Nuevos escenarios sociales (Joan Albert Ballester, Las Provincias)

Nuevos escenarios sociales (Joan Albert Ballester, Las Provincias)

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Cuando mis abuelos se casaron tuvieron que ir andando por las vías del tren del pueblo donde vivían a la ciudad donde iban a hacerse la foto del día de su boda porque perdieron el tren. Unas cuatro horas a pie por las vías. Es una historia que he escuchado contar algunas veces en mi casa y que hoy he recordado hablando de los nuevos escenarios sociales en los que nos encontramos. Los que somos nietos de una generación que tuvo que enfrentarse a una realidad social destruida, que vivió una guerra civil y que tuvo que moverse mucho para ganarse el pan, no podemos sino agradecer ser parte de una historia de superación y sacrificio que ha dado lugar a lo que hoy llamamos sociedad del bienestar. Una sociedad que es nieta de una generación de fuertes en unos tiempos frágiles, pero también una sociedad incapaz de agradecer el inmenso legado de la historia que ha heredado y que se enfrenta a una realidad cambiante inundada de inmediatez, resultados y objetivos. 

Y es que hemos cambiado las cuatro horas a pie por unas vías de tren para hacerse una foto en blanco y negro, por un selfie 48MP con el mejor Smartphone del mercado; y a nuestra abuela contándonos la historia en su regazo por un reel del tiktoker del momento. Tiempos de no-lugares y de no-cosas, de sociedades líquidas y de generaciones de cristal, de canonizaciones animalistas y sacralizaciones naturalistas, que quizás nos ayuden a mirar poco hacia atrás, y lo que es peor, mucho hacia delante, sin saber muy bien cuál es la meta o si en esta dirección hay algún precipicio o alguna mina antipersona. Los escenarios sociales son hijos de quien los habita, dan respuesta a una forma de ser y de existir, a un modo de estar en el mundo. La realidad social ha cambiado, y los grandes ideales de paz, de superación, de trabajo, de bienestar, dejan paso a la vida eco-friendly, al mindfullnes, al smartworking y a muchos likes; pero ello no significa que el corazón humano deje de necesitar grandes ideales que hagan que la vida valga la pena.  Los no-lugares de los que habla Marc Augé van más allá de los escenarios anónimos de los aeropuertos, las estaciones de metro o tren y las grandes superficies comerciales… el metaverso ha llegado para quedarse, y cada vez más encontramos a una generación que se siente más cómoda en un universo virtual que en la cumbre de una gran montaña, y que se ve más cautivada por una story de Instagram que por un Picasso. No deja de ser paradójico que nuestros nativos digitales puedan llegar a convertirse en extranjeros analógicos o en alienígenas de su propia tierra, ignotos de sus orígenes, de su razón de ser, y lo que es peor todavía: del porqué de su existencia en este mundo. 

El escenario social ha cambiado. La realidad en la que nos movemos es y será cada vez más voluble, la omnicomunicación, la ubicación en tiempo real y la videoesfera han llegado para quedarse. La forma de vivir y relacionarnos es nueva, pero también la forma de comprar, de aprender, de comer y hasta de reproducirse. El Papa Francisco ha dicho que no estamos únicamente en una época de cambios, sino en un cambio de época. Pero la cuestión es, más allá del diagnóstico, si esta nueva época es capaz de responder a preguntas fundamentales sobre la existencia, sobre la dignidad humana que debe cimentar el tejido social, sobre el respeto al otro y sobre la defensa de los más débiles e inocentes. Los nuevos escenarios sociales traen consigo grandes ventajas en todos los ámbitos de la sociedad, pero corren el riesgo de convertirse en cadalsos públicos dónde se ejecute a todos aquellos actores que no respondan a las ordenanzas del director sobre el nuevo atrezzo que los figurantes deben de llevar para hacer bien su papel. 

Alguno podría pensar que un director de escena tiene el derecho a decidir sobre sus actores, y ciertamente, así lo será en el mundo de las artes escénicas; pero no debemos olvidar que nuestro escenario social traspasa las paredes, el suelo y los techos del mayor teatro del mundo porque nuestro escenario es la Creación entera, y el lugar dónde nos jugamos la existencia responde a un criterio que va más allá de los chatos límites de los marcos sociales y de aquellos que se erigen en ordenantes de agendas impuestas sobre la vida de los otros y que acaban olvidando que la Verdad, la Bondad, la Justicia y la Belleza no aparecen en ningún libreto de ópera, sino que más bien están inscritas en al ADN de cada persona que, con el único permiso de Dios, entra a escena en este gran teatro del mundo. 

Chesterton dice que “a cada época la salvan un puñado de hombres que tienen el valor de ser inactuales”, y Dostoievski que “la Belleza salvará al mundo”. Quizás la belleza de la inactualidad nos podría indicar el camino. 

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