El caso Roald Dahl (Eva Lara, Paraula)

El caso Roald Dahl (Eva Lara, Paraula)

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Mucho se ha venido debatiendo, en los últimos años, acerca de lo políticamente correcto en la literatura infantil. Recordemos, por ejemplo, la prohibición de gran cantidad de cuentos populares en una escuela de Barcelona por considerarse sexistas. Numerosos expertos se pronunciaron en su día en contra de esta clase de prohibiciones, pues estos relatos no pueden ser juzgados según los parámetros actuales, deben entenderse como lo que son, narraciones de gran antigüedad que se han transmitido de generación en generación y que recogen toda una serie de elementos de nuestro imaginario colectivo. Ahora otra noticia de corte similar ha vuelto a poner sobre la mesa este tema que, como vemos, es de rabiosa actualidad.

Esta vez es la obra de Roald Dahl la que se ha visto afectada por esta tiranía de lo políticamente correcto, cuando la editorial británica Puffin ha optado por eliminar algunos términos considerados ofensivos. Todo ello con el respaldo de la Roald Dahl Story Company y con el asesoramiento de Inclusive Minds. Las modificaciones y alteraciones de los textos han sido variadas, tal y como se ha expuesto en diversos medios, pero llama la atención particularmente la censura de vocablos como “gordo” o “fea”. Augustus Gloop, uno de los personajes de Charlie y la fábrica de chocolate, se describe como un niño grueso, término que se ha sustituido por “enorme”, pero ¿”gordo” y “enorme” significan lo mismo? En absoluto. Dahl se inclinó por la utilización de esta palabra no porque quisiera hacer escarnio del aspecto físico de Gloop, sino porque tal característica era un reflejo del defecto que deseaba criticar en esta novela, la glotonería. De ahí que Augustus no pudiera resistirse al impulso de beber del río de chocolate y cayera de la barca, siendo eliminado de la visita a la fábrica de Willy Wonka. No es el único niño cuyos vicios se destacan. También se focaliza en el carácter caprichoso de Veruca Salt, en lo poco educado de mascar chicle a todas horas de Violet Beauregarde y en lo perjudicial de pasar la vida frente a las pantallas de Mike TV.

Por otra parte, la Sra. Twit de Los cretinos dejará de calificarse como “fea”, atributo que la definía porque, de alguna manera, representaba su profunda maldad. En la literatura ha existido en numerosas ocasiones una correspondencia entre el comportamiento del personaje y su apariencia exterior. Excluir la fealdad supone amputar las descripciones, modificar la imagen de los actantes, manipular aquello que el autor deseaba transmitir. Y más en un caso como el de Dahl, original, atrevido, ingenioso, sin pelos en la lengua y con una intuición más que certera para conectar con los gustos e intereses de la infancia.

Y no digamos lo que significa tener que matizar con algunas líneas adicionales el hecho de que las terribles mujeres de Las brujas estén calvas y cubran su cabeza con pelucas; transformar en gran científica a la bruja que intentaba pasar desapercibida trabajando como cajera de un supermercado (qué tendrá de malo cobrar a los clientes de una gran superficie; además, es mucho más fácil ocultarse y acechar a los niños con este empleo que siendo una reputada científica); sustituir a Joseph Conrad por Jane Austen o a Rudyard Kipling por John Steinbeck, en relación con las lecturas de Matilda (si el autor escogió a Conrad y Kipling tendría sus razones); o decidir que los Oompa-loompas ya no fueran hombres, sino personas en general, entre otras muchas cuestiones, ante las cuales las últimas instituciones en alzar la voz han sido la Fundación Cuatrogatos y OEPLI-IBBY.

En pro de la actualización y modernización de las obras literarias de Dahl, se está colaborando para eliminar la esencia de las figuras y argumentos que este gran escritor moldeó con esmero, atentando contra sus creaciones originales. Dejemos que los más pequeños puedan leer, palabra por palabra, lo que el autor ideó. Y, si consideramos conveniente reflexionar sobre alguno de los aspectos de los textos, hagámoslo desde el acto de compartir lecturas, analizando, dialogando, debatiendo, siempre en aras del desarrollo del espíritu crítico. Ahí está el verdadero valor de la literatura, que no debe ser edulcorada bajo ningún concepto. Esperemos que las editoriales españolas cuenten con un criterio propio y no se dejen presionar por estas corrientes revisionistas y paternalistas.

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