Con la mirada en Jesús, no nos arredramos

Con la mirada en Jesús, no nos arredramos

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Llevamos varios días en los que parece que el Señor nos esté persiguiendo con su amor y su misericordia. Primero tuvimos la fiesta del Corpus, del Sacramento de la caridad, donde se concentra todo el amor que el Señor tiene para con nosotros y nos lo entrega. El viernes de hace dos semanas celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que es la fiesta del amor y de la misericordia: qué lecturas en la Santa Misa y en el Oficio de lecturas. Luego, al domingo siguiente, el Evangelio de la resurrección del hijo de la viuda de Naín: Jesús siente lástima, consuela a la madre viuda que llora ante la desgracia de la muerte de su Hijo; Jesús, lleno de compasión, se acerca al féretro, lo toca y le dice: “Muchacho, a ti te lo digo, ¡levántate!”. Este domingo pasado proclamábamos el pasaje del Evangelio de la mujer pecadora, el perdón, el amor. Entre tanto, todos estos días salpicado por injurias y persecuciones contra la Iglesia, personas e instituciones, con la bienaventuranza de labios del Señor: “Dichosos vosotros, cuando os insulten y calumnien de cualquier manera por mi causa: estad alegres y contentos, porque vuestro es el reino de los cielos”. El reino de Dios, Dios mismo que es amor misericordioso, es nuestra recompensa, ¿cabe más amor que éste? Todo nos habla del amor, del Dios que es amor, del Padre rico en misericordia, de la misericordia de Dios en el rostro humano, en la persona de su Hijo: en esto hemos conocido el amor: “En que envió su Hijo al mundo, no para condenarlo, sino para que se salve por El. Además todo esto nos lo dice el Señor y nos lo hace palpar en el Año de la misericordia.

Estoy convencido que este Año está siendo ya un año de gracia de misericordia para todos. Lo fundamental de este Año que se nos ofrece como regalo, don del amor divino, es la misericordia infinita de Dios, singularmente a través del sacramento del perdón, del que todos estamos necesitados, pues todos somos como la mujer del Evangelio, pecadores como ella, necesitados de escuchar las palabras de Jesús: “Tus pecados están perdonados”, y amar mucho como la pecadora porque se nos perdona mucho.

Ante los hechos de acoso y derribo, reiterado desde hace meses, que algunos intentan, el último -la profanación de la imagen de la Virgen Santísima, madre de Dios, Madre nuestra, Madre de la Iglesia, Madre de los pobres, de los desamparados y excluidos, Refugio de los pecadores y Auxilio de los cristianos, nosotros, discípulos de Jesús, no nos arredremos, no nos paramos y proseguimos nuestro camino con la mirada puesta en Jesús, nuestra esperanza y salvación, que supo de ignominias y persecución, y que perdonó y perdona siempre, por muy grandes y numerosos que sean los pecados, que nos manda perdonar, que nos ofrece su palabra tan consoladora: “Tus pecados quedan perdonados”. Por eso perdonamos a los que nos ofenden, como rezamos en la oración que Jesús nos enseñó, el Padre nuestro; y le mostramos todo nuestro amor a El, sin reticencia alguna, un amor muy grande como el de la mujer pecadora del Evangelio, y con las lágrimas de nuestra oración y nuestra penitencia reparadora por la ofensa a la Mare de Déu dels Desamparats y de Monserrat, nuestra madre, para que se conviertan quienes han cometido esta profanación, porque , como dijo el señor, en la Cruz, no saben lo que hacen.

     Gocemos de la gran noticia: Dios nos ama, Cristo ha muerto y resucitado por nosotros, los hombres, pecadores como somos; para nosotros, para todos los hombres, hay la gran esperanza , la del amor de Jesucristo que se extiende a todos y no falla nunca, la del amor del Padre de la misericordia que no tiene límite ni barrera. Demos gracias a Dios en la Eucaristía, sacramento del amor, de la caridad; ofrezcamos el santo Sacrificio en reparación por los que nos persiguen y odian y oremos por ellos.

Para finalizar os ofrezco las siguientes palabras del Papa Francisco en la Bula de convocatoria del Jubileo extraordinario, “el perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia. Así entonces, Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada” (Papa Francisco, Bula Misericordia Vultus, 11, Abril, 2015, n. 22)

Así lo vemos en el Evangelio, que sorprende a los que rechazan la misericordia y de su novedad, como Simón, el que ofrecía la invitación pero que no entendía nada de amor y de misericordia, como muchos todavía ahora: no entienden de amor, porque no entienden nada de Dios que es amor y derrama su misericordia también sobre ellos.

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