Aviso ante unos hechos (Cardenal Antonio Cañizares, La Razón)
Noticia publicada el
miércoles, 24 de noviembre de 2021
El anuncio y conocimiento de un «preacuerdo» entre socialistas y socialcomunistas –decía más o menos aquí mismo hace unos meses– causó conmoción por lo que se refería a la economía y a previsibles cambios políticos. Las repercusiones económicas han sido inmediatas, de hecho, las reacciones y los comentarios en Europa y en España nos dejaban con un gran temor. Si nos fi jamos bien, el «preacuerdo» tenía connotaciones culturales, antropológicas y visión de la realidad que iban más allá de lo económico, y dejaban o generaban una preocupación grande. El cambio al que se dirigía el «preacuerdo» iba mucho más allá de lo que parecía a una simple lectura; tenía un calado hondo, no tenía nada de progreso, aunque se autodenominasen los firmantes como «fuerzas progresistas». Con el «preacuerdo» se instauraba o se atisbaba un cambio cultural, se imponía un pensamiento único, con una visión del hombre que pretende generalizarse a todos, la aprobación de la eutanasia, la extensión a nuevos derechos, la ideología de género, el feminismo radical, ampliación de la memoria histórica –que está fomentando el odio y la aversión. Estas cuestiones presentes en el «preacuerdo» hacían pensar y prever una profundización e inmersión en una crisis muy honda sobre todo cultural, pero también, en una crisis política e institucional, democrática, social, religiosa, una crisis de lo que constituye España en su realidad e identidad más propia. Los hechos ahí están.
En muchas partes y ámbitos se sigue hablando de crisis económica mundial inmediata. Pero más grave aún será la crisis cultural y de identidad, sufridas ya por España en el marco del Occidente, con sus connotaciones propias, la que, llegando al Gobierno de la Nación esta coalición y lo que se atisba en el «preacuerdo», se ahondará más. No voy hacer de agorero, pero sí digo que seguimos inmersos en una crisis humana honda, agrandada. Para esta crisis humana, a mi entender, no se están tomando mancomunadamente las medidas requeribles, ni se adoptan las respuestas que debieran ser prioritarias en estos momentos –casi todas tienen que ver con la educación–; es más, creo que esa crisis humana y cultural honda no se la considera ni se la valora como tal, y es la más grave de todas, porque es crisis de la verdad del hombre y de la sociedad, verdad que debiera sustentarla y hacerla libre y esperanzada. Me refiero a la crisis de sentido de la vida, crisis humana, antropológica, moral y de valores universales, crisis espiritual y social, crisis en los matrimonios y en las familias sacudidas en su verdad más auténtica, crisis de sentido y del sentido de la verdad, crisis en la educación y en las instituciones educativas, derrumbe de principios sólidos, confusión de conceptos y de los derechos humanos fundamentales no creados por el hombre, relativismo moral y gnoseológico, nihilismo y vacío, disfrute a toda costa y predominio del tener y del bienestar sobre el ser, falta de esperanza, libertades sin norte y pérdida de la verdadera libertad, laicismo ideológico impuesto solapadamente, pérdida u opacidad del sentido de trascendencia, de Dios etc. Todo ello está quebrando nuestra sociedad, y el sentido del hombre y el orden y la paz, y aún se quebrará más si no se pone remedio.
Nos encontramos ante una grave emergencia, la emergencia de España. Y por encima de otras cosas, como en la «transición», sigue estando España. Se está imponiendo una nueva cultura, un proyecto de humanidad que comporta una visión antropológica radical que cambia la visión que nos da identidad y nos configura como pueblo: la identidad recibida de nuestros antecesores en nuestra historia común. En el fondo detrás de todo ello, estimo, está la pérdida grave o el oscurecimiento espeso del sentido de la persona y de su dignidad. Y añado más: detrás se encuentra la ofuscación, reducción e incluso abandono de la referencia del sentido de la trascendencia de Dios y de la razón natural, o más precisamente aún, el abandono y el olvido de Dios, que es olvido y negación del hombre. El silencio al que se ve sometido el nombre de Dios produce vértigo y escalofrío si no frío helador y soledad. Todo esto conduce y nos está haciendo padecer una verdadera situación patológica. Sé que me van a criticar, pero nuestra sociedad está «delicada» y hay que decirlo, aunque resulte políticamente incorrecto o se me tilde de pesimista, de profeta de calamidades, o de conservador y aliado con la derecha, aunque sea independiente y de todos y para todos. Habría que estar ciego para no ver lo que nos pasa, y negarlo, porque tal vez se ha perdido capacidad para reconocerlo o para afirmar lo contrario. Y los medios de comunicación social, o algunos medios, inconscientes, están al servicio de esos intentos. Estamos padeciendo una verdadera enfermedad, manifestada en diversos frentes, en nuestra sociedad, cuyo gran desafío, o, mejor, grandes y nuevos desafíos se resumen en su sanación urgente, si es que de verdad estamos dispuestos a superar lo que nos aqueja.
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