Chirikyacu y Yerbateros, dos lugares que han cambiado la vida a 18 estudiantes de Enfermería y de Educación Social
Noticia publicada el
martes, 13 de marzo de 2018
Un niño de siete años cuenta que no ha comido en todo el día porque su padre estaba ‘tomando’, y que la ‘platita’ ahorrada con su trabajo infantil la ha tenido que gastar para comprar ceviche (un tipo de pescado) a sus hermanos. Ante un testimonio así “no se puede hacer otra cosa más que dar un abrazo”, explica Alicia Simón, natural de Segorbe y estudiante de cuarto curso de Educación Social + Magisterio en la Universidad Católica de Valencia.
Alicia resume con esa situación real la labor que ha desarrollado durante el pasado mes de enero, junto a otros cuatro alumnos de la UCV de su misma titulación, en el Cerro de Yerbateros, una de las vertientes del Cerro de San Pedro, zona de pobreza extrema de Lima (Perú). Junto a ella, Gerard Moreno (Vinaròs), Alexia García, Ángela Guillén y Patricia Salvador (las tres de Valencia) han realizado un mes de prácticas internacionales, trabajando con los adultos y los niños del cerro.
Ángela, por su parte, subraya también que la realidad en Yerbateros es “muy dura, con maltratos de toda clase y niños que trabajan”. Un ejemplo de ello lo pone Alexia, que recuerda el miedo de una señora mayor a morirse por dejar solo a su hijo con discapacidad severa, y al que sus hijas “no estaban dispuestas a cuidar”. Lo único que puede hacer un foráneo con voluntad de serles útil ante situaciones tan dramáticas “es escuchar y estar con ellos”.
En ese sentido, Alicia insiste en que no querían sentirse “Papá Noel”, alguien “que soluciona la vida de los demás”. Esa manera de plantear su intervención ha supuesto para la estudiante segorbina aprender “otra manera de querer”, así como a “no juzgar” y a “romper” con sus prejuicios: “Enseguida ves que en los cerros ayuda mucha gente -sobre todo la Iglesia- sin esperar agradecimientos. Lo cierto es que te llevas el triple de lo que puedas dejar allí”.
TRABAJANDO CON UNA COMUNIDAD INDÍGENA
Aunque el contexto es distinto, la experiencia de otros 13 estudiantes de Educación Social y Enfermería en la comunidad nativa de Chirikyacu, en la región norteña de San Martín (Perú), no dista demasiado de la de los alumnos desplazados a la capital del país andino. Allí, los alumnos visitaron por parejas -uno por cada titulación- a la treintena de familias que forman la comunidad, poniendo en marcha con ellos un programa sociosanitario durante los 30 días de su estancia.
Si algo tienen en común las prácticas realizadas en ambas localizaciones es que han puesto “al límite” en lo profesional a los estudiantes, como relata Ana Espuny (Vinaròs), alumna de 3º de Educación Social + Magisterio: “He descubierto que puedo superarme y adaptarme a las circunstancias. Allí planeas cosas que luego no pueden realizarse, así que aprendes a improvisar”.
Ana Lluch (Burriana), estudiante de Educación Social + Trabajo Social, afirma también que su estancia en Chirikyacu le empujó a dar “todo lo que tenía”, algo que “jamás había hecho”. La improvisación de cada tarde en las actividades vespertinas con los niños le ha ayudado a verse “mucho más preparada” y a “conocerse más” a sí misma.
Patricia, que estuvo en Yerbateros, comparte la misma experiencia: “En el cerro me di cuenta de que algunas de las limitaciones que yo percibía antes en mí no existían realmente; solo tenía que dar más de mí misma”. De igual modo, esta estudiante valenciana ha aprendido en Perú a no llevarse “al terreno personal” las historias de aquellos con los que trabaja; interiorizarlas le hacía acabar el día “hundida”.
“Por su dieta a base de arroz, frijoles y plátanos los miembros de la comunidad de Chirikyacu tienen problemas de digestión; sin embargo, prefieren comprarse un vestido bonito a gastarlo en mejorar esos problemas de salud. Esas cosas al principio me frustraban pero aprendí a dejarlas en el ámbito profesional. Ahora sé dónde acaba mi profesión, que no puedo estar encima de los pacientes”, expone Candela Hernández (Alaquàs), de 5º de Enfermería + Podología.
“MI SITIO ESTÁ ALLÍ”
La valenciana Raquel Díe y Cristina Vicente (Estella, Navarra), alumnas de 4º de Enfermería, enfatizan como Candela que, más allá de las técnicas enfermeras aplicadas en su paso por Chirikyacu, han aprendido la importancia de la educación sanitaria; desde instrucciones complejas hasta otras tan sencillas como ponerle tapa al cubo de basura. Llamaba especialmente la atención a Cristina que sus pacientes se dejasen ayudar “sin poner trabas ni dudar” de sus consejos y tratamientos.
La cercana relación establecida entre estudiantes y familias de la comunidad indígena, que tanto ha marcado a Cristina, llevó, por ejemplo, a Ana Espuny y a Candela, a descubrir que un chico de quince años no era sordomudo, aunque siempre había sido considerado como tal. “Entre nosotros y la comunidad indígena se dio una gran relación de familiaridad y amistad. Allí me sentí hija y hermana y eso me lo llevo en el corazón”, recuerda Raquel.
El impacto producido por estas prácticas internacionales aún está muy presente en los alumnos de la UCV. Para Ana Lluch, como para la mayoría de ellos, Perú ha cambiado su vida: “La despedida allí fue horrible y volver a España ha sido un choque muy fuerte; aún me cuesta estar en Valencia, como si no supiera qué hago aquí. Muchas veces siento que mi sitio se encuentra allí”.
