El catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones en la Universitat de València, Aniceto Masferrer, ha impartido una conferencia en la Universidad Católica de Valencia (UCV) invitado por la Cátedra Pavasal en la que ha compartido su experiencia como docente donde ha afirmado que “cada clase debe ser un espacio de reflexión y de libertad”.

“Conozco las deficiencias del sistema universitario, así como las carencias de los estudiantes de hoy, consecuencia de una educación que no fomenta el gusto por la lectura y la escritura, no enseña a pensar por uno mismo y a expresarse en público, ni potencia la memoria, imprescindible para argumentar, razonar y relacionar realidades e ideas diversas. Sin embargo, descubrir mi vocación docente fue una de las experiencias más bellas y decisivas de mi vida”, ha asegurado.

En su intervención, el ponente ha destacado la importancia de ampliar el concepto de liderazgo a todos los ámbitos de la sociedad, en especial al de la docencia. En este sentido, ha hecho hincapié en la necesidad de “contar con docentes líderes” como condición imprescindible para “regenerar la sociedad” y ha enumerado una serie de rasgos que han de ser comunes a todos ellos. A su juicio, "un buen docente es, necesariamente, un líder".

Así, se ha referido a la “pasión y curiosidad por el conocimiento para poder así comunicarlo, a la capacidad de trasmitir sabiduría y de potenciar la vida de los demás, y a ser consciente de la misión que tiene de iluminar las mentes de los alumnos para que aprendan a pensar por sí mismos”. Para lograr estos objetivos, Masferrer ha firmado que el profesor ha de “conocerse a sí mismo y exigirse para poder así conocer a los demás y saber exigirles; ha de ser humilde, modesto y cercano; debe tener capacidad de escucha; y ha de creer y confiar en la capacidad de sus estudiantes”.

En este punto, el catedrático ha subrayado la “importancia del diálogo como método básico de toda buena enseñanza". Para ello, "el buen docente debe ser capaz de mostrar el interés y la utilidad de lo que va a enseñar, de plantear cuestiones que logren captar la atención del estudiante, y de seguir un hilo conductor claro que facilite el objetivo fundamental de toda clase: que el estudiante reflexione críticamente y aprenda a expresar (oralmente y por escrito) lo que piensa. Sólo así se llega a aprender. Sólo así la enseñanza desemboca en un aprendizaje real y efectivo".

Para el ponente, un buen docente constata a diario “el milagro de cada clase": que un grupo de cuarenta o cincuenta jóvenes alumnos mantengan su atención y participen a lo largo de una sesión de una hora y media. A su juicio, "eso se logra porque lo que un estudiante necesita para aprender son 'sólo' tres cosas: un rostro humano (cercano y presencial -no virtual-) que le mire con afecto y admiración, una palabra que interpele y estimule su capacidad reflexiva, y en un espacio en el que pueda expresarse con libertad porque siempre se le escucha con interés, afecto y admiración”.