Hijos de la esperanza (David García Ramos, Paraula)
Noticia publicada el
miércoles, 18 de mayo de 2022
Resulta paradójico que el suicidio suscite preocupación y consternación en una sociedad en la que aborto y eutanasia se presentan como derechos. Resulta paradójico porque los tres responden a la misma lógica perversa: que hay vidas que es mejor no vivir. Que hay vidas suprimibles. Querría añadir un cuarto caso: el de aquellos padres que nos preocupamos por haber traído hijos a un mundo que parece ya sin esperanza. Nacer es siempre un mal, afirma David Benatar, uno de los adalides del anti-natalismo. Existir, por poco dolor que hayamos experimentado, es siempre una maldición. Job no se cansa de repetirlo: «¿Por qué no morí yo al nacer?».
Aristóteles llamó ética eudaimónica a la búsqueda de la felicidad para llevar una vida buena. Para el filósofo griego ese tipo de vida estaba reservada sólo a unos pocos, pero lo cierto es que todos aspiramos a la felicidad. No hace falta ser hedonista ni egoísta: queremos nuestra parte de lo bueno. Estamos de acuerdo en que hay algo que nos mueve a vivir y a actuar de modo que podamos adquirir eso que hace que la vida sea algo bueno, pero nos cuesta coincidir en qué consiste la felicidad. Dilucidar qué es ese algo y cómo adquirirlo a través de las virtudes es tarea de la filosofía ética.
Desconozco si pensaban en esto al activar una línea telefónica de atención para aquellos que quieran acabar con su vida. Lo dudo mucho, cuando la felicidad se devalúa tanto que ya sólo significa «salud, amor y dinero»; cuando parece que está al alcance de todos, aunque nadie sea verdaderamente feliz; cuando significa vivir para uno mismo… Cuando estas cosas comienzan a suceder, no debería sorprendernos que el suicidio se haya convertido en la principal causa de muerte no natural entre jóvenes españoles.
El suicidio es el sacrificio que la sociedad pide sin saberlo cuando dice que hay vidas que es mejor no vivir. Por eso Durkheim lo presentaba regulado socialmente como un ritual: una lógica mortal y perversa que les dice a los jóvenes que es mejor no vivir ciertas vidas. Como si la sociedad les pidiera quitarse de en medio. Esta sociedad la formamos los que no hemos nacido de nuevo. Pues los hijos de los que nacieron de nuevo son la esperanza, dice Gregorio de Nisa. Naciendo de nuevo, nuestros hijos serán la esperanza. Hannah Arendt dijo que la natalidad es «el milagro que salva el mundo». Frente al suicidio, la felicidad de una natalidad abierta a todos, no solo a los nascituri: también a aquellos que descubren que una vida de sufrimientos indecibles puede salvarse. Sólo así podremos mirar a nuestros hijos esperanzados: creyendo en la posibilidad de nacer de nuevo.
David García Ramos es profesor de la Facultad de Filosofía, Letras y Humanidades.