El mal infernal de la difamación (Cardenal arzobispo Antonio Cañizares, La Razón)
Noticia publicada el
miércoles, 16 de agosto de 2017
Un vicio, un mal, que está muy generalizado en la sociedad española, a todos los niveles, es el de la difamación. No resulta raro que en esta difamación caigan medios de comunicación, redes, etc. Incluso no es infrecuente que esto se utilice como arma política, como también la mentira se utiliza como arma política. Con lo que este mal se agranda y se normaliza. Como si quitar la fama a otro o a instituciones, por ejemplo, la Iglesia, la corona… fuese lo más normal, y lo que debería corresponder a las relaciones humanas y sociales; para algunos la difamación parece hasta bueno.
Y para colmo este mal se trata de protegerlo con el derecho de expresión como si un derecho pudiese justificar el mal o proteger el mal. ¡Cuánta frivolidad, cuánta superficialidad y confusión, cuando menos, existe en este clima que se genera en una cultura donde el relativismo y la pérdida del sentido de la verdad o el escepticismo se han apoderado de la mente y del corazón del hombre, y el olvido de Dios o el vivir de espaldas a Él fuese lo deseable para la humanidad!
Me permito añadir algunas reflexiones sobre este mal de la difamación. Hablo de mal porque de eso se trata. A nadie medianamente cuerdo se le ocurriría decir que el robo es un bien o que la corrupción económica es saludable. Con toda razón reprobamos la corrupción y rechazamos el robo. Pues bien, la difamación es un robo que se comete contra una persona o un grupo de personas o una institución. Daña a la persona o a la institución que es víctima de la difamación, de tal robo, y a la persona o al medio de comunicación o al grupo que la comete, daña a las relaciones personales y sociales, daña a la sociedad, perjudica notablemente a la convivencia y a la paz entre las gentes y en los pueblos, e impide la verdadera democracia y la libertad, porque daña la justicia, la persona y el bien común, bases de la democracia..
En el robo, para restablecer la justicia, se requiere que se devuelva lo que se ha robado y se resarzan los daños causados por el robo. Así se está diciendo constantemente respecto a la corrupción, ese tumor que corroe hoy la sociedad. Sólo se resarcen los daños de la difamación devolviendo lo que se ha robado. Pero esos daños es imposible devolverlos. Suelo poner este ejemplo para que se comprenda lo que acabo de decir: Quitar la fama equivale a arrojar un vaso o un cubo de agua por los suelos; aunque se intente recoger nunca se recogerá toda el agua vertida, y encima se recogerá ya sucia. Así se sucede con la difamación: no se recoge la fama, el buen nombre completamente; y lo que se recoja no impedirá que aquello quede manchado. Lo de «calumnia que algo queda» es mucha verdad y, por desgracia y para mal de los hombres y de la humanidad, no le damos importancia ante tanta calumnia como se comete y difunde.
No quiero alargarme en tiempo de vacaciones, solo pretendo llamar la atención sobre esta realidad de la difamación que como un abrasivo está corrompiendo nuestra sociedad española, y lo hago en este tiempo de reposo, apto para repensar las cosas, para recuperar fuerzas y energías, y enderezar caminos. En España, y en estos tiempos, necesitamos enderezar caminos. Estamos muy necesitados de un rearme moral y este rearme viene por las cosas cotidianas, lo que estamos viendo todos los días; es necesario liberarse de los venenos y de los miasmas que nos estamos tragando todos los días y que nos envenenan y destruyen desde dentro, porque eso es lo que corrompe lo que viene de dentro.
Lo peor que nos está sucediendo es el desplome moral y ese desplome moral es reflejo de una quiebra de humanidad, de la verdad del hombre, que se está cuarteando a pasos agigantados, como estoy señalando tantas veces, por una pérdida de la verdad de Dios, de la que es inseparable el hombre. Es un aviso que hago desde la amistad y desde mi responsabilidad como ciudadano y también como obispo, siervo y servidor de todos. Y por eso, desde aquí me remito a aquel documento de los obispos españoles de hace unos años que tantísima actualidad, importancia y valor tiene en sí mismo y para hoy: «La verdad os hará libres».
En todo caso reitero el título de este artículo: El mal infernal de la difamación. Porque de algo infernal se trata, ya que proviene del enemigo del hombre, el príncipe de la mentira, que busca la división, el enfrentamiento y herir al hombre desde siempre. Y además quiere hacer de la tierra un infierno, que a eso conduce la difamación.