Móviles en la escuela (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Móviles en la escuela (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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El mundo de la educación anda revuelto por la publicación del último estudio de PISA, donde España vuelve a sacar resultados preocupantes, así como por la reunión que ha convocado en enero la ministra Pilar Alegría con las comunidades autónomas para regular el uso de los móviles en escuelas e institutos.   

El Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos de la OCDE es interesante, aunque no deja de suscitar cierto recelo no saber exactamente qué hay detrás, cómo se plantea, si se realizan extrapolaciones al estilo de las que se han confeccionado en los recientes informes sobre los abusos en la Iglesia católica (por cierto, el despacho de Cremades acaba de entregar el suyo a los obispos al borde de incumplir el plazo; continúa el serial…). Por otro lado, resulta más urgente centrar el debate educativo en los móviles en el aula, más aún cuando los riesgos están probados tanto en el joven como en el funcionamiento de la escuela y siendo que ya hay países en Europa donde se han tomado medidas restrictivas con buenos resultados.    

Y es que el móvil en niños y adolescentes, que es en sí mismo un tema para analizar, cuando se lleva al terreno de los centros educativos se convierte en un temazo, entre otras razones, por el complejo sistema de adicción que genera. Basta acudir a la puerta de un colegio para comprobar cómo ha ido in crescendo el número de escolares imbuidos en las pantallas. Cada vez es más escalofriante la escena de jóvenes aislados con su terminal en los tiempos de recreo. Muchos profesores se muestran preocupados ante el hecho de que chavales de tercero y cuarto de la ESO lleguen el aula aturdidos, apáticos, incluso se queden dormidos porque han estado hasta la madrugada con su smartphone... un día tras otro. Por no entrar en los contenidos que les han mantenido en un estado de vigilia, que merecen una tribuna aparte.  

Así pues, reconociendo que el móvil, como la tableta, pueda tener cabida en contados proyectos didácticos que lo requieran, tiene sentido la propuesta de que esté eficazmente controlado en los centros educativos, incluso prohibido, para asegurar a los muchachos un espacio a salvo de esa adicción, para procurarles un tiempo de descanso, terapéutico. Para que la escuela y el instituto sean lugares donde puedan desconectarse de lo digital y relacionarse con los demás. Qué menos que eso.   

Pero hay otra razón, y es que lo digital separa de la realidad y la educación consiste, entre otros cometidos, en ayudar a que los niños y jóvenes se introduzcan en ella. Quien te educa es quien te mete en la realidad. En este punto, y móviles aparte, cabría plantearse si los centros educativos han aparcado este propósito, que es otro temazo.   

Conectar con la realidad es sorprenderse, interesarse, percibir, discurrir, argumentar, pronunciarse. Es poner en relación con el conocimiento, pero no con reducciones simplistas, postizas y, por tanto, falseadas, del conocimiento. Sin embargo, muchas veces, la misma dinámica que se genera en las aulas es tan tremendamente insulsa y artificial que al final no invita a una conexión con la realidad, sino hacia representaciones de ésta, y lo adulterado no sólo provoca rechazo, sino también tedio y hastío.  

Pienso en un libro de texto de Ciencias Naturales de Primaria o de Historia de Secundaria: no pocas veces se enuncian fenómenos complejos e interesantísimos, pero de una manera extremadamente fragmentada, básica, para que haya un aprendizaje fácil. O en profesores que dispensan contenidos como si sirvieran comida rápida, sin asegurarse de que los alumnos los degustan, sin comprobar si les alimenta. También cabe plantearse por qué la memorización está tan denostada, cuando la cultura es el peso que deja en la memoria lo que uno ha aprendido. Los niños deben aprender poemas. Si se quiere articular su personalidad, han de tener dentro el mejor castellano; de lo contrario, sólo albergarán imágenes y palabras fugaces. 

El problema es que, si un joven está en clase día tras día, curso tras curso, leyendo y escuchando lecciones que no le enlazan con la vida, con lo que es el hombre o con las problemáticas sociales e históricas, si no tiene nada dentro que valga la pena, trata de escabullirse. Y ahora lo tiene más fácil que nunca, pues el principal instrumento de evasión lo guarda en el bolsillo. De este modo, la bola de nieve se va engrosando, hasta el punto de que le arrastra a una profunda fragmentación interna, a una insatisfacción enorme.   

Así las cosas, resulta más que razonable que los colegios sean espacios no sólo libres de conexiones digitales (que aíslan del mundo y del otro), sino que se tomen en serio este cometido de apasionar al joven con la realidad, que lleva necesariamente a la búsqueda de la verdad. No se trata de una cuantificación numérica de eficiencia que pueda evaluarse en PISA. Es algo mucho más grande.

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