Ángeles con pijama verde y deportivas en la Amazonia

Cooperación Internacional al Desarrollo

Ángeles con pijama verde y deportivas en la Amazonia

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Ángeles con pijama verde y deportivas en la Amazonia

En 2022 se ha cumplido el quinto aniversario de la creación de la Oficina de Cooperación Internacional al Desarrollo de la Universidad Católica de Valencia (UCV), adscrita al Vicerrectorado para los Alumnos y Acción Social. Según la presentación de la propia Oficina en su página web, su labor consiste en la realización “de actividades llevadas a cabo por la comunidad universitaria y orientadas a la transformación social en los países más desfavorecidos, en pro de la paz, la equidad, el desarrollo humano y la sostenibilidad medioambiental en el mundo desde una visión católica, transformación en la que el fortalecimiento institucional y académico tienen un importante papel”.

Tres estudiantes del grado en Enfermería, dirigidos por la cooperante y coordinadora de esa especialidad sanitaria en las Clínicas UCV, Jennifer Samper, participaron precisamente el pasado verano en un proyecto de cooperación internacional de 22 días de duración que ejemplifica a la perfección la tarea que desempeña esta Oficina de la UCV.

Desplazados hasta el Vicariato Apostólico de Requena (Perú), en plena Amazonia del país sudamericano, los alumnos Nerea Caballero, Blanca Lafuente y Gonzalo Martínez Castelló dedicaron parte de sus vacaciones estivales a realizar una valoración integral -biológica, personal, social, espiritual- a pacientes mayores que sufren una grave privación de los bienes y necesidades más básicas y a otras personas en situación de vulnerabilidad, todos ellos pertenecientes a los barrios y poblados integrados en un programa que lidera Cáritas Pastoral Social de Requena.

Cambiando vidas desde un motocarro

De entre los sesenta ancianos que tuvieron que valorar para recibir las ayudas de la ONG eclesial, Blanca (21 años, Valencia) y Gonzalo (24 años, Llanera de Ranes) recuerdan especialmente la visita a la “casucha” de Isabel, una señora mayor que “casi no hablaba” y tenía “grandes dificultades para moverse”, según apunta el estudiante de la UCV: “La casa estaba muy sucia, con los alimentos en muy mal estado. La pobre estaba abandonada; iba de la cama al suelo y del suelo a la cama”.

“El abandono del anciano era una situación bastante común allí. Muchas familias no les hacen ningún caso a sus mayores, les quitan el dinero… pero lo de Isabel era algo extremo: estaba medio tumbada en el suelo, como si en lugar de tratarse de un ser humano fuese basura, haciéndose las necesidades encima. Pero lo más doloroso de la situación era que vivía con sus familiares. Es decir, la veían, sabían de su aspecto inhumano, que estaba enferma, que tenía fiebre, y ahí estaba”, expone Blanca.

De manera inmediata y, al comprobar, además, que la anciana parecía sufrir “algún tipo de infección respiratoria”, los alumnos de la UCV se pusieron las mascarillas y llamaron al médico, relata Gonzalo: “Vino, la valoró y nos la llevamos al centro de salud del Vicariato en el motocarro con el que nos desplazábamos por Requena”.

“Para salir de la casa y subir por la calle había unas escaleras empinadísimas. Ver al médico y a Gonzalo sacar de allí a la señora en volandas y acomodarla en el motocarro, totalmente desnutrida -pesaba unos 35 kilos-, fue una situación muy fuerte, súper impactante y me marcó muchísimo”, relata Blanca.

Los vecinos les contaron después que por las mañanas el marido bajaba a Isabel de la cama al suelo y, por la noche, volvía y la dejaba de nuevo en la cama, “que no tenía colchón y consistía en unas tablas de madera”, indica Gonzalo: “Hubo un tiempo en que la vecina iba a su casa a prepararle la comida. Sin embargo, la hija de Isabel fue un día a visitarla y, al encontrarse allí a la vecina haciéndole de comer, la echó y le prohibió volver a ir a cocinarle a su madre”.

La conmoción sufrida por la vida de muchos ancianos en el área de Requena también afectó a Nerea (Valencia, 25 años), y apunta un dato que ha agravado esta problemática en el siglo XXI: “Las redes sociales y la tecnología han tenido algo que ver en todo esto. Había bastantes casas construidas con maderas y plásticos que tenían unas teles enormes. En una sociedad con tanta pobreza, donde tener y mantener un teléfono móvil cuesta muchísimo dinero, nos encontramos situaciones tremendas, como la de una señora que no tenía nada y vendía su propia medicación para conseguir algo de dinero. Pues con ella vivía su nieto, que tenía móvil y tablet”.

