Juan Sapena y Cristina Muñoz
“El Gobierno aplica políticas cortoplacistas y populistas, sin afrontar la realidad económica”
Noticia publicada el
miércoles, 15 de junio de 2022
No cabe ninguna duda de que la percepción sobre situación económica nacional por parte de los representantes de la ciudadanía en el Parlamento es muy distinta dependiendo de la afiliación política de cada uno. Si se comparase, por ejemplo, la deuda pública nacional con la marcha de un caballo y el diputado de turno no tuviese los datos delante, algunos dirían sin dudarlo un segundo que el rocín está yendo hacia atrás, reduciendo el agujero de los bolsillos patrios; habría quienes se lamentarían por su avance al trote o, incluso al galope; otros, echándose las manos a la cabeza, afirmarían que el caballo está desbocado. Quizás estos últimos serían los que más acertarían en la aplicación del símil, pues la deuda pública de España marcó en el primer trimestre de este año un nuevo récord histórico, superando los 1,453 billones de euros.
Con sus particularidades y diferencias, los análisis de la mayoría de economistas -no solo sobre este aspecto clave de las cuentas nacionales, sino también sobre la inflación, el PIB, los datos del paro, el aumento del precio del carro de la compra, de la gasolina o de los alquileres, entre otros- dibujan en términos generales un gris panorama para España y para Europa.
Dos de los expertos en macroeconomía de la Facultad de Ciencias Jurídicas, Económicas y Sociales de la Universidad Católica de Valencia (UCV), los profesores Juan Sapena, director de la Cátedra Betelgeux-Christeyns, y Cristina Muñoz, se atreven a realizar un pequeño acercamiento a la situación que vive España, desde una prespectiva global.
En nuestro país, el Gobierno preveía en su Programa de Estabilidad 2022-2025, que el deflactor del PIB -indicador, como el IPC, utilizado para medir la subida de los precios- subiera este año de media un 4% pero bajara el próximo al 2%, en línea con el objetivo marcado por el Banco Central Europeo (BCE). La OCDE, sin embargo, no cree que el deflactor vaya a descender el próximo año. Es más, opinan que en 2023 será superior: lo sitúan en el 3,9% este año -en línea con las previsiones oficiales- pero lo elevan al 4,6% en el siguiente. Menudo revés para las proyecciones económicas del Ejecutivo.
Juan Sapena: La hipótesis del Gobierno siempre es que estamos ante un desequilibrio transitorio. El problema es que están pasando muchas cosas en la economía mundial y entre todas construyen algo que ha venido para quedarse.
Cristina Muñoz: Efectivamente. El problema es estructural, no coyuntural, como se apunta desde el Gobierno. El marco económico mundial en que estamos inmersos va más allá de que se solucione la invasión de Ucrania.
Si la crisis desatada por la guerra es sólo una escena del guion, ¿cuál sería la película completa?
J.S.: En las últimas décadas -con los parones que se han producido a causa de la crisis financiera- hemos vivido un periodo de crecimiento continuado, basado en la globalización, cuyos cimientos son el intercambio y la especialización, lo que Adam Smith exponía en La riqueza de las naciones. Todo ese crecimiento, que España comenzó de manera decidida en los años sesenta ayudada también por la irrupción del turismo, se ha topado ahora con un cambio en las reglas del juego.
Antes, cada país se encontraba en un eslabón de las cadenas de valor mundiales; hoy estamos viendo que estas se destruyen porque los Estados que producen todo lo que nosotros habíamos dejado de producir (porque era más barato que ellos lo hicieran), como el trigo o los microchips, están diciendo: “Yo tengo cogida la sartén por el mango”.
C. M.: Así es. En esa etapa de globalización nos hemos hecho muy dependientes de otros países, lo que tiene sus ventajas si te fías del otro. Pero ahora estamos en una situación de desconfianza. No te fías de que China te envíe los microchips ni de que Argelia te suministre el gas. La dependencia alemana del gas ruso es brutal, por ejemplo.
J. S.: Para que la globalización funcione debe existir una complementariedad y una voluntad de cooperar entre países. El resultado de ese contexto de sintonía productiva son las cadenas de valor mundiales. Por eso, al estallar la guerra avisé de que lo de Ucrania conduciría a la situación actual de desglobalización.
Ahora puedes depender menos de otro país porque no te fías y él tampoco hace nada para aumentar la confianza. Y esto supone un shock de oferta brutal. (Shock de oferta es cualquier influencia sobre la oferta agregada -cantidad total de un bien o servicio que, en su conjunto, estarían dispuestas a vender las compañías de un sector- generada por ciertas variables como un desastre natural, un incremento en los precios de los insumos, la productividad o determinados avances tecnológicos).
Que es lo que le ha ocurrido a España con Marruecos y Argelia, ¿no?
J. S.: Sí. Es una confirmación del fenómeno desglobalizador, y de que España es un eslabón terciario en las cadenas de valor mundiales. Por eso nuestra posición en el escenario económico mundial resulta ahora especialmente delicada.
