“La identidad real de alguien se revela en sus amores; a quién se entrega y quién se entrega a él”

Eduardo Ortiz, decano de la Facultad de Filosofía

“La identidad real de alguien se revela en sus amores; a quién se entrega y quién se entrega a él”

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“La identidad real de alguien se revela en sus amores; a quién se entrega y quién se entrega a él”

La primera clase de cada nuevo curso, en cualquiera de las titulaciones que existen en la Universidad española, no se imparte en ningún aula. Es un dato desconocido, incluso para la mayoría de personas que han pasado por la educación superior, pero la tradición institucional determina que esa lección inicial tiene lugar en el marco del acto de apertura de curso. Por supuesto, así sucede también en la Universidad Católica de Valencia (UCV). 

El profesor Eduardo Ortiz, decano de la Facultad de Filosofía, Letras y Humanidades de la UCV, ha sido el encargado de pronunciar la lección inaugural, discurso que, según los cánones, debe servir para provocar la reflexión de alumnos y profesores a través de la exposición de un tema de relevancia. El título escogido, Diacrónicos y episódicos: la cuestión de la identidad personal, ya es por sí solo una indicación de la gravedad de la cuestión, pero el peso se inclina aún más al descubrir la columna vertebral de la reflexión propuesta por Ortiz: el amor. Es la clave para responder al interrogante de “¿quién soy yo?”; pregunta que, en general, el ser humano se plantea en pocas ocasiones de manera consciente, aunque la responda todos los días en la relación con aquellos a quienes ama. Por lo menos, eso piensa este veterano profesor de filosofía.

¿Quién soy yo? O, si lo prefieres, ¿quién eres tú, Eduardo?

Pues tú y yo somos personas, y las personas son sujetos que buscan ser amados y amar; por lo tanto, el amor es lo más decisivo en nuestra identidad personal, cosa que no reconocen suficientemente todas las tradiciones filosóficas. De hecho, algunas de ellas hablan del ser humano como sujeto que desea y otras se limitan a subrayar su condición de animal racional. Aunque no hemos de restar importancia al papel de nuestros deseos y nuestros pensamientos y razonamientos, creo que nuestras relaciones amorosas interpersonales son más determinantes.

Así, puedo conocer tu biografía, y para ello me serviré de lo que tú me cuentes y de lo que me cuenten algunas personas a tu alrededor, familiares, amigos…, pero la narración que realmente descubriría quién eres, es aquella que descubriera tus amores. Es como descubrimos la identidad real de alguien: si advertimos no tanto lo que piensa, desea, o siente -aunque esto tiene también su lugar-, sino qué es lo que ama, a quién entrega su vida y quiénes le entregan su vida.

La idea de “entrega” hoy no se suele ver muy asociada al amor, concepto habitualmente expresado en su acepción romántica. En ese sentido, ¿podemos diferenciar entre el querer y el amar?

Cuando digo que tus amores me descubren quién eres, me estoy preguntando ¿a quién entregas tu vida? Es decir, ¿cuánta energía y tiempo dedicas a qué personas? Si somos sinceros con nosotros mismos, nos damos cuenta de que nuestros amores se ven en nuestras vidas. Lo decisivo es preguntarse, ¿por quién gasto yo mi vida? y ¿quién gasta la suya por mí? Recordemos el título de la comedia de Lope de Vega, Obras son amores y no buenas razones.

El romántico no entiende esto. Cree que basta con la emoción del amor. Pero a la experiencia afectiva ha de seguir la entrega de la vida y también la acogida de la vida que la otra persona te entrega.

Y es que el amor, bien entendido, es una experiencia muy rica. Afecta a nuestras emociones, pensamientos, intenciones. Por otro lado, existen distintos tipos: amor a los padres, a los hijos, amor conyugal (de pareja, se dice ahora), amistad…Todos ellos tienen un denominador común: provocan una unión entre los que se aman. Uno lleva dentro a las personas amadas y, por cierto, ese nexo hace que nos parezcamos a aquellos que amamos y nos aman.