“En esa mentalidad el ser humano sirve para trabajar y cuando te haces mayor no puedes dedicarle horas a la ganadería o a la chacra, que es como llaman allí al campo. En ese momento, la persona mayor se convierte en un estorbo al que se deja de lado”, aduce Gonzalo.

Involucrarse es innegociable

En Disneyland existe una montaña rusa que empieza de manera distinta a todas las demás. En lugar del habitual traqueteo de subida o el lento avance horizontal de estas atracciones hasta la primera bajada, Space Mountain lanza hacia arriba con violencia a sus pasajeros, como si viajasen en un cohete, para mantenerlos agarrados a sus asientos desde el inicio. Las visitas casa por casa de los tres alumnos de Enfermería comenzaron de un modo similar, según cuenta Gonzalo: “Recuerdo el primer domicilio, en el que vivía una pareja de ancianos con una hija y los cinco hijos de esta. Era un habitáculo grande con paredes de plástico y techo de calamina sujetado por unas maderas, con un calor horrible. El padre de los niños estaba en la cárcel por haber violado a una de sus hijas cuando tenía nueve años, que ahora ya estaba en los 16, y embarazada. Ya lo había estado varias veces y había tenido abortos por desnutrición, dengue y alguna cosa más”.

“Intentamos hablar con la chica, darle un poco de educación sexual, pero no entendía lo que le explicábamos. Cuando una persona ha crecido mal alimentada, con tanta carencia vitamínica y de minerales, a largo plazo esto repercute en el nivel de desarrollo cerebral y, por tanto, en la inteligencia. En ella lo vimos enseguida”, explica.

Aunque el objetivo de la visita a esa casa era tratar al anciano, Blanca subraya que “toca involucrarse ante una situación así” porque allí “todos” necesitaban ayuda: “La desnutrición había provocado sarpullidos en los niños. El hijo que tenía trece años no hablaba muy bien porque tenía el frenillo pegado a la lengua, algo que con un simple corte se podía arreglar, pero ellos no lo sabían. Creían los pobrecillos que el chaval no podía hablar”.

“Al principio la impresión que nos causó conocer todos estos problemas nos dejó un poco parados, pero Jennifer ya había estado en Requena antes, nos ayudó a reaccionar bien, activarnos y nos dividimos el trabajo. Dos de nosotros realizamos la valoración integral del anciano y los otros dos se centraron en los demás. Después, en el resto de casas, nos intentamos dividir también, porque era muy interesante que unos se dedicasen a la persona mayor y los otros dos hablasen con el familiar para indagar cosas que el anciano no quisiese contar”, subraya Blanca.  

La casita en el árbol

De cualquier modo, Gonzalo afirma que, a pesar de encontrar situaciones familiares y personas “muy duras”, siempre salía de cada casa “muy confortado”, pues sabía que “con hacer muy poco, lo mínimo en cuanto a atención sanitaria”, habías podido ayudar “muchísimo”.

En ese sentido, Nerea y Blanca guardan con especial cariño el encuentro con otro de los mayores a los que atendieron durante este proyecto de cooperación internacional, Liberto, que vivía solo “en una casita que estaba en un árbol”, asegura Blanca: “Tenía problemas de movilidad y subía al árbol con una rampa. La vivienda era muy inestable y él se iba a dormir pensando que a lo mejor la casa se caía del árbol por la noche. Eso le causaba mucha ansiedad, claro”.

“Uno de los últimos días fuimos a despedirnos de él y se puso súper contento. Le llevamos una radio que le habíamos comprado para que no se sintiese tan solo y lo agradeció muchísimo, porque su única compañía eran tres perros a los que quería un montón. Estaba muy interesado en nuestro viaje, cogió una hoja y empezó: «A ver, vais de Requena a Iquitos, de Iquitos a Lima, de Lima a Madrid y de Madrid a Valencia». Se apuntó todo el trayecto de vuelta”, recuerda Blanca.

