Elogio del don y la gratitud (Ginés Marco, Las Provincias)
Noticia publicada el
miércoles, 23 de abril de 2025
He escuchado decir a distintos neurobiólogos que uno de los rasgos que caracterizan el inexorable transcurrir del tiempo -el imparable avance hacia la senectud- es la activación de la “memoria de pasado” (lo que sucedió hace muchos años). Esta facultad cognoscitiva se va desplegando una vez cumplidos los 50 años, y, a la vez, la “memoria de presente” está sujeta a un paulatino declive. Tal vez ese escenario resulte próximo en estos momentos, por algunos sucesos que contribuyen ahora a la activación de la “memoria de pasado”.
En efecto, hace unos días he releído un libro cuya primera lectura marcó un punto de inflexión cuando me encontraba en la fase inicial de mis estudios de la Licenciatura de Filosofía. Me estoy refiriendo al libro del filósofo francés Jacques Derrida: Donner le temps. I. La fausse monnaie, publicado en francés por la editorial parisina Galilée en 1991, y que cuatro años más tarde fue traducida al castellano por la editorial Paidós bajo el título: Dar (el) tiempo. I. La moneda falsa. Al tomar de nuevo ese ensayo del filósofo francés experimenté un rebrote de recuerdos hibernados: eran sesiones docentes que impartía un renombrado profesor de la Universidad de Murcia, y que tenía por cabecera de sus reflexiones este libro. Se proponía -en continuidad con el legado de Derrida- “de-sedimentar”, es decir, deconstruir todas nuestras convicciones, de tal forma que a partir de su lectura se desmoronaran nuestras vivencias y entrara en las mentes de los jóvenes la llamada “filosofía de la sospecha”, de modo que las convicciones que tuviéramos forjadas tanto en el plano personal como social fueran destruidas o, al menos, fueran puestas en entredicho con desconfianza.
Fue la deconstrucción de las nociones de don y de gratitud (aspectos sobre el que versaban las reflexiones contenidas en ese libro), el comienzo de mi aproximación filosófica a esos conceptos que había vivenciado en primera persona, y de cuya influencia positiva no podía sustraerme sin hacerme una gran violencia no sólo intelectual, sino también afectiva. En efecto, tenía incorporado vital y gozosamente, como todos o la mayoría, la deuda de gratitud contraída con mis padres, que accedieron con gusto y esfuerzo a que estudiara Filosofía como primera titulación universitaria (…), sólo por el hecho de que consideraba que disponía de aptitudes y atractivo para comenzarla, cuando podía hacer cualquier otra titulación con mayor porvenir -social y económico-.
Me chocaba, por lo dicho anteriormente, que Derrida no concediera tregua alguna a su “voladura controlada” -como él mismo reconocía- de las nociones de don y de gratitud. Hasta el punto de que, para este filósofo, en la apelación al don se agrupa tanto una intención de dar como una intención de recibir, con lo que el agradecimiento se ve envuelto en un intercambio o en una devolución de favores (doy para que me des: “do ut des”). El don motiva un contra-don en forma de obligación, demanda o deuda. Por consiguiente, el don -lo quiera o no- puede ser una forma de control o de dominación del otro. De este modo, el agradecimiento es forzado: no es en absoluto una gratitud verdadera.
Continúa el filósofo francés argumentando que en el momento en que el don aparece a otro como tal, se convierte en parte de la estructura económica: un intercambio en el círculo de la deuda y de la gratitud narcisista. Por lo tanto, don y agradecimiento, se anulan o se destruyen y no pueden aparecer como tales. El que da lo hace para que se le reconozca (narcisismo). Y el que recibe y agradece lo hace para el donante prosiga en su intención de donarle (y aprovecharse: ¡narcisismo!). En última instancia, no hay don como tal y nada por lo que estar agradecido. En consecuencia, según Derrida, el don en cuanto tal es imposible. El agradecimiento es imposible. Y cualquier relación basada en el don y la gratitud es falsa y perturbadora, engañosa y sospechosa.
Este modo abrupto de entender el don y la gratitud en Derrida contrasta con la obra desarrollada por el Papa Francisco, que acaba de partir de este mundo. Si identificamos expresiones de singular resonancia en sus años de pontificado, éstas han sido las del don y gratitud. Pero su verbalización no ha quedado circunscrita a las relaciones diplomáticas, sino que ha promovido su vivencia en las relaciones con los más próximos. Son paradigmáticas a modo de ejemplo, las palabras que los cónyuges han de tener siempre a mano: permiso, perdón y gracias. Incontables son los ejemplos y testimonios en los que el Papa Francisco ha invocado la palabra “gracias”, contribuyendo así a dejar atrás el paradigma de la sospecha, tan malicioso e instaurado -por otra parte- en el imaginario de quienes sólo ven actos de intercambio narcisista detrás de cada donación y gratitud. Y esto lo ha hecho vida hasta el último suspiro, aunque ni siquiera se hallara en condiciones psicofísicas de agradecer o, al menos, de verbalizar la ayuda recibida.