La CEE invita a dialogar (Carola Minguet, Religión Confidencial)
Noticia publicada el
martes, 24 de enero de 2023
Monseñor Luis Argüello presentó hace unos días el documento titulado “El Dios fiel mantiene su alianza”. Según se explicita en el texto, no se trata de una nueva instrucción doctrinal o pastoral de la Conferencia Episcopal, sino de una invitación al diálogo sobre la persona, la familia y la sociedad en distintos contextos, más allá de las propias convicciones religiosas. También se anima a la presencia pública de los católicos en los ambientes e instituciones de los que forman parte. Se trata, por ello, de un trabajo abierto, a la espera de aportaciones que, continuando lo impulsado en el Congreso de Laicos y en el Itinerario sinodal, ayuden a completarlo.
La propuesta es laudable y deseable. Los obispos piden diálogo porque es urgente en esta hora de caos y confusión. Sin embargo, resulta difícil hacerlo efectivo en un ambiente cultural sobresaturado de información, donde el ejercicio de la racionalidad está tan empobrecido. Por otro lado, ¿cómo hablar y escuchar cuando se vive en mundos diferentes?
Un ejemplo de lo primero es el aborto, pues la ingeniería social ha instalado el debate en la sinrazón. Así, se ha negado dogmáticamente la evidencia de la vida intrauterina. Después se ha manipulado el concepto de libertad de la mujer para contraponerla en una balanza falaz a la vida del hijo y para enfrentarla al varón, pues se ha pasado de justificar al hombre que “dejaba embarazada” a una mujer y se desatendía (cuántos casos ha habido y hay) a obligarlo a no hacerse cargo (el hijo ahora sólo “es” de la madre). Incluso hay posturas en las que se da la paradoja de oponer la libertad al conocimiento con la reticencia a facilitar ciertas ecografías, cuando el conocimiento amplía siempre la libertad.
Para ello, ha sido necesario corromper la empatía con la embarazada. De este modo, si bien se han compartido experiencias de mujeres jóvenes, incluso menores, vulnerables, solas, enfermas, víctimas de la violencia, que se han visto abocadas a abortar, se ha silenciado tanto la frivolidad y dureza de la mayoría que ha abortado como la vivencia de aquellas que han seguido adelante. En este sentido, habría que renovar el discurso para que fuese realista.
El caso es que resulta ilusorio acudir a argumentos racionales para desmontar estos frentes cuando la práctica médica, jurídica o política que avala el aborto libre los ha rechazado. Y más complicado resulta conversar con tantas personas convencidas de que la realidad depende de lo que uno opina o siente. En definitiva, será infructuoso apelar a usar la razón si esa capacidad ha sido dañada o no está desarrollada; es como si a un niño pequeño le das a leer la Summa Theologiae.
¿Qué hacer entonces? No dejar de hablar, denunciar, proponer, desenmascarar los postulados ideológicos. Seguir clamando. Pero, conscientes de que el auditorio es un desierto, habrá que esforzarse en que haya terreno fértil donde ahora sólo hay arenales.
Ejemplo de lo segundo es el debate sobre la familia. En España cada vez más personas mantienen una relación afectiva con alguien de su mismo sexo, recurren a la fecundación in vitro para ejercer la paternidad y la maternidad como consideran, y, como muchas de ellas desean vínculos estables y auténticos, han establecido sus propios modelos de familia. En este caso, no es que haya que encontrar un plano argumental común, sino que viven, piensan y hablan de otra manera. Las vidas paralelas no se cruzan. Estamos en mundos distintos, incomunicados, inconmensurables.
La pregunta, en este supuesto, es si nos quedamos cada uno en nuestra casa, partido, universidad, periódico. Creo que hay que anunciar, sin ambages, la verdad del amor humano, pero es muy complicado que sea comprendida, más aún cuando en las nuevas generaciones está inoculada la ideología de género desde la infancia.
Quizás con los jóvenes toque a veces hablar sin discursos, con parábolas, agitando sus corazones. El corazón es un misterio. En otras ocasiones igual sea mejor callar, pero poniéndose a tiro con el testimonio de la propia vida. En cualquier caso, hay que esperarlos en el desierto, acogerlos, vendar sus heridas. Y darles de beber.