Cuando hablas del amor “bien entendido”, ¿a qué te refieres?

El amor tiene su verdad, que es lo que hoy cuesta entender. San Agustín lo expresa diciendo que deberíamos amar más a quien merece ser más amado. Todas las personas merecen ser amadas, pero no con el mismo tipo de amor. Por ejemplo, parece evidente que uno haya de dedicar a la familia más energía y más tiempo que a otras personas a las que también hay que amar, pero que están más alejadas de la propia vida.

De acertar o no en estos asuntos, es decir, de acertar en dónde ponemos nuestro corazón, depende nuestra felicidad.  Todas las personas aman, sí, pero no todas son felices. El respaldo de todo ello está en el hecho de que existen amores que nos hacen crecer como personas, que nos hacen felices y otros que no.

¿Cómo amar bien, entonces?

La tradición cristiana, desde san Agustín a san Bernardo y pasando por santo Tomás de Aquino, entre otros, ha pensado y vivido el tema y reconoce que Dios -el Dios que nos trae Jesucristo- es quien merece ser más amado, y luego las personas que forman parte del círculo íntimo: la mujer o el marido, los hijos, los amigos íntimos, el amor a uno mismo…

Hablar de más y menos en el amor puede resultar chocante. Pero es que, antes o después, nuestros amores entran en conflicto y los ordenamos de un modo u otro. Amor y orden no se repelen. Debemos amar y ser amados, pero necesitamos pensar cómo hacerlo en cada ocasión y con cada persona. El caso es que no cualquier ordenación es apropiada. Si amas más a tus hijos que a tu marido o a tu mujer, normalmente eso no acaba bien. En general y dejando ahora al margen matices que son importantes, la entrega a los hijos es grande mientras viven con los padres, pero un día salen a formar su propia familia y la entrega a ellos es diferente... Poner el amor paternofilial o maternofilial por encima del amor conyugal, así sin más, no es acertado.

¿Por qué?

Porque los hijos son el fruto del amor entre el padre y la madre. Entre los progenitores hay –idealmente- una simetría, que ni se da ni tiene por qué haberla entre padres e hijos. Si se me permite la expresión, los padres están situados por encima de los hijos, no como tiranos, sino como adultos respecto a niños. Además, como antes he recordado, los hijos se marcharán y formarán una familia por su cuenta, pero los esposos permanecerán juntos. 

En relación con esto y con todo lo anterior, merece la pena señalar que es un gran error creer que la razón está reñida con el amor. El amor no es ciego. Quien ama bien, piensa, y por ejemplo se dice a sí mismo: “he de cuidar mi relación conyugal, he de cultivarla”. Hay que trabajar los amores. A lo mejor he de posponer la atención a un hijo en un determinado momento, en favor de la que requiere mi mujer.

En 2023 estas reflexiones pueden sonarles marcianas a mucha gente, sobre todo a muchos jóvenes.

Sí, son reflexiones que chocan hoy en día, porque parece que, como escribe un filósofo contemporáneo, el amor es gloriosamente amoral -sin que exista ni el bien ni el mal en el ámbito amoroso- y ‘arracional’. Pero el amor es moral y también es fuente de razones.

Has hablado del amor entre hombre y mujer en términos de exclusividad, pero hoy se anuncian nuevas formas de relación entre esposos, como las relaciones abiertas o el poliamor. ¿Qué respondes a estas propuestas?

Se trata de ideas románticas, porque reducen el amor a una emoción. Son entelequias que construimos las personas, pero que casan mal con la realidad.

Cada amor tiene unas características que le son propias. El amor entre padres e hijos o el amor de amistad, por ejemplo, no demanda exclusividad ni pide que uno se entregue en cuerpo y alma. Así, un padre y una madre pueden amar a varios hijos, y pueden tenerse varios amigos. Pero amar conyugalmente a un hombre o a una mujer pide exclusividad y requiere la implicación de la totalidad -cuerpo y alma- de la persona.

