Sologamia II (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Sologamia II (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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Hay una nueva variante del matrimonio que se está intentando colar en la sociedad, la sologamia, esto es, casarse con uno mismo. Aunque sin validez legal, se trata de una ceremonia simbólica que incluye elementos de una boda tradicional como votos, anillo (en este caso, uno), invitados y un convite para festejar la autoaceptación y el amor propio, dicen sus defensores. En una película dirigida por Icíar Bollaín, La Boda de Rosa, la protagonista celebra este particular casamiento.

La visibilidad de este fenómeno ha aumentado gracias a figuras públicas, sobre todo a través de las redes sociales, y en ciudades como Madrid y Barcelona existen ya empresas especializadas que ofrecen paquetes completos para estos enlaces individuales. Las motivaciones de quienes los demandan varían desde el empoderamiento (que ahora se vindica para todo), el desengaño amoroso o el desdén contra las instituciones tradicionales. Es decir, los sológamos buscan que su felicidad no dependa más que de uno mismo; a su vez, no quieren un matrimonio convencional que les ate a una familia o acabe en un posible divorcio.

Este concepto no sólo no está libre de controversia, sino que, atendiendo a la voz matrimonio, es posible desmontarlo al resultar contradictorio, como se comentó la semana pasada. Además, si bien existen palabras que se pueden disponer de distintos modos, hay determinadas barreras que, al traspasarse, las inutilizan. Un lenguaje privado (con significados particulares, subjetivos, inventados) no sirve de nada. Bueno, quizás para jugar cuando eres un niño.

El caso es que la sologamia no sólo desacata las normas lingüísticas, sino que no respeta dos verdades antropológicas. Una es la necesidad de las personas de vivir ligadas, unas por otras y para otras. La segunda, que nos amamos a nosotros mismos gracias al amor de los demás. Uno aprende a amarse según es amado. Estas verdades no se dan ni pueden darse en dicho invento porque falta el otro. Por eso es un rito vacío, un envoltorio. También una ilusión, pues nada hay en el mundo que exista de forma aislada o independiente.

Asimismo, encierra otro engaño, similar al de otros tipos de propuestas que están apareciendo como el poliamor, las relaciones abiertas o las relaciones a tiempo parcial (abro un inciso: me habló el otro día un amigo de un conocido suyo que lleva años con la misma pareja, aunque voluntariamente separados, compartiendo sólo tiempos de vacaciones. ¿Qué manera de amar y, por tanto, de vivir -viene a ser lo mismo- es ésta?).

Podría decirse que estas tendencias son en cierto sentido deshumanizantes, porque la vida de una persona no es un experimento, ni un contrato de arrendamiento, sino que va de entregarse. Y la entrega sólo puede ser acorde con nuestra naturaleza si el amor es total, sin reservas, sin aspirar a una revisión o una rescisión. También son, cada una a su manera, una suerte de idealismo, porque detrás hay una pretensión de control, y precisamente cuando uno ama acepta no tener el control completo de su existencia. En verdad, no tenemos de ningún modo el dominio de nuestra vida (te contagias de un virus o se rompe una vena del cerebro y mueres en un pestañear de ojos), pero estas ficciones, encima, resultan antagónicas en el ámbito del amor, porque amar verdaderamente implica la posibilidad de que ocurran contingencias, de abrirte a lo inesperado y a lo que el otro es. Dejar que el otro invada tu terreno y lo tambalee. La pluma de Lope de Vega acertó a dibujarlo…

Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,

leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,

mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,

enojado, valiente, fugitivo,

satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,

beber veneno por licor suave,

olvidar el provecho, amar el daño;

creer que el cielo en un infierno cabe,

dar la vida y el alma a un desengaño;

esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Aceptar que el otro es otro y no eres tú es arriesgado. Y la sologamia, como otros sucedáneos sentimentales de moda, aspira a minimizar el riesgo a cero. Quizás se logre, pero será una vida sin sustancia, mohína, tan cómoda como desmoralizante. Quien lo prueba, lo sabe.

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