Deportar curas (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Deportar curas (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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“Es mucho más probable que un sacerdote cometa un delito de agresión sexual contra menores de edad que delinca una persona migrante. Desde el punto de vista de la seguridad ciudadana, sería más eficaz deportar sacerdotes que endurecer la política migratoria”, publicó recientemente Pablo Echenique en la red social X.

La generalización del que fuese diputado de Podemos es injusta: los abusos los han cometido algunas personas de la Iglesia (por cierto, es la única institución donde se pide perdón al respecto). Además, su razonamiento resulta disparatado: si se quiere apartar a los sacerdotes de la sociedad por considerarlos potenciales agresores, atendiendo a los datos estadísticos debería mandarse a galeras también a los maestros, a los entrenadores; ya puestos, a todos los familiares y adultos que conviven o trabajan con niños.

Echenique tampoco ha sabido plantear la denuncia. Si está mal decir “inmigrantes fuera” (así es) también lo está proponer largar a los curas. Es un gesto totalitario, elitista en el peor sentido del término, afirmar que unos caben dentro de la comunidad humana y otros no. Pero es lo que se está cursando en España con el aborto (los embriones no interesan) y la eutanasia (los enfermos y los ancianos, tampoco), medidas con las que, seguramente, esté de acuerdo. Debería tener en cuenta también que sobre los sacerdotes hay una ojeriza, de la misma manera que la ha habido con otros colectivos que hoy en día están reivindicando sus derechos. Se han convertido en una minoría social. Así, son paradójicas estas declaraciones por parte de quien en otros momentos ha abanderado la tolerancia hacia ciertos grupos históricamente apartados.

Por otro lado, expresarse de un modo tan radical, como ocurre cada vez más a menudo entre los políticos que sólo se dirigen a su propia parroquia o a posibles votantes, es imprudente. Hay una veta de odio en ese mensaje y en España, que ha vivido un pasado reciente violento, resulta muy peligroso azuzar viejas ascuas.

Con todo, antes que seguir desmontando el tuit, desatinado por donde se coja, las declaraciones invitan a reflexionar sobre qué hay detrás de esta mirada sobre el clero, lamentablemente generalizada.

En parte se debe a la tendencia creciente a divulgar y regodearse en las podredumbres, reales y ficticias, de los ministros de la Iglesia. Esto se hace particularmente en las redes y en los medios de comunicación, donde el conflicto es un valor noticia indiscutible, de modo que aparecen no sólo aquellos que han cometido este delito gravísimo al que alude Echenique, sino otros que han equivocado su misión por distintas razones. En una sociedad que ha abandonado la práctica de la fe católica y que, por tanto, no alcanza a conocer a tantos sacerdotes que se desempeñan con desvelo, puede entenderse que su figura esté tan denostada.

Ahora bien, cabe reconocer que a este imaginario colectivo tampoco ayuda la falta de testimonio de los fieles. Por un cura que ha destrozado la vida de un pequeño, muchos han educado a cientos de niños. Y otros tantos han servido, atendido y consolado a jóvenes, familias, huérfanos, embarazadas, enfermos, ancianos, presos, pobres, moribundos, adictos, marginados, inmigrantes, a personas solas, desesperadas… Curas de ciudades, pero también de pueblos que difícilmente se localizan en un mapa. Curas jóvenes que se han lanzado a una vida contracorriente en esta época que ha renunciado al espíritu y curas ancianos dispuestos a seguir derramándose hasta la última gota. Curas misioneros prestos a partir a cualquier destino y curas parroquianos que abrazan la sencillez de lo cotidiano. Curas que son también religiosos, curas anclados libremente a sus monasterios, curas con la encomienda siempre ingrata de atender al gobierno de la Iglesia… Cada cual distinto, pero aferrados a una misma vocación, necesaria e irremplazable (“todas las buenas obras del mundo reunidas no equivalen al Santo Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres”, reconoce Juan Bautista María Vianney). Una vocación primordial y cabal, si es un sacerdocio bien vivido, claro.

Sobre ellos no se habla fuera de la Iglesia, pues no salen en los informes del Defensor del Pueblo ni en los titulares, siendo que constituyen la mayoría de esta minoría, pero muchas veces tampoco dentro. Quizás es que para poder comprender y captar la significación y la profundidad de la presencia de los sacerdotes hace falta no sólo un corazón agradecido (los sacerdotes no prestan, dan), sino una mirada limpia.

Alec Guinness, conocido por interpretar a Obi-Wan Kenobi en las primeras entregas de Star Wars, representó al padre Brown, protagonista de los famosos relatos de Chesterton, en una adaptación cinematográfica. Se encontraba rodando en Francia cuando, después de un día de rodaje, de regreso a su alojamiento todavía caracterizado de sacerdote, sucedió algo sencillo y extraordinario a la vez. Un niño pequeño se le acercó, tomó su mano y se puso a caminar y charlar a su lado. Luego se despidió con un alegre "Au revoir, mon père!". Le impresionó tanto que un chiquillo desconocido le profesase ese cariño creyéndole un presbítero que el actor se acercó a la Iglesia. Más tarde se haría católico. Así lo recordó: “Continuando mi caminata, deduje que una Iglesia que podía inspirar tanta confianza en un niño hacia los sacerdotes, incluso cuando eran desconocidos, tan fácilmente accesibles, no podía ser tan intrigante o espeluznante como tantas veces se creía. Empecé a sacudirme los prejuicios que tanto me habían enseñado y absorbido”.

Quien tenga la suficiente sensibilidad como para captar la necesidad espiritual de las personas y los pueblos, comprenderá que las ovejas quieran a los pastores, a pesar del escándalo. Y justamente los niños, tan sensibles al amor, los aman de modo natural y se sienten amados por ellos, aunque tristemente en algún caso esto haya sido una trampa.

Cabe ser conscientes de que los curas van a seguir siendo atacados, amenazados. Comentarios como el desafortunado tuit son un signo de los tiempos; en verdad, de todos los tiempos (“a los que eligió, también predestinó para hacerse imagen de su Hijo”, anuncia san Pablo). Es un combate escatológico que nos viene grande, pero que, a su vez, pide la audacia de este niño: cogerles de la mano y, sencillamente, darles las gracias.

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