Armando Matteo (Congregación para la Doctrina de la Fe)
“El drama de que hoy los adultos sean 'peterpanes' es que no ayudan a crecer a sus hijos”
Noticia publicada el
jueves, 23 de marzo de 2023
La Facultad de Teología celebró recientemente el primer Congreso de Buenas Prácticas en Parroquias, un encuentro en el que se presentaron diversas propuestas evangelizadoras para el mundo de hoy. Entre los participantes en el mismo estuvo Armando Matteo (Catanzaro, Italia, 1970), secretario de la Sección Doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe y autor del conocido libro sobre nuevas pastorales Convertir a Peter Pan.
Matteo es un hombre de trato afable, que sonríe y responde a las preguntas con fluidez verbal. Se nota la costumbre discursiva en su tono y la capacidad de síntesis típica del buen docente. Utiliza el lenguaje corporal y su extenso vocabulario le permite tanto subir a las últimas plantas de la exposición académica como bajar a los primeros pisos de la narrativa más llana; algo de agradecer en un profesor de Teología Fundamental. En su caso, de la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma.
Cuando el 1 de enero del pasado año el papa recomendó su libro aseguró que usted era “un gran teólogo, desconocido porque es demasiado humilde”. Quizás ni su propia abuela hubiera dicho algo mejor, don Armando.
(Ríe) Bueno, creo que lo que le gustó del libro es que me baso en la realidad actual de la Iglesia, soy honesto con lo que estamos viviendo. Al final, lo que hice en Convertir a Peter Pan es exponer la realidad de lo que sucede ahora en las parroquias, en la calle, como punto de partida para una reflexión sobre la necesidad de cambiar la pastoral.
También el año pasado, en abril, Francisco le otorgó su cargo actual, secretario para la Sección Doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Un lugar de tanta responsabilidad en la Iglesia, ¿asusta mucho o la confianza en la ayuda divina quita los miedos?
Al principio, un encargo tan delicado da un poco de miedo. Después, en el día a día del trabajo se descubre que trabajas sobre todo para construir un puente entre el papa y los obispos; y eso asusta menos. Es verdad que el miedo aparece en ocasiones, pero la consciencia de que trabajas al servicio del Santo Padre y de la Iglesia te da la valentía, las fuerzas y el estímulo necesario para seguir adelante.
El papa ha contado varias veces el mismo chiste sobre sí mismo y sus compatriotas: “¿Sabes cómo se suicida un argentino? Se sube a su ego y se tira”.
(Ríe) Sí, sí, lo he oído.
Me he acordado de este chascarrillo porque quería preguntarle, ahora que ya no es tan anónimo y que tanta gente le conocerá por su cargo o por su libro, ¿cómo evita que todo eso no afecte peligrosamente al ego? ¿Nos da algún consejo para mantener a raya a la soberbia?
Pues mira, ahora me toca trabajar muchísimo y he descubierto que el cansancio no deja mucho espacio al orgullo; lo aleja. Esa fatiga es buena. De hecho, creo que el mejor consejo que puedo dar contra el orgullo es trabajar con verdadera dedicación, cansarse.
Quizás ese consejo no sea muy bien recibido, don Armando. Hoy el homo sapiens adora al sofá y le reza a san Fin de Semana... Nada de agobios o incomodidades. Casi le diría que “Dejadme en paz” y “Cansarse, lo mínimo” podrían ser lemas adecuados para los felpudos de nuestras casas.
Eso es así porque en la actualidad se está dando una gran evolución desde el punto de vista cultural. El papa Francisco utiliza la expresión “cambio de época”. ¿Por qué? Porque los nacidos en Occidente después de 1946 habitan el mundo de una manera completamente nueva. A su vez, este cambio del ‘modus vivendi’ nace de un tiempo marcado por la revolución tecnológica, las revoluciones culturales, el desarrollo de la medicina, el bienestar económico y, sobre todo, por la llegada de lo digital.
Nuestra especie ha cambiado siempre poco a poco, pero ahora nos hallamos en una fase histórica radicalmente distinta, con transformaciones que se suceden a mucha velocidad. Esto tiene dos efectos. Por un lado, una extraordinaria sensación de libertad; por otro, un sentimiento de vulnerabilidad, de no vernos preparados para tanto cambio.
Una de las características de este cambio de época, sin duda, es el enorme descenso en la tasa de natalidad occidental. En Maida, un pueblo calabrés vecino del suyo, lanzaron hace poco más de un año un proyecto de repoblación para que sudamericanos ítalo-descendientes regresen a la tierra de sus antepasados. La vieja Europa es cada vez más vieja. ¿Por qué ocurre esto?
El asunto es complejo, pero creo que hay mirar hacia el factor cultural que le he comentado. En mi opinión, el problema de la natalidad europea forma parte de la sociedad de la juventud en que vivimos. En las pasadas décadas ha emergido un modelo de vida adulta que no sabe hacer espacio a la generatividad, a la vida. Tener un hijo es una gran responsabilidad que conlleva sacrificios, y se le debe dedicar mucho tiempo. Hoy la gente se lo piensa mucho antes de afrontarla.
Esa “sociedad de la juventud” tiene que ver con el concepto de “Peter Pan” de su libro, ¿no?
Sí, claro. Me parece que la idea del niño que no quiere crecer es muy eficaz para describir al sujeto contemporáneo medio de Occidente. Hablo de los hombres y mujeres de 40, 50 y 60 años, que viven con una gran sensación de libertad, potencia y disfrute, sin los tabús tradicionales, con vidas longevas y una cierta riqueza económica, a pesar de las crisis. En Occidente, vivir con hambre es algo largo tiempo olvidado, por ejemplo; hoy nuestro problema es la obesidad. Creemos que la vida es pasárselo bien, y, además, el mercado ha entendido que esa es la nueva orientación existencial y la promueve.