España es lo que el periodista José María García llamaba un «correveidile»; es decir, un comisionista, ese que no hace nada, pero intermedia y reparte el juego. Partiendo de ese rol, solo existen dos caminos posibles para nuestro país en un contexto ‘desglobalizador’: aumentar la tarifa de nuestras comisiones para ganar lo mismo haciendo menos o hundirnos.
No parece un futuro muy halagüeño.
C. M.: A corto plazo el panorama no pinta bien: se han producido aumentos de los tipos de interés y se anuncian otra subida en septiembre. Eso va a hacer que las familias tengan que pagar más por la hipoteca. Y la otra variable es la inflación.
J. S.: Es una situación complicada, pero creo que no está todo perdido.
C.M.: Por supuesto, el problema de España es seguir posponiendo medidas estatales para afrontar nuestra realidad económica porque no son populares entre el electorado.
J. S.: Así es. Se pueden hacer muchas cosas a nivel de políticas económicas, pero solo si eres consciente de que las tienes que hacer, algo que no sugieren las previsiones gubernamentales. El terreno económico en que se han adentrado España y Europa requiere de mayor implicación por parte de todos los agentes que hacen funcionar la economía.
En ese sentido, me parece oportuna una reflexión desde una perspectiva católica de la economía: Marx decía que la religión era el opio del pueblo; pero yo creo lo contrario. Creo que la fe no te cierra los ojos, sino que te los abre, despertándote ante la realidad de lo que está sucediendo. La verdad nos hace libres. Es de la verdad de lo que sucede cuando se puede actuar de manera acertada y justa.
Hace unas semanas, el presidente de la plataforma Paneuropa España, Florentino Portero, decía que Europa se va a ir a pique en la cuarta revolución industrial, la digital porque ha dejado de innovar tecnológicamente; algo que, según explicaba, sí hacen EE. UU., China, Japón, Corea del Sur y gigantes económicos incipientes como India. ¿Qué opinan ustedes al respecto?
J.S: En Europa tenemos el corazón partido al respecto, pues la innovación crea valor para el que lo consigue y hunde un poco a quien no lo consigue. Los norteamericanos son más individualistas pero los europeos estamos más preocupados por no dejar a nadie atrás desde un punto de vista estático. Lo que ocurre es que optar por esa política a veces deja atrás a todos desde un punto de vista dinámico.
Lo que resulta innegable es que la tecnología es la que soluciona los problemas de oferta, de manera que Europa debería aspirar a encontrar un encaje entre innovación y ética.
En España, en concreto, ¿cómo vamos de innovación?
J. S: En cuestión de tecnología, Unamuno reflejaba el modo de ser de los españoles, diciendo: “Que inventen otros, porque la electricidad funciona tanto para aquel que la ha inventado como para el que se enchufa a ella”.
Aquí lo queremos todo: vivir como ricos sin ser conscientes de la necesidad de formar parte del sistema global de innovación. Nos ha ido bien con el turismo, pero este es en sí mismo una cadena de valor con pocas ganancias en términos de productividad. España necesita algo más en su economía que el turismo como válvula de escape. Para ello es imprescindible un cambio de mentalidad en España en lo referente a la innovación y la industrialización que llegará apostando por la educación y la concienciación.
Además, al contrario de lo que decía Carlos Solchaga cuando era ministro de Economía, que la mejor política industrial es la que no existe, opino que es imprescindible tener un planteamiento claro sobre nuestra política industrial y pensar a largo plazo.
¿Creen que en el Ministerio de Economía van por ese camino?
C. M.: En absoluto. Desde el Gobierno se están aplicando políticas económicas cortoplacistas y populistas. Lo que ha sucedido con los veinte céntimos de la gasolina es un ejemplo de ello. Al final, queriendo beneficiar a todos, no se ha beneficiado a nadie. Los políticos quieren quedar bien con todo el mundo y eso no puede ser si queremos que España tenga un buen futuro económico. A veces es necesario adoptar medidas que pueden doler.
Además, falta claridad en ciertos asuntos, como en los datos del paro, que están dopados por los ERTE, al no considerar parados a los trabajadores que se encuentran en esa situación; y están dopados también por los contratos de los fijos discontinuos.
En general, el Gobierno español está siendo muy optimista con sus pronunciamientos en materia económica. La realidad es que para que se cumplan sus previsiones tendría que darse el mejor de los escenarios posibles.
J. S.: A aquellos que detentan las mayores responsabilidades respecto de nuestras políticas económicas les diría lo mismo que a mis alumnos, que forma parte del ADN de la Universidad Católica de Valencia: hay que esforzarse por entender lo mejor posible el mundo en que vivimos y servir a la verdad. No conviene tratar de enmascarar la verdad porque así a lo mejor los españoles siguen gastando; más bien al contrario. Los ciudadanos de este país deben toma conciencia de la situación económica, de que el Estado tiene menos para repartir. Es el punto de partida para afrontar los retos que tenemos por delante.