Polarización en las PAU (Carola Minguet, Religión Confidencial)
Noticia publicada el
martes, 13 de junio de 2023
La idea de que la polarización que vive nuestro país se debe a los políticos está generalizada. Es verdad que abundan más los que ponen en práctica estilos ideologizados que los que están preparados técnicamente, pero no creo que sean los únicos promotores. Por otro lado, tampoco está claro que si tuviéramos otros políticos se practicarían modalidades distintas, pues el entorno mediático ha cambiado la forma de comunicar, como sugiere el periodista estadounidense Ezra Klein en su libro “Por qué estamos polarizados”.
Lo recordaba recientemente Pau-Mari Klose en una tribuna de El País: muchos analistas lamentan el sentimentalismo de la política, pero trabajan en medios que se afanan en agitar emociones en la coctelera de noticias diarias. Apelan con nostalgia al debate pausado y culto, mientras participan en espacios de horse race journalism. Es así. Las tertulias que se producen con arreglo a estos nuevos formatos ya no están interesadas en identificar consensos. Su objetivo es pertrechar de munición a los candidatos que intervienen para utilizarla contra sus adversarios, anunciar calamidades si no son elegidos e infundir indignación, incluso miedo.
Lo que es evidente es que las políticas educativas son un instrumento para la polarización. Un ejemplo lo hemos tenido con los exámenes de las PAU, que han incentivado al alumnado valenciano a pronunciarse sobre si debiese legalizarse la gestación subrogada en España y a los preuniversitarios vascos a señalar a los pijos y los cayetanos. Evaluar si los jóvenes son capaces de exponer sus argumentos no debería ser un problema, más bien al contrario; de hecho, al finalizar sus estudios de Bachillerato sería deseable que lo hicieran pulcramente. Ahora bien, lo que ha pasado en la Selectividad huele más bien a estrategia electoral, porque de cara a julio sale rentable repartirse a los votantes, aunque sea utilizando a los jóvenes que se juegan su entrada en la Universidad.
Otra cuestión para analizar es si los exámenes no han sido tan problemáticos y lo que ocurre es que ya no sabemos leer sin lentes; si quien divide no es el texto, sino el lector (de hecho, es lo que promueve la cultura de la cancelación). Este supuesto, no obstante, también sería consecuencia de la polarización, que provoca crispación y suspicacias exageradas.
De todas formas, lo más interesante sería plantear a qué responde este interés en dividir y en qué punto estamos. Lo primero es claro: para facilitar el adoctrinamiento y controlar a la gente. Respecto a lo segundo, hay que tener cuidado, pues se ha colado en el mundo académico una tendencia que replica una de las estrategias más exitosas que se dan en política: convertir opiniones en identidades, fortalecer esas identidades y confrontarlas con identidades antagónicas. Para ello, cada vez se produce y consume más ideología, de modo que más erróneas y distorsionadas son las percepciones que se van procurando sobre la realidad.
Tanto es así que leí el otro día una noticia sobre una estudiante de la Universidad de Cincinnati, Olivia Krolczyk, que suspendió un proyecto relacionado con el feminismo, centrado en los cambios que han vivido las deportistas a lo largo de la historia. Según su profesora, la propuesta de Olivia era sólida, sin embargo, fue calificada con un cero al considerar el término «mujeres biológicas» como «excluyente», ya que «refuerza la heteronormatividad». «Por favor, reevalúa el tema y edítalo para enfocarlo en los derechos de las mujeres (no solo de las mujeres biológicas) y lo volveré a calificar», expuso la docente.
No sé si en España tenemos ejemplos así, pero sería conveniente poner el freno de mano. La manipulación ideológica es un camino lleno de curvas que acaban en barrancos.