Halloween es una pose (Carola Minguet, Las Provincias)
Noticia publicada el
jueves, 31 de octubre de 2024
Algunos se refieren a Halloween como un esperpento que los norteamericanos han convertido en un negocio universal. Otros sostienen que se trata de un rito cuyos orígenes se remontan a los antiguos celtas, aunque ciertas prácticas lo han vinculado a un culto al diablo, y, paradójicamente, se ha instaurado en nuestra cultura en sustitución de la solemnidad de Todos los Santos. Asimismo, como cualquier otra fiesta, puede analizarse desde la antropología social y cultural, y evidencia que el ser humano, aunque se esfuerce en eliminar su dimensión trascendente, no puede renunciar a ella. Concretamente, expresa su necesidad de relacionarse de algún modo con la realidad de la muerte, una tendencia natural que se ha dado en las civilizaciones desde los albores de la humanidad. Porque es innata a nuestra naturaleza, incluso en el experimento que vivimos de sociedades laicas no puede sofocarse, de ahí que se canalice, cada vez más, por medio de la superstición y la evasión.
Por otro lado, no hay que perder de vista que las celebraciones cristalizan formas de vivir los horizontes de sentido de una determinada cultura y quizás haya lugares, sobre todo en Estados Unidos, Canadá, Irlanda y Reino Unido, donde Halloween sea coherente con su herencia anglosajona. El problema es cuando esta cristalización se produce por un fenómeno de globalización, contagio o imitación; esto es, hacer lo que vemos en Netflix. Es lo que ha sucedido en España con esta noche, a diferencia, por ejemplo, de lo que ocurrió en países como México, Bolivia o Ecuador. En dichas tierras, el sincretismo entre festividades católicas como los Fieles Difuntos con algunas costumbres indígenas de honrar a los fallecidos derivó en el Día de los Muertos e hicieron propia esta tradición. Aquí, simplemente, hemos comprado y consumimos un producto manufacturado ajeno a nuestra historia.
No obstante, Halloween es también una pose. Reírse de la muerte, hacer de ella una representación burlesca, es una manera de creer que así se exorciza el miedo natural que nos despierta a todos. Es una especie de remedo, una versión de la triquiñuela de Epicuro, que en su carta a Meneceo escribe “la muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no”. El filósofo trató de sortearla con la razón, aunque ridiculizarla es otra manera de intentar escapar.
Es evidente que muchas personas no se disfrazan de bruja o retan a sus vecinos al truco o trato con esta ilusión. De hecho, la mayoría afirma que simplemente participa de la fantochada por pasárselo bien. Ahora bien, hay motivos y maneras de divertirse muy diferentes, pero alrededor de un hecho como la muerte, que es un drama que nos afecta a todos (recuerden o pregunten, si no, a quien ha enterrado a un ser querido) resulta desacertado, en la medida en que se trivializa algo que no es trivial. Nimio es decidir si te pones un zapato negro o marrón; el fallecimiento de un familiar, de un amigo, así como la propia muerte, no tienen nada de fútil.
Es decir, esta moda denota un deseo de exorcizar algo que no de esa manera se exorciza, de banalizar lo que no es banal, de querer domesticar un acontecimiento que es más grande que nosotros. Por eso Halloween es un infantilismo inútil, aunque se presente envuelto de una estética feísta, incluso siniestra.
Entonces, puesto que no celebra ni aporta nada, puede ser una ocasión para abrir los ojos ante una mentira más oscura que ver a los niños disfrazados de vampiros en las puertas de los colegios (lo cual estaría bien censurar, ahora que están en boga los ademanes inquisitoriales en la educación). El engaño es creer que tenemos un poder sobre la muerte, cuando seguimos esclavos del miedo a la muerte.
Ese miedo lleva a ocultarla, a relativizarla, incluso en una ensoñación que no es nueva, a lanzarse en búsqueda de la inmortalidad, aunque sea cibernética. Tanto es así que hay magnates invirtiendo sumas millonarias en esta fantasía (últimamente, sobre todo, en inteligencia artificial, que viene a ser una versión actualizada de la legendaria alquimia). Elegirla o anticiparla, por ejemplo, con la eutanasia, puede denotar también este temor, pese a que quienes la propugnan la vendan como una conquista de la libertad individual y del progreso social.
Podemos reírnos de ella o considerarla un tabú; despreciarla o intentar controlarla. Incluso generar una cultura de la muerte, y que el Estado la auspicie con estructuras y legislaciones, como ha ocurrido en España. Pero lo cierto es que la muerte nos supera, está por encima de nuestras fuerzas y nos va a visitar, por más que nos rebelemos contra ello. Es lo que no queremos, sin embargo, pasará.
Por eso Dios se ha hecho hombre. Ha hecho falta que se encarnara para dar la respuesta. Y somos libres para vivir mirando a quien ha roto estas ataduras, con la esperanza de que la muerte ha sido vencida.