ODS: no es oro todo lo que reluce (Sara Martínez Mares, Las Provincias)

ODS: no es oro todo lo que reluce (Sara Martínez Mares, Las Provincias)

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La mayoría de las personas conocemos los Objetivos de desarrollo sostenible (ODS) como aquellos objetivos que "constituyen un llamamiento universal a la acción para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas y las perspectivas de las personas en todo el mundo". Así se describe el marco de los ODS en la página oficial de la ONU. La descripción genera esperanza en que el mundo vaya a mejor y normalmente motivan, de por sí, a que queramos formar parte de ellos, puesto que han conectado perfectamente con las aspiraciones occidentales de clase acomodada. Las acciones en nombre de un noble ideal suenan bien. Pero quizá, no es oro todo lo que reluce o, al menos, permitámonos en algún momento el beneficio que supone la duda. Como dice Stanley Milgram en su epílogo al famoso experimento sobre abrumadora capacidad de obediencia a la autoridad cuando se utilizan algunas técnicas, una de las estrategias que usa el poder es que «las acciones quedan la mayor parte de las veces justificadas en los términos de un conjunto de propósitos constructivos, y vienen a ser consideradas como algo noble a la luz un fin altamente ideológico. En nuestro experimento, la acción de administrar una descarga [eléctrica] a la víctima contra su voluntad, servía a los fines de la ciencia.» Es lo que tiene ser, lamentablemente, “perro viejo”: las palabras legitimadoras son, de por sí, un acicate para mantenerse en la duda.   

Parte esencial de la virtud de la prudencia es el conocer la realidad en la que uno debe tomar ciertas decisiones; y parte de la autonomía moral es también el conocer la fuente y las razones de las normas por las que actuamos. Así pues, la agenda 2030 pide profundizar en la reflexión ante ciertas ideas desarrolladas en el marco de la ONU, que a veces toman forma de ideologías, protocolos, normas o incluso leyes que, de alguna manera, figuran en todas partes, se propagan desde muchos medios de comunicación (puesto que tienen recursos suficientes a través de la Iniciativa Common Ground, como se avisa en su página, alianza que reúne a seis de las compañías de comunicaciones más grandes del mundo), y que nos vemos obligados a incorporar tanto en firmas empresariales, en los marcos teóricos de trabajos académicos, en la solicitud de ayuda pública en la investigación, en foros públicos, e incluso para inscribirse, como algunos de ustedes sabrán, en la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa 2023. De hecho, no aceptar un noble ideal es cosa de locos. En el caso de la época de Milgram, «protestar contra la guerra [de Vietnam] era cosa de resentidos». 

Así pues, antes que hablar de locos, o de resentidos, conviene apelar, más bien, al sentido de ciudadanía crítica profundizando en el proceso por el que se nos empuja a aceptar ciertas condiciones a escala global y, por qué no, manifestar el derecho y las razones para ejercer cierta disidencia crítica o propiciar espacios de reflexión, entorno en el que también se mueven, o se deberían mover, las Universidades.  

Cada época tiene su reto, ciertamente. Los ODS -proyecto no poco ambicioso- parecen responder a ciertas demandas sociales ante las que, sin duda, muchas de ellas necesitan de una respuesta desde hace tiempo, y parece que la excelente –y única—solución de cambio a nivel global sea nuestro compromiso para que se llevan a cabo; por cierto, van en un pack, esto es, no se puede estar de acuerdo sólo con algunos objetivos y en desacuerdo con otros. Permítanme, de momento, invitar a reflexionar en torno a varias preguntas que se quedan sin respuesta aparente: por ejemplo, ¿sabemos realmente lo que implica el concepto "Agenda"? ¿El lenguaje utilizado en la descripción de los ODS es claro, o da lugar a ambigüedades? ¿Las posturas adoptadas son neutras, absolutamente desinteresadas? ¿Sabemos cómo se firman los acuerdos, qué suponen, si son vinculantes?  ¿Los ODS responden a todas las demandas y necesidades sociales y urgentes, puesto que es algo supuestamente global? ¿Se amoldan a las particularidades y necesidades de cada país, localidad o respetan realmente las culturas? Como sabemos con Occidente como actual excepción, la cultura se conforma en su mayor parte por su legado religioso: ¿Los ODS entran en sintonía con las religiones o creencias de todas las personas o su atuendo es, más bien, occidentalizado? Esta pregunta tiene como ejemplo representativo especialmente al objetivo de igualdad de género en sus metas y concreciones, de la que deriva, por ejemplo, la llamada ley “trans” en España ¿Somos conocedores de todas sus metas -son 169- cláusulas y tratados externos a los que apelan constantemente, de sus plazos y de sus concreciones en leyes nacionales y, finalmente locales? Otro ejemplo, la LOMLOE sigue al pie de la letra las metas del objetivo 4 de la Agenda.  

Ojalá estas cuestiones empujen para investigar, reflexionar, tener al menos el margen del escepticismo ante algo que se impone como bueno y verdadero, pero que no deja margen a ciertos cuestionamientos legítimos, cosa que, por cierto, es de manual. 

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