“También se quedó nuestros números de teléfono; y nos dijo que le llamáramos al llegar a España. No sabía que si lo hacíamos le iba a costar mucho dinero y se lo explicamos. «Pues os llamo yo, os llamo yo», nos respondió y, claro, casi le gritamos que no lo hiciera, que sería una millonada. Pero él estaba súper emocionado. Cuando nos íbamos de allí con el motocarro, salió como pudo de su casa adrede para decirnos adiós. Liberto me tocó muchísimo como ser humano”, relata con emoción en sus ojos la joven valenciana.

Lo que no sabían ni Blanca ni Nerea es que Jennifer fue a ver a Liberto después de esa última ocasión y este le dijo: “Sois mi familia. Habéis venido tres veces a verme. Ni mis familiares de verdad vienen tanto”.

Enamorarse de una profesión. Y de Merita.

Hacer una lista de todas las experiencias y aprendizajes que se han traído de Perú estos tres futuros enfermeros sería una labor faraónica. Pero hay ciertas cuestiones insoslayables que desean remarcar sobre sus días al otro lado del Atlántico. Nerea las tiene clarísimas: “Cuando estas de prácticas aquí muchas veces la jornada laboral se te hace larga. En Requena no, y hacíamos el doble de horas, pero es que no parabas de aprender. Nosotros les decíamos cómo hacíamos ciertas cosas España y ellos hacían lo mismo con nosotros. Antes sabía que quería ser enfermera, pero allí vi este trabajo de otra manera completamente diferente, más humanitaria, fue increíble. Perú ha hecho que me acabe de enamorar de la enfermería”.

“Allí te sientes muy necesaria, muy valorada, ves muy directamente que lo que haces sirve para algo, y eso me llenaba muchísimo. Irme hasta allí, que al principio me daba un poco de miedo, y  ver que he crecido un montón como persona y como enfermera me ha hecho confiar muchísimo más en mí”, expone.

Gonzalo también es de la misma opinión que Nerea: “En Requena he visto que dispensan un cuidado muy cercano al paciente, y lo hacen casi sin recursos. He podido observar y vivir una dedicación total al paciente, no el cumplimiento de un horario. Lo hemos podido ver sobre todo en Merita, la enfermera del centro de salud de allí, que nos ha enseñado que la enfermería es dedicación, que en nuestra profesión debemos vivir para el cuidado de la persona. Darme cuenta realmente de esto fue una pasada, algo indescriptible. De verdad, ¡qué profesión más bonita hemos elegido!”.

“Merita lo da todo profesionalmente por los pacientes, pero es que también lo hace a nivel personal. Yo le he visto dar dinero de su bolsillo a pacientes para que pudiesen comparar algo de comida, o acceder a otras necesidades básicas. ¿Cuántas veces se ve eso en España? Eso es ir muchísimo más allá de la enfermería, es una altura humana impresionante”, añade Nerea.

TFG peruanos

Blanca, que se manifiesta en los mismos términos que sus compañeros, se ha traído otra lección extra en la mochila: “Cuando conoces la historia de la gente te das cuenta de que los juicios que haces sobre la vida de los demás no valen nada. Hay que ver a la persona integralmente, y yo soy enfermera, no juez”.

Por si todo esto fuera poco, Blanca y Nerea han decidido hacer su TFG sobre la labor desarrollada en Perú, como cuenta esta última: “Es fruto de todo lo que vivimos allí, del equipo que formamos, no recuerdo un día de diferencias importantes entre nosotros, para nada. Desde entonces hablamos todas las semanas, casi a diario. Lo que hicimos allí fue maravilloso y congeniamos súper bien, incluida Jennifer. De hecho, siempre les digo que quiero volver a Requena, pero con ellos”.

 

La expedición de la Universidad Católica de Valencia no solo se ocupó de tareas de atención sanitaria, sino que también realizó acciones de promoción y prevención de la salud en distintas barriadas de Requena.

La educación impartida trató cuestiones como la nutrición en procesos de enfermedad y la prevención de anemias; la prevención de enfermedades infectocontagiosas comunes de la zona; los primeros auxilios; la cura de heridas y úlceras por presión; así como la higiene básica de manos, corporal y del hogar, junto a la higiene de pacientes encamados y la prevención de hongos, infecciones, parásitos y pediculosis. Asimismo, se hizo también entrega de ropa, enseres y alimentos a los ancianos más vulnerables.

En el proyecto de cooperación dirigido por Jennifer Samper colaboró como coordinadora y apoyo técnico la profesora del grado en Enfermería Mayte Murillo.

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