La primera Navidad ya fue de barro (Carola Minguet, Religión Confidencial)

La primera Navidad ya fue de barro (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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La primera Navidad ya fue de barro (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Gilbert Keith Chesterton afirmó que la Navidad provoca que sintamos “algo que nos sorprende desde atrás, de la parte oculta e íntima de nuestro ser, un momentáneo debilitamiento que, de una forma extraña, se convierte en fortalecimiento y descanso”. El genial periodista acudía asiduamente a la paradoja para zarandear al lector y mostrar lo que se ve y también lo que aparece velado. Ciertamente, dicho recurso literario es pertinente para escribir sobre esta festividad por las contradicciones que, aparentemente, encierra.

Así, resulta paradójico que la Navidad sea tan antigua y tan nueva. Tiene algo de atávica, pues está en el corazón de la cultura occidental; su conmemoración es antiquísima. Ahora bien, no sólo nos conecta con un acontecimiento que ha marcado y sigue marcando la historia, sino que engarza con la biografía de cada uno. Muestra de esto es que, aun cuando mucha gente no alcanza a entrar en ella ni sabe qué celebra, recurre sin embargo a tradiciones y costumbres familiares en estas fechas. La Navidad recuerda así, en la sencillez de replicar la receta de la abuela en Nochebuena, que el mundo y la historia no empiezan con nosotros. Quizás por eso también hay personas que sienten estos días añoranza de la infancia, y no sólo al recordar a quienes ya no están, sino porque intuyen que son depositarios de una herencia recibida que deben custodiar.

A su vez, la Navidad es actual, entre otras razones, porque la sociedad no puede dejar de celebrarla. Es decir, aunque hoy la gente la vive como puede, pues ha sido absorbida por la desacralización, el comercio y la frivolidad, resulta interesante una mirada más allá del juicio para pensar en este impulso que, sorprendentemente, lleva a todo el mundo a festejarla. ¿A qué se debe? ¿Sólo al negocio?

Una respuesta es que el hombre necesita la Navidad, aunque no sea consciente. Y si bien no sabe canalizar esta necesidad y se atiborra de purpurinas y mensajes superficiales (tantas veces contraproducentes para quien acaba de enterrar a un ser querido, está solo, enfermo, vive la injusticia o la violencia…), incluso recurre a acciones buenistas para tranquilizar su conciencia, la efeméride conecta, no obstante, con algo tan real como misterioso, la Encarnación, cuya potencia escapa a lo que podemos percibir y alcanza más allá de lo imaginable.

Y es que en la Encarnación se hacen presentes verdades profundas, aunque no nos demos cuenta, incluso si las rechazamos, lo cual es otra paradoja. Entre otras, está aquella que proclamaron los antiguos: caro cardo salutis, la carne es el quicio de la salvación. Dios ha querido salvar al hombre por el hombre, lo cual nos devuelve la esperanza en el hombre. Esto es algo que hemos vivido en la tragedia de Valencia, aunque pueda parecer forzado u oportunista relacionar la dana con la Navidad. La inundación de solidaridad, que está sacando lo mejor de muchos -especialmente de los jóvenes- ha sido una visita de Dios, que ha descendido con quienes se han metido en el barro, unos por una motivación cristiana, otros por altruismo. Da igual. Está siendo también una palabra para quienes reconocen las manos del Alfarero creando y recreando los pueblos, las casas y los corazones donde han acampado las tinieblas y caos.

Ahora bien, si uno lo piensa, la primera Navidad ya fue de barro. Dios se embarró en la Encarnación para no dejarnos a la deriva de nuestra debilidad y de nuestros límites, a merced de nuestro propio lodo. No retuvo ávidamente su dignidad, sino que se hizo uno de nosotros, como un siervo. Naciendo hombre, se pringó, se enfangó… hasta el extremo. No se me ocurre una paradoja más extraordinaria, la verdad.

Quizás, desde esta perspectiva, podamos redescubrir la belleza de este acontecimiento. Quizás, tomando conciencia de nuestro barro, podamos conmovernos ante el niño que nació una noche, hace dos mil años, en un establo.

La Navidad está llena de maravillosas paradojas.

Feliz y santa Navidad.

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