Los influencers y el Plan de Acción por la Democracia (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Los influencers y el Plan de Acción por la Democracia (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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Los influencers y el Plan de Acción por la Democracia (Carola Minguet, Religión Confidencial)

El Consejo de Ministros ha aprobado el anteproyecto de la ley del derecho de rectificación, que sustituye a la del año 1984. Según ha argüido el titular de Justicia, la norma quiere promover una mayor calidad en el debate público, facilitar y garantizar este derecho cuando los ciudadanos se vean afectados por una información falsa, así como adaptar las circunstancias de la rectificación a un entorno digital como es el actual. Por eso esta nueva ley incluye a los influencers, es decir, aquellos que tengan más de 100.000 usuarios en una red social o más de 200.000 sumando todas las plataformas, pues la difusión de las informaciones que propagan puede ser mayor a la de muchos periódicos o cadenas televisivas y radiofónicas tradicionales.

Además de las buenas prácticas de los medios de comunicación, del impacto social que tienen los bulos y las fake news o del posible oportunismo de la iniciativa, que deriva del controvertido Plan de Acción por la Democracia (¿está el Gobierno legislando para sí mismo, una vez más?), de este asunto llama la atención el peso creciente de las redes sociales, lo cual da que pensar sobre distintos temas.

Uno, visto el calibre que han alcanzado, es si convendría pasar más de ellas. La razón no es que sean nocivas; son un bolígrafo que puedes usar para escribir o para rayar las paredes, incluso para clavárselo en el cuello a tu vecino. Se trata de una herramienta, sin más. Ahora bien, ¿qué hace la gente tantas horas delante de una pantalla? Se puede, también, leer a Cervantes, serrar maderas para construir mesas, cultivar calabacines o aprender a tocar la guitarra. Asimismo, ¿por qué conformarse con la relación a través del móvil? Las mejores conversaciones acontecen en torno a una mesa o dando un paseo. Esto de las redes sociales no deja de ser una comunicación derivada, secundaria, descafeinada.

Por otro lado, está muy bien conectarse a una conferencia sobre Víktor Frankl, a un tutorial para arreglar el grifo de la cocina o a sesiones de pilates, pero que la primera (a veces incluso la única) fuente de información sea recurrir a los videos en lata es, cuanto menos, arriesgado. Es decir, conviene ir al mundo virtual sólo de visita, despegarse para que no te absorba y no sólo en el tiempo, sino también en el crédito que se le da.

De hecho, es este peso el que invita a pensar en el fenómeno de los influencers, más allá de la crítica fácil que despiertan. ¿Por qué triunfan como la Coca-Cola? Está claro que los patrocinios mueven este mercado. Que la gente se aburre. Que engancha interactuar con otros desde el anonimato que se brinda a los internautas... Hay motivos bien dispares. No obstante, entre ellos, sobresale uno: todo el mundo necesita -lo reconozca o no- modelos a los que emular. Sobre todo, los jóvenes, quienes llevan dentro las preguntas quién quiero ser y como quién quiero ser. No se puede sobrevivir sin un patrón. «Se encontrará que casi todos los hombres ... tienen ... algún héroe u otro hombre admirable, vivo o muerto, ... cuyo carácter intentan asumir y cuyas actuaciones trabajan por igualar. Cuando el original es bien elegido y copiado juiciosamente, el imitador llega a excelencias que nunca podría haber alcanzado sin esta dirección», escribió Samuel Johnson.

Entonces, la solución no es sólo custodiar si lo que dicen es falso o inexacto, sino preguntarse qué ha pasado, qué se ha perdido por el camino para que las nuevas generaciones no conozcan (o reconozcan) a los héroes auténticos y busquen sucedáneos. Estaría bien plantear, asimismo, qué hacer para que se dejen influenciar por lo que vale la pena, para que les afecte lo verdadero, lo bello, lo bueno, y no lo que es aparentemente bueno y bello, malo o falso.

Al final, ser vulnerable a los influencers depende del carácter, pero sobre todo del músculo moral y psicológico, de la madurez de cada cual, que lleva a poner las cosas en su sitio. En este sentido, está bien que haya leyes y controles, pero la clave es formar personas que sepan pasar por alto a los farsantes y reconocer a los referentes. Hay que tomarse en serio la educación para afrontar este desafío, en el que pintan poco los planes de acción para la democracia, ¿no creen?

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