La brujería está de moda (Carola Minguet, Religión Confidencial)

La brujería está de moda (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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La brujería está de moda (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Un reportaje del diario El Mundo se ha hecho eco de videos que enseñan técnicas para interpretar las velas y los sueños, ofrecen cursos básicos de tarot y quiromancia, así como consejos para hacer un ritual de magia negra. Todo entremezclado con formatos populares como el storytelling o el unboxing. Miles de usuarios comentan las experiencias, confirmando el interés por estas prácticas en España. Es decir, las redes sociales no sólo las están sacando a la luz, sino propiciando su revitalización, pues demasiados jóvenes, seducidos por una suerte de influencers del ocultismo, las abrazan con naturalidad.

Asimismo, pese a que la predicción del horóscopo forma parte de las secciones fijas de periódicos y revistas desde hace décadas, con el desarrollo de Internet ha pasado a ser uno de los contenidos digitales más consumidos por los chavales, que caen en este pozo para buscar su identidad en la correspondencia con los signos del zodíaco, aprobar exámenes, encontrar el trabajo soñado o, incluso, el amor.

Hay también otros indicadores de que el ocultismo está de moda. Por ejemplo, la Casa Encendida acaba de inaugurar en Madrid la exposición ‘La torre invertida’, que reúne una serie de proyectos artísticos relativos al tarot, y en el barrio de Malasaña se recrean los salones esotéricos de la época victoriana. Otra evidencia del hechizo son los millones de resultados que arroja el término witchtok –contracción del término witch (bruja, en inglés) y tok (tendencia, en TikTok)– en distintas plataformas.

¿A qué se debe este sorprendente éxito? De una parte, pone sobre la mesa la inquietud humana por buscar soluciones o respuestas a toda costa, así como la necesidad de gestionar las inseguridades emocionales. Si uno lo piensa, es normal, pues el hombre tiene un deseo de felicidad, de plenitud. Ahora bien, no se puede satisfacer esa sed de cualquier modo, y mucho menos con trampas.

Otra explicación es que el esoterismo o la brujería se emplean como sustitutos de la fe, lo que evidencia no sólo que, a la gente, sobre todo joven, le atraiga buscar placebos espirituales fuera del ámbito regulado e institucional de las religiones, sino también que la vocación trascendente del hombre es irrefrenable, aunque se trate de castrar. Rechazar a Dios puede llevar a lo que advertía Chesterton: a creer en cualquier cosa. De hecho, hoy abunda un paganismo versión siglo XXI. Un politeísmo sin dioses. Un espiritualismo sin Dios. (Por cierto, el autor británico tiene un relato maravilloso donde se refiere al esoterismo, El ojo de Apolo, en el que escribe: “El padre Brown no podía dejar de pestañear cuando miraba cualquier cosa, mientras que el sacerdote de Apolo podía contemplar el sol de mediodía sin el más leve parpadeo”). 

Por otro lado, la magia resulta fascinante, por eso gustan tanto a los pequeños Harry Potter o el mago Merlín. Aparentemente, te lleva más allá de la limitación física, y puedes volar; más allá de la limitación emocional, y puedes transformar a tu enemigo en un ratón; más allá de la enfermedad, incluso de la muerte (en una de mis películas favoritas de niña, La princesa prometida, Westley llega a resucitar porque le espera Buttercup). Todo se puede lograr, si se conoce el conjuro adecuado.

No quiero con ello meter en el mismo saco una literatura maravillosa y un ocultismo malicioso; son cosas bien distintas. Gandalf cautiva no porque pueda hacer encantamientos, sino porque los emplea para ayudar a los habitantes de Tierra Media en la lucha contra Sauron. El sentido de la comparativa es que el gusto por lo esotérico denota también que desearíamos no tener límites o, dicho de otro modo, implica no aceptar que nuestra realidad sea limitada. Por eso, si está resurgiendo, antes que un signo de los tiempos denota algo que está en el ser humano desde siempre, y es la no aceptación de la realidad concreta del mundo y de nuestra naturaleza.

El problema es que la brujería moderna y la astrología, como las pseudociencias o supersticiones, suelen ser denigradas únicamente por su falta de rigor científico. Y eso es quedarse en la punta del iceberg.

Estas prácticas pueden provocar un desequilibrio mental al hacer olvidar que los seres humanos somos lo que somos: criaturas capaces de grandes cosas, pero frágiles y limitadas. Por otro lado, como señala Tolkien, la magia no es un arte, sino una técnica; desea el poder en este mundo, el dominio de las cosas y las voluntades.

Precisamente por ello, se reconoce también en ella la obra del Enemigo, que arroja a las personas a un mundo verdaderamente siniestro, que nada tiene que ver con Hogwarts o la Demopolis de las brujas de Roald Dahl. El Enemigo es quien le ha dicho al Creador “no obedeceré”, “no cumpliré las reglas”, “no aceptaré tu modo de hacer las cosas”. Invita a transgredir el orden creado. Es también quien tiene envidia al hombre porque Dios le ha dado un lugar de privilegio cuando no era un ser tan elevado como los ángeles. Es el que ha roto con Él y está empeñado en que el hombre siga sus pasos.

Estas prácticas arrojan a lo mismo, pero, como señaló Baudelaire, "la mejor astucia del demonio es persuadirnos de que no existe". Entre tantas paradojas de nuestra época, he aquí una mayúscula: queriendo controlar la vida, podemos asociarnos con quien encarna la muerte. Negando a Dios, podemos servir al diablo. Y todo mientras creemos, ilusamente, que la escoba, las cartas e interpretar las estrellas son juegos de moda.

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