Semana Santa de la Pasión y del Silencio (Cardenal Arzobispo Antonio Cañizares, La Razón)

Semana Santa de la Pasión y del Silencio (Cardenal Arzobispo Antonio Cañizares, La Razón)

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Nos disponemos a entrar en la Semana Santa, de la Pasión del Señor, del silencio, de un silencio impuesto por la alarma de la pandemia del coronavirus pero que es el mismo silencio que Jesús guarda ahora padeciendo camino de la cruz sin abrir la boca o colgado de la Cruz desde donde dijo al Padre y a los hombres, sus hermanos, nos dijo y nos dice palabras tan desgarradoras como consoladoras: «Padre, ¿por qué me has abandonado? ¡Que pase de mí este cáliz, pero que se haga lo que tú quieres, no lo que yo quiera! ¡Perdónales porque no saben lo que hacen! ¡Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso! ¡A tus manos Señor encomiendo mi espíritu!». Y expiró. Estamos a punto de celebrar una semana de cruz y sufrimiento, unidos a Jesús que sufre con nosotros y por nosotros, con su cruz a cuestas o colgado de ella, soportando ese vía-crucis de hoy recorrido por todo el mundo padeciendo junto a nosotros y con nosotros, porque no le es ajeno el dolor que estamos sufriendo por la pandemia, –«cargó con nuestras heridas y dolores» -– y Él mismo lo asume; hoy como ayer asume el dolor de los hombres, y lo hace suyo.

¿Dónde está vuestro Dios?, nos preguntan quienes piensan que no actúa en estos momentos, y que nos ha dejado abandonados. Es muy posible que muchos de nosotros nos estemos haciendo la misma pregunta ¿dónde está nuestro Dios? ¿Por qué nos ha abandonado? Está ahí con nosotros que tanto estamos padeciendo en esta pasión, a la que tanto miedo tenemos, que tan desconcertados e inermes nos encontramos, compartiendo nuestro dolor, desconcierto y nuestra desgracia, sobre todo, en los afectados más directamente por esta enfermedad, los enfermos, ancianos, muchos de ellos abandonados, solos, sumidos en su propio dolor, los agonizantes, los que ya han muerto, los familiares, los amigos, angustiados sin poder acercarse a ellos, los médicos y las enfermeras sin poderles aportar la salud por la que luchan, ni darles la medicina y otros medios que necesitan y les devuelva a gozar de la vida ... , y también vemos a nuestro Dios, que llora ante sus amigos los hombres, como ante Lázaro: lo tenemos en los que están ahí, tantos y tantos, junto a la cruz que es la suya, la de Dios hecho hombre por nosotros, dando la vida por ellos- médicos, enfermeros y enfermeras, administrativos de hospitales, personas de la limpieza, conductores de ambulancias, militares, fuerzas de seguridad, transportistas de cadáveres, personas que atienden los servicios agroalimentarios, empresarios, sacerdotes, religiosos, religiosas etc. etc. como su Madre y nuestra Madre que en esa cruz nos es dada como salud y consuelo de los afligidos, auxilio de los desamparados; Él está ahí mismo en todos estos, cuidadores anónimos y silenciosos, sin rechistar, sirviendo, gozosos de ayudar, deshaciéndose por los demás, los más y los menos sufrientes sin buscar aplausos sino sólo ser lenitivo y consuelo, signo de amor, entrega y esperanza de sanación, en definitiva, amando hasta la extenuación sin contrapartida, ¿no lo vemos ahí junto a aquellos con los que se identifica Jesús dando todo su amor, porque donde está el amor allí está Dios?. Y, sobre todo y más allá de cualquier otra consideración que nos forjemos, vemos a Dios en su Hijo Jesucristo, azotado, vilipendiado, condenado a muerte y despreciado, traicionado, olvidado, colgado en la cruz, crucificado ... por nosotros los hombres y por nuestra salvación, no está como espectador saciado, sino como Hijo implorando por todos salvación, perdón, amor: orando y amando hasta el extremo, rebajándose suplicando y obedeciendo humildemente y no reservándose nada, confiando enteramente y poniéndose en las manos del Padre, dándose por completo y enteramente. Oración, confianza, amor sin límites, perdón y concordia. Ahí Cardenal y Arzobispo de Valencia Antonio Cañizares Llovera RAÚL tenemos a nuestro Dios y ahí está nuestra esperanza, ahí está la salvación. La esperanza brota de ahí no de espectadores saciados que contemplan cabizbajos tanta muerte y dolor, pero nada más, sin mirar a Dios y sin orar. Muerte y dolor no sólo por es tas muertes de ahora, que también, y primero, dolor muy fuerte en estos momentos, pero también por las muertes injustas de los atentados y del terrorismo, de otras enfermedades, de millones de hombres mayores y niños que mueren o están muriendo de hambre, de las condenas injustas de los hombres, de los miles y miles de abortos y de las eutanasias legales, -de los que nos olvidamos y son parte también de ese largo Vía Crucis y de esa cruz tan grande que sufren millones de hermanos sin voz que salga en su defensa-, ... , También todos estos silenciados los tenemos presentes en esta Semana Santa del Silencio.

Y mi pregunta ahora se cambia y ya no digo solo ¿dónde está nuestro Dios y por qué nos ha abandonado?, sino, ¿por qué habéis abandonado a Dios? ¿Por qué lo habéis dejado? Ya no es ¿por qué me has abandonado?, sino, ¡Dios mío, ¿por qué te han abandonado? ¿No será por eso por lo que están habiendo tantas muertes, las reales o las que nos dicen? Es necesario y urgente arrepentirse, pedir perdón, todos, –yo el primero– y volver a Dios, convertirse, desandar el camino que está llevando a la Humanidad y por los que se está llevando a la Humanidad, dejarse de tanta actitud de poder y autosuficiencia, de increencia y agnosticismo, ser humildes e invocar a Dios y se nos dará y encontraremos entonces salvación y nos moveremos por sendas de alegría, de esperanza, que surgen del amor entre los hombres con aquel amor con el que Dios nos ama y hace todo por los demás, especialmente por los que sufren, a los que ama y junto a los que llora de verdad. Esta es la manera de celebrar la Semana Santa, con el ayuno y penitencia que entraña el privarse de oficios litúrgicos y de desfiles procesionales de la religiosidad popular, y, sin embargo, con la oración en la soledad sencilla y verdadera llena de fe, en nuestras casas, acompañando a María; con la contemplación de la cruz y siguiendo el vía crucis en esa misma soledad de nuestras casas, escuchando o leyendo, meditando la Palabra de Dios sobre todo de los relatos de la Pasión y amando, que es ayudando a quienes nos necesiten y podamos hacerlo, de miles formas, sintiéndonos y estando al lado de los que sufren y pidiendo al Señor por ellos, por todos, además de pensar en las ayudas de comida u otras necesidades económicas que demanden, perdonando y promoviendo la concordia, y también siguiendo a través de TV los oficios litúrgicos que se transmitan, unidos a toda la Iglesia y orando por ella y con ella, que ora por todos. Será una Semana Santa que nunca hemos vivido, inolvidable. ¡Santa Semana! 

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