“No es necesario todo lo que tenemos aquí -relata Cristina- Ahora ya no me fijo en cómo se viste la gente y no me preocupa lo que yo me ponga, por ejemplo. Creo que el modo de vida de nuestra sociedad nos ha hecho más débiles. Allí la gente es abierta, sonríe en medio de sus dificultades, te abre su casa, te invita a cenar”. Para Lluch también es así: “Es otro mundo. Aquí si preparas una actividad para los niños y no haces algo que les apetece o no tienen no sé qué cosa se enfadan. Allí están satisfechos con lo que les das y te lo agradecen”.
CUANDO EL RECURSO ERES TÚ
Del proyecto iniciado en Perú hace años por las profesoras Laura Padilla y Esther Moreno, su directora, surgió el programa de prácticas en que han participado los alumnos desplazados a Yerbateros y Chirikyacu (donde, junto a los ya mencionados, también estuvieron los estudiantes Teresa Vañó, Jaime López Saiz, Édison Valenzuela, Génova Torres y Andrea Morales (Enfermería) y Fidely Polanco, Aurora Pérez Ruano y Laura Acevedo (Educación Social).
La UCV, encabezada por su rectora Asun Gandía, apostó por la puesta en marcha de estas prácticas desde el momento en que se planteó la posibilidad; sin ayuda de ninguna institución, la Universidad sufraga el viaje de los alumnos con sus propios fondos. El servicio al prójimo “entronca con los principios de la Universidad Católica de Valencia” -expone Luis Díe, el profesor que acompañó a los estudiantes de Educación Social en Chirikyacu, junto a Mayte Murillo, que hizo lo propio con los de Enfermería-.
“La UCV no solo da una formación académica sino también una profundamente humana. En estas prácticas buscamos que nuestros estudiantes sean competentes en lo profesional y posean entrañas de misericordia. Por lo que respecta a lo primero, allí los alumnos aprenden a hacer cosas sin ‘powerpoints’ y con escaso material; en Perú el recurso eres tú. En cuanto al bagaje de humanidad, no puede aprenderse teóricamente, sino cuando tienes ante ti a una persona con necesidad y decides si haces algo por ella o no”, asevera Díe.
Una situación que puso en esa tesitura a los alumnos fueron las inundaciones que se produjeron en Chirikyacu. El barro tapó las zanjas que rodean las viviendas y que los miembros de la comunidad local utilizan para hacer sus necesidades: “Frente a la necesidad de cavar de nuevo esas zanjas, puedes anteponer tu asco al hedor y la suciedad, pero allí todos nuestros estudiantes se pusieron manos a la obra y cavaron las zanjas sin pensarlo”.
OFRECER EL CORAZÓN
Para Díe, la actitud del alumno es “clave” en esta aventura, que supone “una oportunidad única que cambia su vida si hace bien la experiencia”. Si ese es el caso, llega un momento en que el estudiante se “quiebra”.
“Ellos dicen que el día a día en estas prácticas te ‘abre la mente’ pero, en realidad, lo que se les ha abierto en canal es el corazón. Allí te impacta la desigualdad, la injusticia, la opresión de unos indígenas que son maltratados por parte de la población; como sucede en Yerbateros también, un sitio muy duro con jornadas de trabajo completas. Tú crees que vas a ese lugar a ayudar y resulta que te encuentras con que eres tú quien necesita ayuda porque no sabes vivir en un contexto como ese”, explica el docente de la UCV.
Tras ese momento de quiebre, el alumno en prácticas comienza a pensar que allí “no tiene nada que ofrecer”. Entonces llega al punto crucial, que “lo cambia todo”, cuando el estudiante “se da cuenta de que debe ofrecer su corazón”. Pero “hay que ponerse a tiro de ese cambio interior -matiza Díe-, el que vaya a estas prácticas pensando en qué horas tiene libres, mejor que se quede en casa. Esto no es un viaje de fin de curso”.
Además, el profesor de Educación Social asegura que el proceso de maduración personal del alumno es “intensivo”, no solo por la situación sino también por la convivencia entre los propios estudiantes. Esa cercanía durante las 24 horas del día esto “les enseña aspectos de sí mismos imposibles de vislumbrar en otro tipo de prácticas”.
TENDER LA MANO AL OTRO
La profesora Lola Escrivà, que ha coordinado a los estudiantes de Enfermería desplazados a Perú, se muestra de acuerdo con Díe: “Allí los alumnos se han apoyado unos a otros en un contexto que desconocen, fuera de su zona de confort. Este es también un gran aprendizaje”.
Escrivà expresa en pocas palabras el gran valor de la experiencia en Chirikyacu para las estudiantes de su titulación: “Ser enfermero es una profesión vocacional, es estar dándose al prójimo, y nuestras alumnas estuvieron allí para servir a la sociedad. Además, han aprendido la enfermería básica, la que haces con pocos recursos. Crees que en esas condiciones no puedes hacer nada pero descubres que también así eres capaz de ayudar a mucha gente”.
En ese sentido, la profesora de la UCV lamenta lo que la enfermería ha perdido “tecnificándose”, dejando de lado “el tender la mano al paciente”. Para Escrivà la suya es una profesión de la que no puede desconectarse; el enfermero lo es “24 horas al día y 365 días al año”.
El concepto de profesión como donación al otro que se desprende de las palabras de Escrivà es el corazón de las experiencia de estos 18 alumnos en Perú. ¿Qué más puede pedirse a unas prácticas que forman al alumno en las tres dimensiones del ser humano: corporal, psíquica, y espiritual? Por ello, Chirikyacu y Yerbateros han podido cambiar sus vidas y las de aquellos que se decidan por esta aventura.