A él somos deudores de la visión y aprecio de la libertad que, lo queramos o no, en el mundo ha venido de la fe.

No pretendo volver a una vieja cristiandad, ni revivir ningún «sueño de Compostela». Lo que me importa realmente es que España se vuelva a encontrar a sí misma, que sea ella misma, que descubra sus orígenes y avive sus raíces; que reviva aquellos valores que hicieron gloriosa su historia y benéfica su presencia en otros continentes. Nuestra sociedad necesita una reconstrucción que exige sabiduría y hondura espiritual. La recuperación de la fi esta de Santiago y avivar las raíces que él nos evoca podrían contribuir en alguna medida a esa reconstrucción. Eso sí que es memoria histórica.

Mañana día 25 celebraremos la fiesta de Santiago, nuestro apóstol, evangelizador ardiente, patrono de España. Y la verdad es que uno se siente incómodo ante el hecho de que en nuestra Comunidad como en otras –no en todas, gracias a Dios– no sea un día festivo.

No acabo de entender como el Patrón de nuestra nación española, de la patria de todos cuantos vivimos en las distintas Comunidades, no nos une en una fiesta común. Y más aún en unos momentos como los que estamos viviendo en que se necesitan gestos que fortalezcan la unidad en la diversidad de las gentes, pueblos y regiones de España. La historia de nuestra patria española está amasada, en efecto, con la figura del Apóstol. Lo queramos o no, los hechos son los hechos, y sin la fe transmitida por los apóstoles ni hay España, ni se puede entender la España que hay.

Además, después de san Benito, es en los caminos de Santiago donde surge la conciencia de Europa; ella se ha encontrado a sí misma alrededor de la memoria de Santiago; ella ha nacido peregrinando hacia la tumba del Apóstol. Y es en nombre de Santiago como se evangeliza gran parte de la América descubierta.

Su sepulcro, en Compostela, y su memoria es punto de convergencia para Europa y para toda la cristiandad. Es mucho, en efecto, lo que España, Europa y América deben a Santiago. Su legado, que es el testimonio y la fe de Jesucristo, están en nuestras raíces.

Nuestra identidad, la identidad de nuestros pueblos, de los pueblos de Europa y la de los pueblos de América es, en efecto, incomprensible sin el cristianismo. Todo lo que constituye nuestra gloria más propia tiene su origen y consistencia en la fe cristiana que ha configurado el alma de nuestros pueblos. Nuestra cultura y nuestro dinamismo constructivo de humanidad, el reconocimiento y la defensa de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables, el profundo sentimiento de justicia y libertad, el amor a la familia, y el respeto a la vida, el sentido de tolerancia y de solidaridad, patrimonio todo él del que nos sentimos legítimamente orgullosos, tienen un origen común; la fe cristiana, en cuya base se encuentra el reconocimiento de la verdad del hombre y su pasión por el hombre y su defensa.

Esta verdad y defensa del hombre, de la persona humana y de su libertad, bases de una sociedad democrática y de una convivencia en paz, son inseparables de la fe en el Dios y Padre de Jesucristo, Creador de todo, que ama a cada ser humano por sí mismo, y que, en un supremo gesto de amor, ha enviado su Hijo Único al mundo para que se hiciese hombre y compartiese en todo nuestra condición humana, menos en el pecado, entregase su vida por nosotros, y resucitase vencedor de la muerte para la salvación de todos.

Ningún continente ha contribuido más al desarrollo del mundo, tanto en el terreno de las ideas como en el del trabajo, en el de las ciencias y las artes, como en el campo del progreso, como el nuestro. Precisamente porque no hay desarrollo ni progreso humano al margen de la verdad del hombre y menos aún en contra de ella. Esta verdad del hombre la encontramos en Jesucristo, visto y oído, experimentado y palpado en la historia, anunciado y testificado por los Apóstoles. Y la verdad nos hace libres. La verdad del hombre en toda su profundidad y extensión es fuente de libertad auténtica. La fe permite al hombre conocerse a fondo, descifrar el enigma de su existencia, situarse justamente en su libertad. Esto, los españoles se lo debemos a Santiago. A él somos deudores de la visión y aprecio de la libertad que, lo queramos o no, en el mundo ha venido de la fe.

No pretendo volver a una vieja cristiandad, ni revivir ningún «sueño de Compostela». Lo que me importa realmente es que España se vuelva a encontrar a sí misma, que sea ella misma, que descubra sus orígenes y avive sus raíces; que reviva aquellos valores que hicieron gloriosa su historia y benéfica su presencia en otros continentes. Nuestra sociedad necesita una reconstrucción que exige sabiduría y hondura espiritual. La recuperación de la fi esta de Santiago y avivar las raíces que él nos evoca podrían contribuir en alguna medida a esa reconstrucción. Eso sí que es memoria histórica.

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