Sexualidad robótica (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Sexualidad robótica (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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Un reportaje publicado recientemente en el diario La Razón informa de que la sexualidad robótica será normal en 2050, incluso antes. En efecto, Elon Musk ha anunciado que su próxima esposa será un robot de nombre Katanela, con personalidad femenina y todas las especificidades que le gustan al magnate. La empresa Abyss Creations también ha presentado a Harmony, su primer humanoide programado para dar placer al usuario. El prototipo de estas muñecas hiperrealistas es similar: las cabezas son una IA, los cuerpos están hechos de silicona y son capaces de mantener conversaciones sencillas y de articular cualquier tipo de fantasía, en una suerte de pornografía inmersiva.

Según se detalla en la noticia, las compañías que operan en este negocio lo hacen en diferentes ámbitos: muñecas que trabajan en burdeles, robots para mayores, incluso se plantean versiones para tratar a pedófilos. Respecto a la predicción, quizás parezca aventurado afirmar que será habitual tener una compañera de cama sintética en unas décadas, aunque, a tenor de algunos sondeos, no resultaría extraño: el 40 por ciento de los solteros norteamericanos se sienten cómodos con la idea, según una encuesta publicada en Psychology Today.

Tras leer la crónica se me ha cerrado el estómago al pensar en el mundo que se nos viene encima y la primera reacción ha sido escribir sobre una tecnología que va a provocar que la gente enloquezca. No es una conclusión exagerada, pues hay autores que advierten de que estos robots, pese a ser incipientes en su comercialización, han acrecentado más si cabe la perturbación y las conductas agresivas. Un ejemplo son los casos de baby dolls de estos prostíbulos de nueva generación con las que los clientes han querido simular la experiencia de violar a una mujer y han amanecido con el pecho roto o con nuevos agujeros con los que no contaban.

Otra posibilidad es reflexionar acerca de una IA que ha aterrizado en una sociedad donde los jóvenes empiezan a tener contacto con la pornografía desde la infancia y en la que tantas personas no saben manejarse afectivamente, lo cual es un peligro mayúsculo. Tampoco se trata de un alarmismo, pues muchas empresas publicitan estos servicios diciendo que no pasa nada si no tienes pareja, porque ellos pueden crear una para ti. Esta es la parte, quizás, más preocupante de este siniestro negocio, pues va a resultar sencillo engatusar a mucha gente como un remedio contra la soledad.

También es interesante pararse a pensar sobre si un exceso de información puede hacernos daño. Está claro que hay que abordar las cosas, pero, en determinadas cuestiones, ¿hace falta ofrecer detalles que alimentan el morbo u oscurecen la imaginación? Asimismo, ¿qué consecuencias tendrá en los niños que en sus casas habiten máquinas? Habría que detenerse en esto. La verdad es que hay muchas variables desde donde puede cogerse el tema.

No obstante, partiendo de la reacción que me ha provocado esta noticia, he considerado darle la vuelta y comentar, sencillamente, la necesidad que tiene el mundo de que sea anunciada la belleza para no precipitar en la desesperación. Es decir, precisamente por la monstruosidad que refiere, y aunque apremia advertir del daño enorme e irreparable que esta revolución está provocando, creo que urge recordar lo que es bello, bueno, y, por tanto, a lo que deberíamos aspirar.

Y es que quizás haya quien piense que la belleza es algo accesorio, secundario o superficial, en el sentido de que puede observarse externamente y en esa esfera se queda. No es así. Una función esencial de la verdadera belleza, ya expuesta por Platón, consiste en provocar en el hombre una sacudida que le haga salir de sí mismo. A su vez, toca lo más profundo de su ser. De hecho, Ratzinger hablaba de la via pulchritudinis, de la belleza como un camino para acceder a Dios. No obstante, quedándonos en un escalón anterior, incluso sin entrar en la fe, la belleza propicia contactar con lo humano. Nos permite ser hombres. Precisamente porque no es una fuga irracional ni un mero esteticismo, la belleza consuela, alimenta y también hace sufrir, como un dardo que despierta, abriendo los ojos del corazón y de la mente. A veces acaricia, a veces golpea y siempre nos mueve. Dostoyevski tiene una frase controvertida al respecto, pero da que pensar: “La humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero sin la belleza no podría seguir viviendo, porque no habría nada que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí”.

Entonces, con la que está cayendo, hace falta una educación para mostrar que lo que debe seducirnos es lo bello. Cuando se plantea lo contrario se entiende fácilmente: si lo que es repugnante provoca atracción, algo no está bien, incluso puede ser síntoma de una patología. Llevado al terreno de la sexualidad, sentirse tentado por algo grotesco puede catalogarse de desviación, perversión, o, al menos, de una inclinación que debería tratar de no canalizarse.

Ahora bien, la educación en este ámbito puede centrarse tanto en advertir que se olvide de mostrar. Y conviene hacerlo. A lo grande. Dante se refería a Beatriz en la Divina Comedia (recomiendo su lectura antes de que la tiranía woke la cancele) como un anticipo del cielo. Su propio nombre en latín significa beatificadora, portadora de bienaventuranzas. Pues bien: le atraía, evidentemente. Y su atracción por ella estaba orientada al amor. Como es natural.

Con todo, para recuperar la dignidad del cuerpo, denostada en nuestros días, se trata de revelar la belleza, pero no sólo del rostro de la persona amada: la belleza del vientre de la embarazada, de las manos de Teresa de Calcuta, de los pies de un peregrino. ¿Resulta idealizante esta propuesta? No lo creo. Más bien responde a la enajenación con la realidad. Y la realidad es que un cuerpo que ama o ha amado es bello.

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