Gaza, antisemitismo y la Universidad española (Tamar Shuali, Valencia Plaza)

Gaza, antisemitismo y la Universidad española (Tamar Shuali, Valencia Plaza)

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El 7 de octubre de 2023, el grupo terrorista Hamas (reconocido oficialmente como tal por la UE) atacó brutalmente la zona fronteriza del sur de Israel conocida por el nombre de "circunvalación de Gaz"” (Otef Gaza), destruyendo por completo comunidades enteras de ciudadanos pacíficos; degollando, mutilando, violando y asesinando a 1.300 de ellos; dejando heridos al menos a 3.400, además de secuestrar a 240 personas de edades comprendidas entre 9 meses y 82 años. El ataque de Hamas supuso borrar de la faz de la tierra a familias enteras, enterrando 76 años de fructífera producción agrícola y desarrollo regional que contribuyó tanto al bienestar económico de los ciudadanos israelíes como de los palestinos que trabajaban en esas granjas. El ataque de Hamas fue un acto consciente de genocidio, por cuanto fue dirigido de manera específica contra los residentes de esa zona por el hecho de ser judíos, con la intención de asesinarlos. Y los que no fueron asesinados es porque, o bien lograron escapar de las garras de los terroristas, o bien fueron tomados como rehenes para ser utilizados como escudos humanos, o para ser intercambiados por otros terroristas detenidos en las cárceles israelíes.

Vivian Silver, fundadora del movimiento Woman Wage Peace Women y del Centro árabe-judío para el empoderamiento, la igualdad y la cooperación, y activista a favor de la creación del Estado palestino, soñaba con construir un espacio de convivencia en la zona junto con otras mujeres judías y palestinas. Hamas enterró ese sueño, asesinándola en su casa de Beeri. Eyal Valdman, científico y empresario israelí y creador de Mellanox, una avanzada empresa de tecnología informática, hoy integrada en Nvidia, que había establecido lazos de cooperación con la Autoridad Palestina, perdió a su hija y su pareja en el festival Nova, donde 364 civiles fueron asesinados de manera indiscriminada –entre ellos, numerosos ciudadanos palestinos y de diversos países del mundo– y 40 fueron secuestrados. Eyal decidió que la respuesta al sufrimiento y la opresión que Hamas ha impuesto a los ciudadanos de Gaza era darles una nueva esperanza de futuro y realizar una inversión económica sin precedentes en la zona, creando empresas de alta tecnología. Y, como él, decenas de familias que han perdido a sus seres queridos en el mayor asesinato masivo de judíos perpetrado tras el Holocausto, siguen hoy creyendo en la paz y en la reconciliación con el pueblo palestino, más que nunca.

He de confesar que es muy duro mantenerse ajeno e indiferente ante la tragedia que está teniendo lugar en Gaza y la cantidad ingente de muertos, adultos y niños, causados por los bombardeos israelíes en la zona, pero también el hambre, la sed y los desplazamientos forzados de la población. Y creo que el método seguido por Israel para lograr la liberación de los secuestrados y la aniquilación de Hamas no es el más adecuado. Y a los hechos me remito: seis meses después del ataque terrorista, ni todos los secuestrados han sido liberados –por el contrario, muchos de ellos han sido ya asesinados y sólo unos pocos han sido liberados–, ni Hamas ha sido eliminada y, por el contrario, sus comandos siguen resistiendo y causando víctimas, tanto entre los soldados israelíes, como entre los propios ciudadanos gazatíes. En este sentido, comprendo también la rabia y las protestas que se han desatado en los campos universitarios a uno y otro lado del Atlántico. Pero no puedo aceptar de ninguna manera la ola de repugnante antisemitismo que subyace, a veces de manera sutil, a veces de manera grosera, en muchos de los posicionamientos y manifestaciones que se están haciendo frente a la guerra en Gaza. El conflicto en Oriente Medio y, en particular, el conflicto palestino-israelí es un conflicto muy complejo de largo –demasiado largo– trazo histórico y muy cargado de tintes emocionales –se trata de dos pueblos que luchan por su propia sobrevivencia–, lo que da lugar a fáciles y simplistas utilizaciones sectarias, manipuladoras, demagógicas y –en el mejor de los casos– desinformadas.

Y mi rechazo ante esta grave situación lo comparte el propio Consejo Europeo que, en su reunión del pasado mes de diciembre de 2023, manifestó su "profunda preocupación por los alarmantes incidentes recientes", y reiteró su "condena en los términos más enérgicos de todas las formas de antisemitismo y odio, intolerancia, racismo y xenofobia, incluido el odio anti musulmán", recordando, en este sentido, el plan de acción antirracismo de la Unión Europea y la Estrategia de la UE de Lucha contra el Antisemitismo y Apoyo a la Vida Judía, "cuya rápida aplicación –dice Consejo Europeo– es esencial para la seguridad de las comunidades judías".

