Retórica, ética y pedagogía (Académico Gregorio Robles, Paraula)

Retórica, ética y pedagogía (Académico Gregorio Robles, Paraula)

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La retórica es el arte de persuadir, convencer o acordar por medio de las palabras. Es una actividad comunicacional y por tanto intersubjetiva. Por medio del uso del lenguaje el rétor se dirige a un auditorio para intentar con-vencerle de la bondad u oportunidad de su propuesta con la esperanza de que los distintos componentes del auditorio la acepten. El arte retórico implica la elocuencia, es decir, hablar bien, lo que significa usar las palabras adecuadas, pronunciarlas adecuadamente, mantener ciertos ritmos y entonaciones; todo ello dependiendo de la situación comunicacional, pues no es lo mismo hablar a niños de diez años en la escuela que a los diputados en el parlamento. La actividad retórica más típica es la oratoria. En ella el orador se pone delante de su auditorio y expresa su discurso.

El origen de la retórica se encuentra en la Grecia clásica y está vinculado sobre todo a los procesos judiciales y a los debates en las asambleas políticas. De ahí que los dos géneros retóricos más sobresalientes sean el forense o judicial y el deliberativo; a los cuales se une el epidíctico, que es el propio de los discursos que tienen la finalidad de exaltar las cualidades de una persona. A estos tres géneros se unirían otros, tales como el sagrado o religioso (recuérdese que san Agustín fue maestro de retórica), el epistolar, el literario, o el propagandístico.

Retórica y carrera política
Ya desde sus comienzos se planteó la cuestión de si la retórica tenía un valor independiente por sí misma, o si, por el contrario, debía ir vinculada a la ética. La primera postura la representaron los sofistas, grupo heterogéneo de intelectuales (que diríamos hoy) caracterizados por un relativismo epistemológico y ético más o menos pronunciado, y además por ser maestros de retórica. Provenientes del Asia menor y de la Magna Grecia (Sicilia y sur de Italia), se establecieron en la Atenas democrática para enseñar a los jóvenes que deseaban hacer carrera política o jurídica el arte de hablar bien en público. Tuvieron gran éxito, pero no dejaron de ser objeto de severas críticas por parte de los principales representantes de la filosofía griega: Sócrates, Platón y Aristóteles.

El objetivo de las críticas de es-tos grandes filósofos no fue otro que demostrar a sus conciudadanos atenienses que la retórica podía ser un instrumento peligroso en manos de desaprensivos y demagogos. Los sofistas mantenían, en efecto, una concepción meramente instrumental de la retórica: el orador debía convencer a su audiencia, y daba lo mismo que defendiera una posición o su contraria, con tal de que saliera vencedor. Esta actitud chocaba frontalmente con la finalidad de la filosofía, que no es otra que el des-cubrimiento de la verdad.

Tal fue la enseñanza de Sócrates, que hizo de la mayéutica el método para buscar la esencia de la verdad de los conceptos, sobre todo en materia ética. Su discípulo Platón siguió sus enseñan-zas y defendió con gran ardor en sus Diálogos la tesis de la supremacía de la ética sobre la retórica, demostrando que la concepción de los sofistas era deleznable, ya que conducía a posiciones cínicas y descreídas. Frente a la postura sofística meramente instrumental, Platón defendió la tesis del sometimiento de la retórica a la ética y en definitiva a la filosofía.

Esta misma idea fue desarrollada, aunque con un criterio más ecléctico, primero por Aristóteles en su libro titulado Retórica y después por Cicerón en sus di-versos escritos sobre la materia, sobre todo De Oratore y Orator. Sería el romano-hispano Quintiliano quien, en su gran obra Institutio Oratoriae, vincularía de modo inescindible la retórica con la ética y así mismo con la pedagogía.

Para este ilustre calagurritano la retórica constituye el núcleo central de la educación de los niños y de los jóvenes: en torno a ella es necesario construir todo un programa educativo, de tal modo que, sobre la base de la formación literaria y del conocimiento de los clásicos de las letras, se penetre en los ideales de la civilización, en el amor a la verdad y, por tanto, en el espíritu de servicio incondicional al bien y de lucha sin cuartel contra el mal.

Una respuesta obvia
Mirando a nuestro presente, debemos preguntarnos: ¿qué concepción de la retórica subyace preponderantemente a la práctica discursiva, la propia de los sofistas o la defendida por los grandes filósofos griegos? ¿Qué vemos en los parlamentos, qué es lo que domina el discurso público en los medios de comunicación, en la política internacional? ¿Tenemos un programa educativo que exalte las virtudes ciudadanas y el amor a la verdad, o acaso estamos inmersos en el reino de la llamada pos-verdad, es decir, en el reino de la mentira? Me temo que la respuesta es obvia.

Pero no caeremos en el desánimo. Usaremos las palabras para luchar por la verdad y por el bien.

Gregorio Robles
Académico de Número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
Académico de Número (Electo) de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación

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