No ofende quien quiere sino quien puede, dice el refrán. Es lo que me ha venido a la cabeza a propósito de la retransmisión de las campanadas en TVE, donde se mostró ante las cámaras una estampa protagonizada por la icónica vaquilla del ‘Grand Prix’ como si fuera el Sagrado Corazón de Jesús. No me ha ofendido por la cutrez del despropósito: un insulto burdo, poco ingenioso, como el que hace el gamberro de la clase cuando pretende meterse bien con el profesor o el compañero que saca buenas notas, bien con el más débil del grupo. 

Tampoco creo que la sociedad quede damnificada por dicha conducta ni, dentro de ella, los creyentes. De hecho, hay personas que no tenían en cuenta esta devoción, por relacionarla con un catolicismo desfasado o sensiblero (lo cual es un error, porque expresa un amor hasta la tortura y la muerte, que han vivido también tantos santos y mártires) y que, por el hecho de haber sido vapuleada, empiezan a considerarla y valorarla. Tras la Nochevieja, hay jóvenes que cuelgan imágenes del Sagrado Corazón en sus redes sociales.

Vaya, en mi opinión, no se ha perdido nada con este episodio que quizás a estas horas ya esté olvidado. No obstante, habla mal de Radiotelevisión Española, lo cual es una lástima, aunque no una sorpresa. Si bien abandera el rigor y la cultura, se identifica cada vez más con la parcialidad y la chabacanería. Hay una mano negra que decide qué es legítimo y qué no, de modo que esta cadena pública patina en su encomienda de garantizar la libertad de expresión y de información pues, donde hay arbitrariedad, no hay derechos. Por otro lado, acampan en su parrilla la desfachatez, el mal gusto… Es una pena que, en lugar de apostar por la elegancia y la inteligencia, comulgue con la banalidad y la estridencia.

Ahora bien, entiendo que tantas personas se sientan ofendidas y comparto que se manifiesten al respecto. Lo que se emitió no sólo es una afrenta a los católicos, sino que también socava el principio de respeto que debe regir en una televisión estatal. Además, es injusto que los actos discriminatorios contra los cristianos sean considerados como menos graves o menos dignos de atención por parte del Gobierno y la opinión pública. 

Lo que no resulta sensato es que, desde dicha cadena se conteste a las quejas y denuncias con la respuesta hipócrita y aprendida de que no hay que ser exagerados, pues se trata de una broma. Hay cosas de las que vale la pena no hacer bromas. Se han metido, voluntaria y conscientemente, en un jardín reservado.

En este sentido, cabe tener en cuenta la provocativa y calculada -pero también cutre- puesta en escena de los guionistas de esta polémica: al día siguiente, Bolaños amenazó con aprobar una ley en este año que comienza para minimizar las ofensas a los sentimientos religiosos y otros representantes públicos balbucean sus monsergas sobre el riesgo de los ultras y la derecha (todo mezclado; como en un cóctel molotov).

¿Qué tiene esta devoción de ultra? ¿Ultra qué? El Corazón de Jesús llora por los pecados de Lalachus y de Broncano, por los míos, por los de todos. Por las mujeres violadas y abusadas. Por los niños forzados y maltratados. Por los drogadictos que, desesperados, se suicidan. Por la gente que está siendo asesinada en las guerras. Por quienes deambulan en las pateras y en los campos de refugiados. Por todo el que sufre, el Sagrado Corazón arde. ¿Provoca risa esto? Que esa cadena de sufrimiento redentor hasta la última gota de la sangre sea objeto de mofa, implica no comprender la fe cristiana, pero tampoco saber de qué va la vida. Quien se ríe de esto, lo hace por ignorancia. Y es que, ya se sabe: como dice otro refrán, la ignorancia es atrevida y el conocimiento, reservado.