Amar en tiempos de afecto (Ana Belén Álvarez, Paraula)

Amar en tiempos de afecto (Ana Belén Álvarez, Paraula)

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Amar en tiempos de afecto (Ana Belén Álvarez, Paraula)

“Te noto afectado”. Desde el día que ha salido lluvioso, pasando por el hecho de que alguien con el que nos hemos cruzado no nos ha saludado, llegando a una alegría o un sufrimiento importante… todo nos afecta, porque somos seres a la intemperie, con rozaduras en el cuerpo y en el alma. Por eso, nuestra relación con los demás está tocada, desde el primer momento, por los afectos y es a partir de éstos desde donde empezamos a interpretar la experiencia del amor. Los afectos abren nuestra existencia hacia el otro y hacia lo otro. De repente, hay alguien o algo que nos impacta y que empezamos a tener en cuenta de una manera ordenada o desordenada. No entraremos ahora en esta cuestión; sólo señalar que la lectura de la existencia a partir de los afectos desordenados indica algo muy importante, que existe un orden. La cuestión será cómo, dónde y en qué buscarlo.

En el horizonte de la afectividad lo primero que encontramos son las emociones que, cuando se convierten en estados porque gozan de cierta estabilidad, denominamos afectos. El mismo término afecto indica un “hacia”. ¿Hacia dónde nos llevan los afectos? Bien dirigidos, hacia el orden, ese orden que sólo puede dar el amor y cuyo síntoma inequívoco es la belleza. Ese afecto ordenado hacia el amor se descubre porque se conoce, porque está inscrito en nuestra naturaleza humana, no únicamente en nuestra dimensión trascendente sino también en nuestro cuerpo. Ese afecto ordenado hacia el amor se descubre en el don. En la realidad del don podemos enmarcar y comprender mejor el camino del afecto hacia el amor y el camino del noviazgo hacia el matrimonio.

El noviazgo se propone como el camino de descubrimiento del don; es un “hacia” en el que el afecto es fundamental, pero es una indicación, un signo aún no completo de aquello a lo que está llamado a convertirse, en un amor recibido y donado, el amor esponsal.

Los novios que quieren (como acto de voluntad) que su afecto camine “hacia” el amor, tienen otra decisión que tomar: la de querer querer que su afecto camine “hacia” el amor. Sí, querer quererlo, como afirmaría el filósofo Harry Frankfurt. Transformarlo en una decisión del corazón. Es ésta una labor que necesita tiempo para no quedarse en la inmediatez del afecto; que necesita referentes, frente a la tentación de individualismo del afecto; que necesita un horizonte que ayude a elevar la mirada para no reducir el afecto y el amor a un esfuerzo. El don es ese horizonte desde el que podemos leer el afecto, el querer como un camino que le ofrece un sentido, un orden. El acento, por tanto, no está tanto en el afecto cuanto en la vocación a la que se le llama: ser amor de donación. El ser humano desde el afecto aprende el don, como don recibido para convertirse en amor donado. El noviazgo se convierte en “el tiempo y el espacio” adecuado para aprender el amor. En el amor del noviazgo se da la conversión del “amar al otro como un bien” al “amar el bien del otro”.

Como seres humanos descubrimos que hemos sido dados, ya nuestro cuerpo lo constata; es más, éste también muestra que estamos configurados para el don. El noviazgo, intérprete del don, tiene aquí también un camino que recorrer, el de comprender el cuerpo como don hecho para el don y el de elegir vivirlo así. La respuesta al don aprendido también a través del cuerpo llega en el matrimonio.

Comprender la experiencia del amor desde la experiencia del don nos lleva a la pregunta sobre el dador. El don recibido y correspondido pone el interrogante sobre el origen del don. Según la respuesta que demos a este interrogante interpretaremos de una forma u otra la experiencia del amor. Habitualmente compartimos la idea de lo que son los afectos. Todo cambia con la idea (o ideas) sobre el amor. Considerar el matrimonio como el mejor modo que Dios propone a los que tienen esta vocación para convertirse, para volver a Él, ilumina la realidad del amor y su forma de interpretarlo. “La cuerda de tres hilos no es fácil de romper” (Ecles 4,12). Ese tercer hilo lo cambia todo. Afecto y noviazgo son “espacios” preciosos para descubrirlo. El amor esponsal y el matrimonio lo hacen visible.

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