Miguel P. León Padilla | Profesor de Antropología UCV
Algunas claves antropológicas de la Laudato si'
Noticia publicada el
martes, 24 de mayo de 2022
El planteamiento ecológico de Francisco en Encíclica Laudato si (LS), se enfoca desde una perspectiva realista, que subraya la necesidad de recuperar una antropología adecuada. Advierte que sólo podremos logar una autentica conversión ecológica, un cambio real de paradigma en la relación con la naturaleza, si transformamos nuestra mirada y comprensión sobre nosotros mismos, como especie; y modificamos nuestro proceder. Porque “No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología”. Lo cual implica desarrollar una renovación profunda de la conciencia humana, de la forma de entenderse el hombre, y del modo en que se relaciona consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios. Una tetra-relación que articula todas las acciones humanas.
El enfoque pontificio destaca, con fuerza indirectamente, que el actual planteamiento de la cuestión ecológica, en base a estrategias y acciones individuales y estatales, sitúa en el plano externo, y en clave voluntarista, el esfuerzo ecológico. Como si se tratase sólo de hábitos o intervenciones de compromiso. Al parecer del Papa, este planteamiento encierra un preocupante olvido de lo fundamental: una “adecuada antropología” que acierte a dar cuenta del verdadero ser y vocación del hombre; y ayude a recuperar la perspectiva de interconexión que define la naturaleza en su conjunto. Cuando esto se ignora, se desenfoca absolutamente la tetra-interacción que vertebra el equilibrio de la realidad (el ser humano consigo mismo - la naturaleza - sus congéneres - Dios); e inevitablemente se cae en un antropocentrismo desviado que genera, y reproduce, relaciones de dominio y de competencia tecnológica, tal como ya señaló Juan Pablo II « la técnica … no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la palabra»[Discurso a los representantes de la ciencia, de la cultura y de los altos estudios en la Universidad de las Naciones Unidas, Hiroshima (25 febrero 1981), 3: AAS 73 (1981), 422.].
A lo que añadirá LS que “Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, «en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza» n 117 [ Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.]
Esa rebelión de la naturaleza conduce a una profunda crisis, de la cual la cuestión ecológica no es más que un aspecto y no menor. La adecuada antropología que señala la Encíclica, pivota sobre la condición del hombre como “ser vincular”, es decir, estrechamente unido a la tierra y a los seres. “Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona” LS 117.
De modo que cuando el hombre, se introduce en una dinámica de desconexión, afectado por una desquiciada voluntad de autonomía y un uso inadecuado de su libertad, rompe el nexo que sustentaba su ser y dotaba de sentido su existencia, se pone en riesgo de desaparecer. Porque, insensatamente, al plegarse sobre su sólo interés obvia que “el núcleo íntimo que es el alma humana no es una realidad cerrada, sino una estructura constitutivamente abierta con una capacidad infinita que no puede ser cancelada”.
Fue el materialismo positivista, el que persuadió a la humanidad contemporánea de varios prejuicios, que fueron asumidos acríticamente por su supuesto rigor científico, aportando las bases de una perniciosa concepción antropológica. El Papa Francisco concreta estos en la confusa relación hombre-naturaleza y, por ende, en la merma de la conciencia de responsabilidad:
“Cuando la persona humana es considerada sólo un ser más entre otros, que procede de los juegos del azar o de un determinismo físico, «se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad» [96].
Un antropocentrismo desviado no necesariamente debe dar paso a un «biocentrismo», porque eso implicaría incorporar un nuevo desajuste que no sólo no resolverá los problemas, sino que añadirá otros.
No puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto al mundo si no se reconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares de conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad” LS 118.
Pero, paradójicamente, no sólo el materialismo sino que, en un ejercicio de objetividad y sana autocrítica señala, que también afectó una errada interpretación del señorío del hombre sobre la creación por parte de la filosofía y de la teología:
“Una presentación inadecuada de la antropología cristiana pudo llegar a respaldar una concepción equivocada sobre la relación del ser humano con el mundo.
Se transmitió muchas veces un sueño prometeico de dominio sobre el mundo que provocó la impresión de que el cuidado de la naturaleza es cosa de débiles” LS 116.
Circunstancias que derivaron al ensoberbecimiento y menosprecio de la tarea de cuidado.
Conclusión
El valor antropológico de la encíclica radica en una llamada a la conversión ecológica que muestra como vía de salida: la recuperación de la conciencia humilde del verdadero ser y vocación del hombre como administrador. Afirma LS, “la forma correcta de interpretar el concepto del ser humano como « señor » del universo consiste en entenderlo como administrador responsable [Declaración Love for Creation. An Asian Response to the Ecological Crisis, Coloquio promovido por la Federación de las Conferencias Episcopales de Asia (Tagaytay 31 enero – 5 febrero 1993), 3.3.2.]”.
La propuesta de Francisco apuesta, tras la recuperación de una antropología ajustada a la auténtica realidad humana, por la puesta en ejercicio de la administración de la naturaleza y de la propia estructura que define el humano estar en el mundo. Actitud esta que, como señalaba Juan Pablo II, compromete al hombre porque:
«No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado» [Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 38: AAS 83 (1991), 841.].
En la misma línea se expresaba Benedicto XVI al señalar que «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo» [ Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22 septiembre 2011): AAS 103 (2011), 668.].
En definitiva “la capacidad de transformar la realidad que tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por parte de Dios” que es el único Señor.
No olvidemos que, desde la perspectiva semita, cuando Dios concedió a la humanidad el dominio sobre la creación, lo hizo para encomendarle su cuidado y usar de ella de manera justa. La confusión deviene de la inadecuada interpretación del derecho de propiedad, que declina en derecho de abuso; y que viene a contradecir el pensamiento genesiaco, donde se explicita que Dios puso al hombre en el paraíso para que lo cuidara y lo cultivara. Es decir, la donación del Creador incluía –como condición- una obligación, una tarea. La voluntad divina se expresa en forma de don y de mandato para que el ser humano prolongase con su creatividad – a imagen y semejanza- del único Señor la obra creadora.
La libertad con que Dios creó al ser humano asumía la posibilidad de que el encargo que le daba sobre la creación, se ejerciera de manera abusiva. Que el hombre olvidase que dominar, nada tiene que ver con violencia y abuso. Pero le otorgó la libertad, no la impunidad, por ello el mal uso de la libertad, el abuso sobre la naturaleza, no queda nunca impune sino que acarrea serias consecuencias.
Despertar a esta conciencia de interdependencia y de corresponsabilidad, son ejes sobre los que articular la conversión ecológica de nuestro tiempo.
El valor antropológico de LS se cifra, en cierto sentido, en ser una interpelación a señalar la urgente necesidad de una antropología ajustada, formulada desde la humildad de nuestra verdadera condición creatural. Y desde ese re-conocimiento: crecer en conciencia de corresponsabilidad en el cuidado de la tierra; recuperar sensatez y reconocer nuestra identidad como meros administradores de un bien frágil y delicado (que hemos de tratar respetuosamente, considerando a cuantos seres pueblan la casa común y cohabitan con nosotros) que hemos de legar en condiciones óptimas a las futuras generaciones.
Miguel P. León Padilla
Profesor de Antropología
Universidad Católica de Valencia
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