La misma utilización del término "genocidio" para referirse a la actuación del ejército israelí en Gaza tiene en sí misma un alto componente antisemita. Se trata de utilizar en contra de Israel y del ejército israelí, en tanto que judíos, un término inventado para describir precisamente el exterminio sistemático del pueblo judío por parte de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, causando con ello más dolor aún al ya causado, no sólo por lo ocurrido durante el Holocausto, sino por los sucesos del pasado 7 de octubre de 2023. Israel no busca con su actuación –por muy desproporcionada que ésta sea, y lo es– la exterminación del pueblo palestino. Los palestinos viven bajo el gobierno israelí en gran parte desde 1948, y desde 1967 en lo que hoy se denominan territorios ocupados. Y, sin que se puedan negar los innumerables abusos cometidos sobre el pueblo palestino a lo largo de todos estos años, incluido el desplazamiento forzado de poblaciones –lo que los propios palestinos denominan Al Nakba–, no se puede decir en absoluto que Israel haya pretendido exterminar a los palestinos como pueblo. Los palestinos son hoy el 21 por cien de la población israelí, incluyendo a musulmanes y cristianos. Y muchos de ellos han ocupado y ocupan puestos relevantes en la sociedad, en la política –están presentes en el parlamento y en el gobierno local–, en la academia y en la vida cultural y artística de Israel. El propio ejército de Israel, al que un amplio sector de los medios de comunicación españoles denomina con gran frivolidad e ignorancia "ejército hebreo", está formado no sólo por ciudadanos judíos, sino también por ciudadanos drusos y árabes beduinos, que pueden alcanzar los rangos más elevados. Difícilmente se le puede denominar a eso un intento consciente de exterminio del pueblo palestino, similar al llevado a cabo por los nazis en Alemania y otros países europeos, o, por ejemplo, por los turcos con los armenios a principios del siglo pasado, o por los hutus con los tutsis en Ruanda, en los años 1963 y 1994.

Y, desde luego, como universitaria española que soy, no, puedo aceptar el injusto e impertinente pronunciamiento de la Conferencia de Rectores de las universidades españolas sobre el conflicto de Gaza. Comparto con ese escrito la exigencia del "cese inmediato y definitivo de las operaciones militares del ejército israelí, así como de cualquier acción de carácter terrorista" y, desde luego, de "la liberación de las personas secuestradas por Hamas", así como la solicitud de "la entrada en Gaza de toda la ayuda humanitaria que pueda proveerse". Pero no puedo compartir en absoluto su decisión de "[r]evisar y, en su caso, suspender los acuerdos de colaboración con universidades y centros de investigación israelíes que no hayan expresado un firme compromiso con la paz y el cumplimiento del derecho internacional humanitario".

Esta decisión es injusta porque ignora los amplios y abundantes pronunciamientos de la academia israelí en contra de la guerra, en contra del gobierno extremista del señor Netanyahu y a favor de la paz y del entendimiento negociado con los palestinos. Y es injusta también porque esas universidades a las que se quiere boicotear están preñadas de multitud de profesores y alumnos palestinos, tanto ciudadanos israelíes, como procedentes de los territorios ocupados. Y, desde luego, es impertinente porque demuestra una injustificada arrogancia o pretensión de superioridad moral frente a universidades que llevan luchando por la paz y el engrandecimiento intelectual de los ciudadanos israelíes –judíos, cristianos, musulmanes y drusos– y también de los territorios ocupados, en las peores circunstancias, desde su fundación. Universidades que, además superan con mucho a las universidades españolas en todos los rankings de excelencia académica: cuatro de ellas se encuentran entre las 200 mejores del mundo, de acuerdo con el Shangai Academic Ranking of World Universities (el Weizmann Institute of Science, Rehovot, puesto 68; el Technion - Instituto Tecnológico de Israel, Haifa, puesto 79; la Universidad Hebrea de Jerusalén, puesto 86 –promovida por Haim Weizmann e inaugurada en 1925 con una conferencia de Albert Einstein; y la Universidad de Tel Aviv, puesto 201), mientras que hay que irse mucho más abajo en la lista para poder encontrar a una universidad española: la de Barcelona, entre las 300 mejores.

¿No hubiese sido mucho mejor precisamente hacer un pronunciamiento a favor del mundo académico israelí –y la mayoría de la población israelí– que lleva desde enero de 2023 luchando y pronunciándose en manifestaciones masivas en las calles, casi a diario, contra la deriva autoritaria del gobierno de Netanyahu? ¿Y no hubiese sido más equilibrado hacer ese pronunciamiento a favor del mundo académico israelí, de la misma manera que se hace a favor de "[i]ntensificar la cooperación con el sistema científico y de educación superior palestino", sin que se le haga, a cambio, exigencia alguna de condena del terrorismo ni de los actos barbáricos y genocidas de Hamas?

Quizá los rectores españoles deberían preocuparse más, de verdad, de que "no se produzcan conductas, igualmente reprobables, de antisemitismo o islamofobia" en nuestras universidades, como dicen en su escrito. Porque la verdad es que esas conductas se están produciendo, sin condena institucional alguna. No en balde, de acuerdo con los datos de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, España es el país de Europa donde más incidentes de comentarios negativos sobre los judíos se producen (39,1% de los incidentes, frente al 34,5% de la media europea) y, lo que es peor, el mundo académico español es, con mucho, donde mayor es la presencia de ese tipo de incidentes antisemitas en Europa (38% de los incidentes, frente al 19% de la media europea). ¿No debería esto ser objeto de un pronunciamiento claro de rechazo por parte de los Rectores españoles, o cuando menos, objeto de su preocupación y dedicación?

Quizá su preocupación está hoy verdaderamente centrada, más allá de los límites de Gaza, en las concentraciones y manifestaciones pro-palestinas en los campos universitarios españoles.

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