Un cambio de mentalidad (Cardenal Arzobispo Antonio Cañizares, La Razón)

Un cambio de mentalidad (Cardenal Arzobispo Antonio Cañizares, La Razón)

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En toda la cuestión ecológica hay, inseparable, una cuestión profundamente humana, antropológica, y contiene siempre una cuestión moral. La ecología en modo alguno puede sustraerse del hombre, como tampoco la cuestión antropológica sin aquello que comporta la defensa y protección de la naturaleza, del cosmos, del ambiente. Es decir, no se puede valorar la crisis ecológica separándola de las cuestiones ligadas la relación con nuestros semejantes y la creación. Por eso el Papa Francisco, en la encíclica «Laudato sí» acuña una nueva expresión: ecología integral.

El Papa analiza amplia y detenidamente muchas cuestiones de tipo humano y moral, acerca de cómo el deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros. Resulta indispensable un cambio de mentalidad efectivo que lleve a adoptar nuevos estilos de vida, a tenor de los cuales, la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con todos los demás hombres para un desarrollo común , sean los elementos determinantes. Se ha de educar cada vez más para construir la paz a partir de opciones de gran calado en el ámbito ecológico, personal, familiar, comunitario y político. Todos somos responsables de la protección y el cuidado de la creación. Esta responsabilidad no tiene fronteras. Según el principio de subsidiariedad, es importante que todos se comprometan en el ámbito que les corresponda, trabajando para superar el predominio de los intereses particulares, en favor de una responsabilidad ecológica, que debería estar cada vez más enraizada en el respeto de la «ecología humana».

No podemos olvidar algo que se olvida frecuentemente: el modo en que el hombre trate el ambiente influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa. Esto exige que la sociedad actual revise su estilo de vida, y consiguientemente su misma visión del hombre. Es necesario un cambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptar nuevos estilos de vida, a los que subyace una concepción sobre el hombre conforme a la verdad que le constituye, aquella impresa en su gramática humana por el Creador.

La degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana. Cuando se respeta la ecología humana en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia. Así como las virtudes humanas están interrelacionadas, de modo que el debilitamiento de una pone en peligro también a las otras, así también el sistema ecológico se apoya en un proyecto que abarca tanto la sana convivencia social como la buena relación con la naturaleza.

Se entiende, a partir de aquí, que no se puede pedir a los jóvenes que respeten el medio ambiente, si no se les ayuda en la familia y en la sociedad a respetarse a sí mismos: el libro de la naturaleza es único, tanto en lo que concierne al ambiente como a la ética personal, familiar y social. Los deberes respecto del ambiente se derivan de los deberes para con la persona, considerada en sí misma y en su relación con los demás, con la creación, y con Dios. No se puede olvidar, como dije antes, que una correcta concepción de la relación del hombre con el medio ambiente no lleva a absolutizar la naturaleza ni a considerarla más importante que la persona misma.

La Iglesia es un SÍ total al hombre, en lo que le constituye su especificidad: el ser persona, que permanentemente defiende la dignidad y grandeza del ser, al que se refiere la misma creación, la cultura y la historia. Por eso, el Magisterio de la Iglesia manifiesta sus reservas ante una concepción inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo, que elimina la diferencia ontológica y axiológica entre la persona humana y los otros seres vivientes. La Iglesia invita, por ello, a plantear la cuestión ecológica respetando lo que el Creador ha inscrito en su obra, confiando al hombre el papel de guardián y administrador responsable de la creación, papel del que ciertamente no debe abusar, pero del que tampoco debe abdicar. Ni el naturalismo que equipara el hombre a cualquier otro ser de la creación, ni la absolutización de la técnica y el poder humano que termina por atentar gravemente no sólo contra la naturaleza, sino también contra la misma dignidad humana.

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