Un corazón para el cuerpo (José Manuel Hernández, Las Provincias)
Noticia publicada el
jueves, 15 de junio de 2023
Puestos a hablar de globalidad, de que todos tenemos que arrimar el hombro para llevar a cabo unos Objetivos de desarrollo sostenible a nivel mundial y de que esto está sorprendentemente convenciendo a la gente, el Papa Francisco ha lanzado un proyecto inspirado en la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia llamado Family Global Compact. La idea basal de este Proyecto es que no nos podemos olvidar de aquello que, sin duda alguna, contribuye internacionalmente a la perfección de la sociedad, la Familia, y esto es algo en lo que las Universidades católicas deben colaborar.
Preguntémonos, ¿por qué deberían colaborar las Universidades católicas, y hasta las que no lo son, en fomentar la Familia?, ¿por qué deberían promover la cultura familiar? Entre otras cosas, dice la web del Proyecto, porque «la Familia educa en el Bien común». Esto es muy cierto. Pero para aceptar esta afirmación hay que entender primero que la Familia, al margen de que ella sea la única capaz en sí y por sí misma del globo terráqueo de generar una nueva prole, es además la única institución que se establece mediante un acto que no es el de conveniencia, sino el de amor, libre y voluntario, presentándose, por ello, como el lugar donde el sujeto aparece reconocido por el otro como alguien, no como algo, no como el que es simplemente definido por el rol que acomete para el éxito del conjunto. Y ¿no es el no sentirnos como cosas lo que genera en lo más profundo de nosotros mismos el carácter y, por tanto, el tener la capacidad de controlarnos para no tratar a los demás como cosas? No es tan fácil dominarse para no hacer al otro aquello que a uno mismo no le gusta que le hagan. Hay que adquirir el arte. De esta manera, en la Familia, los hijos llegan a ser jovencitos que se sienten amados por sí mismos en atención a socializar adecuadamente, en atención a realizar el Bien común. Sí, necesitamos este tipo de jóvenes, jóvenes que a su vez puedan construir instituciones fundadas en el mismo acto que realizaron sus padres, lo que es realizable solo y cuando se posee una autoestima lo suficientemente alta que haga al individuo el ser capaz de arrostrar una sociedad que piensa a los sujetos de manera utilitarista. Este es el modo como se asegura la continuidad de una sociedad, no mediante una nueva generación al estilo matrix. Es decir, no nos debería contentar nada el idear un mundo formado por individuos que vivan sin vínculos duraderos, una masa en la que cada uno deambule por ahí fuera sin tener nadie a su lado que lo valore, que le haga sentirse único, que le ame, a fin de que ninguno se sienta seguro de sí mismo y no aspire a realizar empresas que vayan en contra de lo generalmente aceptado porque es lo promocionado por el Estado. El modo como sí o sí se asegura la continuidad de la sociedad es mediante una generación cuyos individuos se aborden los unos a los otros como lo que son, personas, a causa de lo que se halla impreso en su background psicológico: la vivencia de la gratuidad, de haber sido acogidos por sí mismos.
La verdadera sociedad sostenible se construye desde el hogar. Si alguien lo niega, si alguien comienza a argüir visceralmente que no hace falta partir de una micro-sociedad para saber estar en la macro-sociedad, que podemos ser la leche de felices reciclando, comiendo chinches y yendo en bicicleta de un lado a otro al mismo tiempo que viviendo sin comprometernos con alguien hasta lo impensable; en definitiva, que podemos prescindir de la Familia para alcanzar la sociedad perfecta, entonces… ¿no restará el no decir nada más? Hasta sería para enmudecer desconcertados que, a propósito de engordar la argumentación de descalificación de la Familia, se advirtieran ciertos aspectos no queridos y que se dan en ciertas familias (aislamiento social, “violencia de género”, etc.) cuando la causa de tales aspectos nunca es la Familia, sino, obviamente, la familia desestructurada. Porque el hecho evidente que nos hace hablar de esta cuestión, el que así ha sido captado desde Aristóteles, es que lo natural precede, edifica y sostiene lo positivo, el oikos a la polis, que es lo mismo que si se dijera, por ejemplo, que la fidelidad de la promesa solemne del matrimonio es la que inspira la fidelidad a la Patria o que la fraternidad que se da entre los hermanos es la que enseña a ser hermano del compañero de trabajo. De ahí que lo lógico siempre será que nos pongamos a pensar en algo más cuando hablemos de política, de economía o de ocio. Esta es la grandeza de la Familia, la de ser un corazón que palpita en función del cuerpo-sociedad. Y por esto el genial Chesterton escribió un día que «the place where babies are born, where men die, where the drama of mortal life is acted, is not an office or a shop or a bureau. It is something much smaller in size and much larger in scope».