Vienen a hacerse la foto (Sara Martínez Mares, La Razón)

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Vienen a hacerse la foto (Sara Martínez Mares, La Razón)

Resulta casi necesario agarrarse a palabras sabias para que nos ayuden a interpretar los hechos cuando resultan incomprensibles. Escenas literarias y relatos religiosos o, también, alguna reflexión filosófica, son los cauces habituales para ello. Yo no encuentro mejor manera de expresión que una escena del Nuevo Testamento para describir la desolación que vivimos ahora mismo en el levante valenciano. No hace falta ser creyente para entender las frases de las que me sirvo, que borran la imagen de un Jesús buenista y le dan un toque humano. Bastante enfadado quiero imaginar, pronunció Jesús un discurso que le valió la ira de los poderosos que lo llevaron a juicio y a la tortura de la crucifixión romana. “¡Sepulcros blanqueados!” y “¡raza de víboras!” dijo a viva voz en Jerusalén. Estas palabras fuertes denunciaron la hipocresía de los fariseos, es decir, aquellos que pertenecían a la escuela de la ley hebrea que en ese momento tenía más autoridad, aunque no tenían tanto poder como quisieran porque en Palestina gobernaba Roma. «Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres (…) ¡Ay de vosotros, guías ciegos! Que decís: Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el oro del templo, es deudor.» Lo sagrado para los fariseos no es el templo, lugar de encuentro con Dios, sino el oro y las ofrendas, ofrendas que se pueden comer porque vienen cebadas o con las que se puede uno hacer rico y que los observantes de la ley hebrea llevaban al templo todos los años, pues así lo mandaba la ley “de tasas”. Con esto Jesús hace una comparación irónica. «Vosotros… diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe.» Diezmar es tomar la décima parte de las ganancias y llevarla al templo para la caridad de los necesitados. Por tanto, son hipócritas porque cumplen la ley a rajatabla, diezmando incluso especias insignificantes, pero se olvidan de lo que motiva a esa ley.

Puede que hoy en día las masas, como le gustaba decir a la élite cultural anglosajona de la primera mitad del siglo XX, no estemos tan formadas; pero sabemos detectar todavía la hipocresía. La tarde anterior a que llegaran autoridades a Paiporta, a la llamada zona cero de la DANA en Valencia (yo pensaba que habían muchas zona cero, deberé formarme mejor…), los grupos de voluntarios y vecinos de una de otro de los barrios afectadísimos decían que las autoridades “vienen mañana a hacerse la foto”. Detengámonos a analizar esa compleja frase. Una vez pasada la riada, descolocó muchísimo más la bochornosa escena de pasarse la pelota entre políticos locales y nacionales generando una confusión enorme a todos los afectados. Si usamos numeritos a lo mejor llamamos más la atención sobre el caso porque a los medios y a los políticos les interesan sobremanera los números, o las ofrendas y el oro del altar del templo, porque se traducen en votos o en una mirada de gracia a quien sea que están obedeciendo. Entro en su juego sólo por un momento. Casi medio millón de personas han sido afectadas en sus bienes o en su vida habitual (suspensión de colegios, imposibilidad de acudir al trabajo, condiciones insalubres desde hace días…), también pequeñas y grandes empresas con la inundación de sus naves y gente con sus coches que sólo iba de paso por la V31 o la A3. Estoy evitando hablar del número prohibido, puesto que sólo tiene legitimidad sobre él un ministro. Cosa también incomprensible se mire por donde se mire y, por eso, nuestra mente poco formada se aventura con hipótesis. De nuevo me surge la idea de la hipocresía, es decir, ver cómo embadurnamos el dato para salvarle el pescuezo al político de turno con frases como… “sólo se consideran muertos por la DANA si…”, y un largo etc., no vaya a ser que sean muchos y se vea la magnitud de la catástrofe; o, pensándolo mejor, quizá es bueno pasarnos de números en la lista para ver si así, de una vez por todas, justificamos políticas medioambientales que aminoren el cambio climático. Si se opta por esta última, tengan cuidado las universidades valencianas y las confederaciones hidrográficas en difundir demasiado alto que se ha estudiado durante años este fenómeno con numerosas tesis doctorales sobre la famosa “Rambla del Poyo” y sobre las inundaciones estacionales en la cuenca mediterránea, que no es la misma que la cantábrica, ni la estadounidense… Cuidado, no vayan a difundir demasiado los archivos históricos en las que sólo se conocen datos de inundaciones sobre la ciudad de Valencia –y el destrozo de Chiva en 1775–, puesto que hace siglos no había tantos núcleos poblacionales al otro lado de la ciudad (la extensión de pueblos hoy afectados). Cuidado, decía, no vayan a quemarlos en la hoguera, puesto que queda claro que las zonas afectadas son zonas de barrancos que dejan ver los lechos fluviales que suelen bajar secos, pero que son inundables cada cierto período de tiempo geológico, y cuyas corrientes y sedimentos han formado, por ejemplo, la Albufera de Valencia. Durante la vida media de un valenciano, aunque ese dato se forma con una base estadística, podría vivir una, dos o tres inundaciones serias; pero lo dicho, no vaya tanto trabajo contrastado a parar a las páginas de “bulos” en pos de justificar cualquier política o discurso.