Por desgracia, tal concepción de la vida hace que se dejen de lado otros aspectos de la existencia humana, como la responsabilidad, la dedicación y los cuidados a otros, o la generatividad. El resultado son unos adultos que no quieren serlo; su deseo es seguir viviendo sin convertirse en personas maduras.
Con los adultos empadronados en el país de Nunca Jamás, ¿quién le hace la cena a los niños?
Exacto. El efecto de ese modo de entender la vida no es tan catastrófico en los propios adultos, a veces resulta casi más cómico, con personas de cincuenta años que se visten y se comportan como cuando eran chavales. El verdadero drama es el impacto que esos adultos tienen en sus hijos. Es decir, el problema de que Peter Pan no quiera crecer es, sobre todo, que no ayuda a crecer a los que vienen detrás.
Los niños necesitan adultos a su lado, personas que les transmitan valores. Los peterpanes no pueden hacerlo porque no los tienen: ellos quieren vivir con total libertad, sin ataduras, cambiando constantemente. Sin figuras de referencia, se crea un vacío enorme en los niños y los jóvenes. El adolescente, por ejemplo, necesita el encuentro y el desencuentro con el adulto; precisa de un intermediario en su contacto con la realidad. Si esto no sucede, ese joven no conseguirá crecer. Por eso, una sociedad dominada por peterpanes es una sociedad que no educa.
La ciudadanía que todo dictador querría para su cortijo.
Efectivamente. Mantener en el tiempo esa necesidad de disfrute constante, de no pensar en nada, crea un hábito y de éste surge un problema serio: si tú no piensas, alguien va a pensar por ti.
¿Qué pueden hacer las universidades por los jóvenes para que no les suceda eso?
Creo que hoy el gesto más hermoso, casi herético frente a la cultura dominante, es hacer pensar. Necesitamos pensar. El entretenimiento es bueno en su justa medida; lo estúpido nunca lo es. Los creadores de programas televisivos como Gran Hermano o la Isla de los Famosos dicen que los hacen para que la gente no piense demasiado y no se acuerde de sus problemas. Pero, en realidad, vaciar nuestro de cerebro del pensamiento y de la reflexión es peligrosísimo.
En ese sentido, la universidad es un lugar salvífico para los jóvenes, porque les ayuda a ejercitar todo aquello que la sociedad actual querría evitar: su raciocinio. El espíritu universitario es el de ir hasta el fondo de las cosas, reconocer los engaños y hacerse la pregunta más bella que existe: ¿qué me hace realmente feliz?
Las universidades católicas, en concreto, ¿cómo pueden evangelizar a los jóvenes de hoy?
De la misma manera, puesto que, cuando uno se interroga por la felicidad se está situando ya en el camino correcto. Ante esa pregunta, los cristianos podemos ofrecer nuestra respuesta: Jesús nos dijo que la felicidad tiene una dimensión triangular. Es decir, nuestro gozo nace de la voluntad de hacer felices a los demás, pues esa felicidad vuelve después a nosotros. Es la dimensión que tiene la propia vida. Cuando un hombre y una mujer se donan el uno al otro, de ello nace un nuevo ser humano. Recordemos la ternura de Dios que, para decirnos quién es, se presenta como un papá. La paternidad y la maternidad son las experiencias humanas más divinas.
Y la Iglesia, en general, ¿cómo puede evangelizar a las generaciones adultas? Es decir, responda a la pregunta que plantea su libro: ¿cómo convertir a Peter Pan?
La Iglesia tiene a su disposición muchos medios. El problema es que las comunidades eclesiales actuales no interesan a los adultos actuales. Nuestra Iglesia, nuestro cristianismo e, incluso, nuestras parroquias están pensadas para los padres de los peterpanes, que tenían otros problemas: las guerras, el hambre, las enfermedades… De esa sociedad nació un cristianismo para ayudar y animar a los hombres y a las mujeres que la componían. Pero no sirve para los adultos inmaduros de hoy, que quieren vivir la vida divirtiéndose. Hay una mentalidad pastoral con la que llevamos unos seis o siete siglos que ha quedado obsoleta y debemos cambiarla.
Necesitamos un cristianismo que también dé ocasión a los adultos de pararse, reflexionar y abrirse a perspectivas que no han contemplado. Es decir, a la paternidad, a la educación de los hijos; a entender los problemas que causa su modo de vida en los más jóvenes. La Iglesia debe transformar sus lugares de encuentro en espacios donde los peterpanes puedan meditar sobre lo que les está pasando. Son cosas sencillas: ofrecer la posibilidad de rezar, de leer y reflexionar sobre el Evangelio, y de pensar qué hace realmente feliz al ser humano.
Me gustaría terminar con un mensaje de esperanza: "Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mateo 16, 18). Cristo ha resucitado, así que los católicos no podemos ser unos cenicientos con respecto al futuro eclesial, ¿no cree?
Absolutamente. Los cristianos debemos ser optimistas desde el realismo. Este cambio de época no puede sumirnos en el temor acerca del futuro de la Iglesia. El propio Jesús dijo a sus discípulos en la Última Cena, y no los dice a nosotros, que si seguimos unidos a él y llevamos su amor a todos los hombres haremos cosas incluso “más grandes” de las que él hizo. Si estas palabras no nos dan esperanza, no sé dónde la vamos a encontrar.