El esplendor de la verdad (Cardenal Antonio Cañizares, La Razón)

El esplendor de la verdad (Cardenal Antonio Cañizares, La Razón)

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La Encíclica del Papa Juan Pablo II Veritatis Splendor sobre «algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia» es tal vez uno de los textos de máxima importancia y de más largo alcance del magisterio de Juan Pablo II. Nunca, hasta entonces, una encíclica se había ocupado directamente del «conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia», sin embargo, era muy necesario hacerlo y llegó en el momento oportuno. Su actualidad es indiscutible años después, por la situación que estamos viviendo tanto en el seno de la comunidad católica como en el de la sociedad en general. Al interior de la comunidad católica se habían difundido «muchas dudas y objeciones de orden humano y psicológico, social y cultural, religioso e incluso específicamente teológico, sobre las enseñanzas morales de la Iglesia» (VS 4); creando cierto desconcierto, conducido, con frecuencia, a una especie de cristianismo «a la carta» en el que se seleccionan arbitrariamente los propios gustos y conveniencias en los comportamientos morales.

Por otra, la sociedad, en general, padece una aguda y amplia crisis moral que se evidencia, entre otras cosas, en un pluralismo ético desbordado, en una desmoralización de la sociedad, en una incapacidad para ofrecer respuestas válidas para todos a las grandes cuestiones planteadas, en un no saber qué es lo bueno y lo malo, lo recto y lo justo.

Parte, pues, de un presupuesto fundamental: no creamos las normas de conducta a través de la discusión, ni el consenso, ni es la mayoría lo que determina las normas morales que indica una dirección para nuestra existencia que no es inventada por nosotros, sino encontrada y reconocida. En la fe, y la razón iluminada por la fe, podemos reconocer la verdad sobre el hombre y su camino. Aquí tenemos la respuesta a la pregunta: «¿qué hay que hacer para que la vida sea como debe ser?»

Juan Pablo II señala el vínculo entre la verdad, el bien y la libertad, en el que se sustenta el patrimonio y el comportamiento moral, y perder de vista este vínculo se halla en la gravísima situación actual de crisis moral: «no se trata de contestaciones parciales y ocasionales, sino que, partiendo de determinadas concepciones antropológicas y éticas, se pone en tela de juicio, de modo global y sistemático, el patrimonio moral. En la base se encuentro el influjo, más o menos velado, de corrientes de pensamiento que terminan por erradicar la libertad humana de su relación constitutiva con la verdad» (VS 4). Esta es la cuestión que está en juego: la relación del hombre con la verdad y la libertad y la relación entre ambas. La crisis moral de nuestro tiempo tiene mucho que ver con la crisis de la verdad y con la corrupción de la idea y experiencia de libertad. El hombre contemporáneo aprecia sobremanera la libertad, pero frecuentemente la concibe de manera errada, exaltándola hasta el extremo de considerarla un absoluto, fuente de los valores (Cfr. VS 32) y de la verdad.

El Papa no considera la moral como un conjunto de prohibiciones u obligaciones derivadas de imperativos añadidos desde el exterior. La Encíclica describe el comportamiento moral como el camino hacia la vida en plenitud. Toda ella es una respuesta a la pregunta del joven rico que sirve de base para la enseñanza del Papa: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?» (Mt l9, l6). A partir de este texto, muestra al hombre cómo puede llegar a ser él mismo; el camino del amor y hacia la felicidad, que nunca es sólo individual, egoísta, sino inseparable de la comunidad de los hombres.

El Evangelio es el anuncio absolutamente gratuito de que la felicidad anhelada por el hombre en su libertad se nos ha dado en una medida inimaginable en Jesucristo. No es una meta a conquistar con nuestras obras, sino de una gracia a acoger mediante la fe y a hacer fructificar en nuestro actuar.

El Evangelio es una Persona, Jesucristo

Desde el momento en que la felicidad del hombre es una persona, la moral como búsqueda de la felicidad tiene un camino: el seguimiento de Jesucristo por gracia de Dios, hacerse a vivir como Él vivió y no meramente imitarle de manera exterior

La clave de la moral, su fundamento, conforme a las enseñanzas de la Iglesia recordadas en la Encíclica por el Papa, está en la afirmación del hombre, inseparable de Dios, creado conforme a su imagen, modelo por su Creador fuente y origen de todo bien en cuya realización, en libertad, radica su comportamiento moral. Hay en el hombre una verdad, una ley, puesta por el Creador, que no se da a sí mismo ni la crea por sí mismo.

Parte, pues, de un presupuesto fundamental: no creamos las normas de conducta a través de la discusión, ni el consenso, ni es la mayoría lo que determina las normas morales que indica una dirección para nuestra existencia que no es inventada por nosotros, sino encontrada y reconocida. En la fe, y la razón iluminada por la fe, podemos reconocer la verdad sobre el hombre y su camino. Aquí tenemos la respuesta a la pregunta: «¿qué hay que hacer para que la vida sea como debe ser?»

Juan Pablo II señala el vínculo entre la verdad, el bien y la libertad, en el que se sustenta el patrimonio y el comportamiento moral, y perder de vista este vínculo se halla en la gravísima situación actual de crisis moral: «no se trata de contestaciones parciales y ocasionales, sino que, partiendo de determinadas concepciones antropológicas y éticas, se pone en tela de juicio, de modo global y sistemático, el patrimonio moral. En la base se encuentro el influjo, más o menos velado, de corrientes de pensamiento que terminan por erradicar la libertad humana de su relación constitutiva con la verdad» (VS 4). Esta es la cuestión que está en juego: la relación del hombre con la verdad y la libertad y la relación entre ambas. La crisis moral de nuestro tiempo tiene mucho que ver con la crisis de la verdad y con la corrupción de la idea y experiencia de libertad. El hombre contemporáneo aprecia sobremanera la libertad, pero frecuentemente la concibe de manera errada exaltándola hasta el extremo de considerarla un absoluto, fuente de los valores (Cfr. VS 32) y de la verdad.

Antonio Cañizares es cardenal arzobispo de valencia y gran canciller de la UCV.

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