Vuelvo a la historia, después de todo esto… en una maraña de vivencias, luto, confusión y pensamientos sobre cómo salir adelante, ahora vienen a “hacerse la foto”. Y mientras tanto, el miércoles 30 de octubre hubo un silencio aterrador, algún cadáver sin levantar que la gente veía desde sus pisos, sin agua, sin luz e incomunicados… Ante este panorama, el juego entre políticos que hemos visto describe cosas incomprensibles porque se trata de vidas humanas. Nunca he tenido demasiada confianza en la efectividad de la carta magna de derechos humanos, pero me parece que sigo sin tenerla, porque quienes tienen en sus manos el gobierno, la posibilidad de acciones rápidas, medios y solicitud de ayuda con emergencia, piensan en la dignidad de los números, las ofrendas, el oro, el poder y las políticas que vendrán después “gracias” a esta catástrofe. Pero resulta que, en algunos ecosistemas, además de juncos o garzas, también viven personas.

Ahora bien, lo menos bonito del mensaje de Jesús es que todos podemos ser hipócritas. Por eso, enhorabuena a todas aquellas personas que se esmeran en no sacar tajada numérica para ningún interés propio, y que se esmeran en una lectura justa porque “prestan atención a la realidad”. Leemos las opiniones, decía la filósofa Simone Weil, “sugeridas por la gravedad”, esto es, desde el “papel preponderante de las pasiones y del conformismo social en los juicios que nos merecen los hombres y los acontecimientos”, algo así como que uno salga bien parado y que uno suele reconducir su visión hacia una opinión mayoritaria respectivamente. La buena noticia es que Jesús sigue con su discurso y el final es alentador: “Pero vosotros no queráis que os llamen maestro; porque uno es vuestro Maestro, y todos vosotros sois hermanos.” Menos mal que hoy Valencia también es foco de otra riada cuyo motor es el sentimiento de humanidad que sigue vivo en nuestros corazones, porque hemos podido reconocer al hermano en gente desconocida, y estas personas afectadas, con enorme agradecimiento, por cierto, han podido disfrutar del calor de la ayuda de ese también desconocido. Algemesí es un pueblo también afectadísimo. Los valencianos de la ciudad no hemos podido llegar hasta allí, la UME tampoco llegó, pero no pasa nada, llegó gente de los pueblos cercanos, (núcleo de Alzira), que no fueron tan afectados. Menos mal que podemos decir que el sufrimiento no tiene color político y, por tanto, se resiste a jugar con sus ganancias; el samaritano es quien ayuda al judío herido, en la colectividad eran supuestos enemigos, pero, en lo particular, en la mirada al rostro del otro que sufre, son prójimos. Después de todo, hay un viso de esperanza. “La adversidad es ocasión para la virtud” decía el estoico Séneca, y el ejemplar aparece en el infortunio; podemos afirmar, porque lo hemos visto, que “es fuerte el amor como la muerte (…) Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo” (Ct 8, 6.7).

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