Burbujas insonorizadas (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Burbujas insonorizadas (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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El diario El Debate se hizo eco recientemente de un estudio llevado a cabo por Gaceta Sanitaria, la revista científica de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria, donde se identifican las principales contrariedades que afectan a los médicos como consecuencia de la aplicación de la ley de eutanasia. Esta norma, que se aprobó en España en el año 2021, ha acabado con la vida de 749 personas, según los últimos datos publicados.

Para el análisis, los investigadores atendieron a cuatro momentos: la recepción de la solicitud, el papeleo burocrático, el trámite propiamente dicho y el cierre. En cada una de estas situaciones, explican los autores, surgen “dificultades que pueden ser fuente de malestar” y tienen que ver con los “límites y tensiones” entre lo jurídico y lo moral, la concepción del propio rol profesional, el estrés y la sobrecarga, la falta de apoyo formal e informal, así como la relación con el paciente y su familia. La conclusión es que el 20 por ciento de los médicos sufren problemas de salud mental tras aplicarla.

Lo que está pasando tiene una explicación clara: nadie puede determinar cuándo ha de morir una persona. Sencillamente. Así pues, si hay sanitarios afectados psicológicamente se debe a que se han involucrado en una acción perversa en sí misma, se venda como se venda. Además, precisamente porque tienen una sensibilidad especial hacia la vida, con esta práctica sufren una contradicción que no resuelve ningún discurso ideológico, incluso aunque se comulgue con el mismo. Se los aboca a la impostura, y la impostura nunca acaba bien.

En una ocasión, un conocido le dijo de broma a un médico que su vocación estaba abocada al fracaso porque todos sus pacientes iban a morir tarde o temprano. Éste le respondió, con acierto, lo siguiente: “También ayudamos a morir bien”. Es así. Los médicos ayudan a vivir bien, pero, además, a morir bien, porque la muerte va a ocurrir. ¿Cuándo? Eso no hemos de decidirlo nosotros. Evidentemente, si un paciente atraviesa la fase terminal de un cáncer, la morfina mitiga el dolor aunque acorte su vida y es razonable administrarla. Ahora bien, es distinto inocular una inyección letal, pues implica convertirse en un dios cuando se es un hombre.

En la mitología los dioses decidían cuándo venía alguien a este mundo y en qué momento partía hacia el otro mundo. Igualmente ha sido así en todas las religiones. El poder sobre la muerte es un atributo divino, no humano. Por ello, es normal que arrogarse esta potestad genere estrés, malestar o las tensiones que refiere este artículo científico, que parecen pocas y leves en relación con lo que supone la eutanasia. De hecho, estaría bien contemplar entre los problemas de salud mental las consecuencias derivadas de la culpa, pues pueden paralizar a una persona. Así ocurre, por ejemplo, con algunas mujeres que, aunque se arrepientan y sean perdonadas tras haber abortado, no llegan a perdonarse a sí mismas. Creer que es sencillo manejarse con la culpa y con el perdón es de una ingenuidad impresionante, implica no tener ni idea de quiénes somos.

Por otro lado, resulta llamativo que la gente no se eche a la calle para defender a la profesión sanitaria de esta ley y de la villanía que supone dificultar la objeción de conciencia a la misma, al igual que se salía a los balcones a aplaudir su labor encomiable durante los días aciagos de la pandemia del covid. Quizás sea fruto de acostumbrarse a vivir mirando hacia otro lado o instalados en burbujas en las que todo está asegurado, pero donde todo es falso; donde conviven sólo quienes tienen una vida sin complicaciones y en los que, como da grima al que le va mal, conviene apartarlo. Se segrega al desahuciado, al moribundo, al anciano.

La cultura ha llegado, de este modo, a un grado de enajenación o, por decirlo de un modo más suave, de extrañamiento, muy elevado, hasta el punto de propiciar que los profesionales de la salud metan su mano (vocacionada y formada para acompañar y sostener) en el fuego y dejar que se quemen.

En este punto, tienen motivos aquellos que advierten de que nuestra civilización se va al traste. Tanto es así que hay tambores de guerra, se está militarizando Europa. Quien quiera, que vea variables coyunturales en este escenario o una mera coincidencia; quien se atreva, que se abra a una mirada escatológica. La eutanasia es un signo de los tiempos tan grave como evidente de que el nivel de alienación de nuestra cultura en occidente está llegando muy lejos. Ya veremos.

Está claro que escribir esto es sumarse a una voz que grita en el desierto. No obstante, informes como el referido dan razón a este clamor y, sorprendente, quizás también por parte de algunos que no lo hayan escuchado, pues las burbujas están insonorizadas. Es un misterio.

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