Armando Matteo, secretario de la Sección Doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe, apuntó en una jornada de la UCV que los adultos de hoy son ‘peterpanes’ que no quieren crecer. Dado que la falta de madurez socava la capacidad de donarse, de entregarse, ¿crees que hoy estamos un poco cojos a la hora de amar?

A este ser humano ‘peterpan’ le falta desarrollarse, crecer. Le falta reconocer, como decíamos antes, que el amor tiene su verdad y sus etapas de desarrollo. No tener esto en cuenta es también un fruto de ese romanticismo, que reduce a la persona a sus emociones y sus sentimientos. Ese reduccionismo provoca que la persona se aleje demasiado de la realidad y se adapte mal a ella.

Sin embargo, cuando uno ama y es amado con autenticidad, desea incondicionalidad. Gabriel Marcel decía: "Amar a una persona es decirle: tú no morirás jamás”. No reconocer esto y actuar fuera de la verdad del amor hace sufrir: ese ‘peterpan’ contemporáneo se encontrará con una incumplida promesa del amor para siempre.

No sé si conoces las estadísticas de divorcios. En los últimos años, entre el 56% y el 65% de matrimonios en España acaba en divorcio o separación.

Quizá tengan que ver esos datos con una inadecuada comprensión y vivencia de la experiencia amorosa: se entiende mal y se vive mal el amor. El amor es una sorpresa, es ilusionante, pero también es un trabajo, y debemos aprender a llevar a cabo esa labor. Hay que aprender a amar, no basta con dejarse llevar. Por esa razón, las virtudes son el complemento del verdadero amor, que necesita el auxilio de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

Ahora no hay muchos jóvenes que conozcan las virtudes cardinales, Eduardo. Además, suenan un poco a rancio, a cultura judeocristiana heteropatricarcal y caduca.

Pues sí, llevas razón. No son muy conocidas. Pero es ahí donde se van a jugar su felicidad. Y la de los demás. Creer que no existe una verdad en el amor y, en consecuencia, actuar en este ámbito como a uno se le ocurra, sin más, no da buen resultado. El tema no es superficial, pues el amor es decisivo para nuestra identidad. Y si es lo que más nos preocupa y lo que más nos importa, hay que intentar utilizar todas las capacidades a nuestra disposición para entenderlo y vivirlo adecuadamente. A eso ayudan las virtudes, inclinaciones estables a obrar, desear, pensar y amar bien. Se trate de un esposo, un padre, un hijo o un amigo, quien ama bien es aquel que es sensible a las necesidades de la persona a la que ama, está atento a ella, obra en consecuencia y, claro, también quiere ser correspondido.

¿Dónde están las escuelas de virtudes en Valencia?

Muy buena pregunta. Sobre todo, en las personas virtuosas, en su testimonio de vida. Suele haber gente en nuestro entorno que ama bien, que lleva una vida visiblemente feliz, al menos hasta el día de hoy. Hay que acercarse a ellos, escuchar lo que dicen, observar cómo viven, preguntarles. Ello nos ayuda a salir del encierro en nosotros mismos. Las personas que aciertan con la vida y con el amor pueden ayudarnos a amar bien, a vivir bien. Existen testigos de la verdad del amor en el pasado y en el presente; hay que buscarlos, porque los hay.

Los resultados de muchos estudios apuntan también a que adolescentes y jóvenes no creen en el amor para siempre. ¿Qué les dirías tú?

Que no se corten las alas, porque afirmar que un amor para siempre es imposible supone limitarse a una vida empobrecida y no ir más allá. Mejor no renunciar a nuestro deseo de plenitud, aunque en muchas ocasiones lo veamos frustrado. Hay personas que se separan, amigos que se apartan, pero esos acontecimientos no son la última palabra sobre nosotros y sobre el amor. No desesperemos. Quizás sea posible reconstruir esas rupturas de nuestras relaciones amorosas. Quizás sea posible llevar adelante nuestros amores hasta el final de nuestras vidas. Para eso necesitamos el perdón, que consigue levantarnos cuando nos caemos y, por tanto, que no permanezcamos derrotados.

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