¿Resignificar o dividir? (Carola Minguet, Religión Confidencial)

¿Resignificar o dividir? (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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¿Resignificar o dividir? (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Es normal que aparezcan palabras nuevas porque la lengua está viva, y es estupendo cuando ayudan a reconocer que el lenguaje es pensamiento. Ocurrió con el neologismo ‘aporofobia’, acuñado por la catedrática Adela Cortina a partir de los términos griegos áporos (sin recursos) y fobos (temor, pánico), que la RAE incorporó en 2017 para dar nombre al miedo, el rechazo o la aversión a los pobres.

Otro ejemplo es ‘resignificación’, cuya inclusión en el diccionario académico está en estudio con el sentido de acción y efecto de resignificar (dar a algo un nuevo significado). Aunque el Gobierno la ha puesto de moda, lleva tiempo aplicándose en psicología para ayudar a las personas a encontrar salida a situaciones o experiencias difíciles y también en educación, donde se refiere a la capacidad de los profesores y estudiantes de encontrar nuevos usos en la práctica pedagógica.

Su vinculación con la memoria histórica, no obstante, resulta arriesgada. Es cierto que tiene sentido relacionar el término ‘resignificación’ con los procesos de memoria colectiva como pretende hacer el Gobierno, pues, según cómo recordamos nuestro pasado, dependerá lo que vivimos cada vez que hacemos memoria de él. Ahora bien, como advierte la periodista María José Pou en una tribuna, no es fácil. Si un lugar fue creado para la exaltación de una dictadura, es razonable que un Estado democrático procure evitar que siga utilizándose para ese fin. Sin embargo, existe el riesgo de realizar el proceso contrario y pasar al otro extremo, esto es, resignificar para conmemorar una etapa de la historia de España en la que se atentó, torturó y asesinó a miles de españoles por ser de derechas o católicos. Las realidades de la historia piden ser acogidas para aprender de ellas. Conviene ser muy prudentes para no violentarlas ni manipularlas.

Por otro lado, cabe diferenciar, pues no es lo mismo el edificio del NO-DO, en el que estuvo instalada la censura y la propaganda del franquismo, que el Valle de los Caídos, donde antes de su inauguración fueron llevados restos de soldados del bando republicano, por lo que, finalmente, quedaron enterrados más de treinta mil combatientes de ambos bandos de la guerra.

Este asunto da que pensar también sobre el hecho de que los políticos (de un signo y de otro) tantas veces han entrado y entran en el terreno de la historia con una intención: ser votados. No es difícil entrever esta voluntad en los promotores de la iniciativa. Algunos opinan que se debe a que no tienen agenda social y cultural, lo cual también despunta sin disimulo. De todos modos, lo que hace este Gobierno es más peligroso: meterse en la polarización, una vez más. Siempre están con lo mismo: privado o público (qué turra la semana pasada con las universidades chiringuitos), derecha o izquierda, republicanos y antirrepublicanos, católicos y laicistas… El caso es dividir.

Precisamente, frente a esta división hay un signo en el Valle de los Caídos que no se debería resignificar -la inmensa cruz- dado lo que significa: Dios que se ha hecho hombre por amor al hombre, buscando enfrentarse a su enemigo más temido, que es la muerte. Para un creyente eso es todo y muchos no creyentes, sin entender su significado, lo respetan.

Ocurre en el pueblo de mi familia materna, en Teruel, donde una cruz preside el mirador y puede verse desde casi cualquier calle. La mayoría de sus habitantes no son católicos. El alcalde desde hace más de dos décadas es socialista. Como en todos los pueblos pequeños de la geografía española, la división de las familias fue especialmente cruenta durante la Guerra Civil y la posguerra. Pero hace ya tiempo que se pasó página.

La cruz continúa en su lugar. Unos se conmueven ante ella; otros, no, pero nadie la resignifica (¿acaso se puede resignificar la cruz?). Y los lugareños tienen la astucia de no ser distraídos de una convivencia en paz que tanto ha costado alcanzar, menos aún por cuatro votos.

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