Una familia contracultural (José Manuel Pagán, Las Provincias)

Una familia contracultural (José Manuel Pagán, Las Provincias)

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Cuando se pretende identificar como familia a casi cualquier tipo de asociación -recordemos que el anteproyecto de Ley de Familias, impulsado por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 y aprobado la semana pasada por el Consejo de Ministros, identifica algo más de una decena de tipos de familia, fruto de esa separación que la ideología de género hace entre lo biológico y lo socialmente construido, y que nos lleva en este caso a considerar a las familias como puros productos culturales- se nos presenta un modelo, mejor dicho, el modelo de familia en esencia, la Sagrada Familia de Nazaret, cuya festividad la Iglesia celebra el primer domingo después de Navidad.

Sin duda y pensando en nuestra sociedad posmoderna podríamos calificar a la familia que forman María y José con su hijo Jesús, de contracultural.

No parece exagerado afirmar que en nuestra sociedad imperan tres actitudes, desconocidas para la Familia de Nazaret, que amenazan la plenitud a la que toda persona esta llamada: individualismo, hedonismo y relativismo.

Qué difícil resulta hoy renunciar al interés propio, a los proyectos individuales, también en el ámbito familiar. Crecemos pensando que la libertad supone hacer lo que uno quiere, cuando quiere y como quiere en aras a alcanzar “su verdad”, la verdad de lo que le gusta o le resulta útil. A partir de aquí la persona deja de emplear términos como compromiso, sacrificio o renuncia y termina desconociendo que en la entrega se puede encontrar alegría. Y así, llegamos a un individualismo que hace a la persona egocéntrica y egoísta, incapaz de ver más allá de su realidad y que reclama vivir el afecto y la sexualidad desde la total libertad de vínculos y de compromisos que limiten su autonomía individual.

De la mano de este individualismo prolifera en nuestra sociedad una exaltación del placer, un hedonismo entendido como búsqueda del placer y donde muchas veces se confunde deseo con necesidad. Así nos encontramos, cada vez más, con personas caprichosas que viven como necesidad su deseo, o que quedan atrapadas, esclavizadas por unas dependencias que arrasan con su libertad y las conducen hacia un vacío existencial, que muchas veces está precisamente en el origen de esa dependencia.

Estas dos realidades, individualismo y hedonismo, encuentran en el relativismo imperante en nuestra sociedad, entendido como imposibilidad de alcanzar una verdad objetiva, la postura intelectual sobre la que crecer y desarrollarse. Si no hay verdad objetiva, solo queda mi verdad, la que favorece mis intereses personales o la que me produce más placer.

Pues bien, la Familia de Nazaret nos presenta un modelo de familia que sabe dar respuesta a estas amenazas de nuestra sociedad, cosa que debe llamarnos a la esperanza.

Frente al individualismo, la Familia de Nazaret nos habla de la importancia de conocer las inquietudes, deseos, sufrimientos y necesidades del otro, y de donarse a él, de vivir en función del otro. Cada uno de los miembros de esta familia está dispuesto a renunciar a sus proyectos individuales por un bien mayor, todavía más, cada uno de ellos reconoce en el otro un don para sí mismo y han descubierto que la plena realización se alcanza a través de la entrega, del don desinteresado de uno mismo a los demás.

Frente al hedonismo, José y María no hacen dejación de su derecho-deber a educar a su hijo, conscientes de que es la familia la primera escuela de virtudes sociales. Una acción educativa que está inspirada y guiada por el amor que tienen a su hijo y que se ve enriquecida con valores como la dulzura, la constancia, la bondad, el servicio, o el espíritu de sacrificio. En esta familia sí se entrenan en la frustración del deseo.

Frente al relativismo, la Familia de Nazaret mantiene despierta la sensibilidad ante la verdad y el bien. Todos ellos son conscientes de su condición de criatura y buscan descubrir su misión, el proyecto que su Creador tiene para cada uno de ellos y, cuando lo encuentran, cuando encuentran su proyecto, lo abrazan y es esa verdad abrazada la que les hace libres. Los miembros de esta Familia tienen claro que es la verdad la que nos hace libres y no la libertad la que nos hace verdaderos.

No nos engañemos, el futuro de la humanidad, como decía San Juan Pablo II, se fragua en la familia. Una familia en la que cuidan unos de otros, donde los cuidados al otro no son un freno que provoca brecha y discriminación como tantas veces se insinúa; una familia que tiene su origen en un compromiso común, de quienes deciden vincularse y abrirse a la vida, renunciando al engaño posmoderno que nos presenta la independencia individual como condición para una vida plena y satisfactoria; una familia que consciente de su deber, quiere ejercer su derecho a educar a los hijos, a sus hijos, que no son del Estado; una familia que, en definitiva, quiere ser lo que es.

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